VALÈNCIA. En las artes una parte del misterio es prestarse al azar. Este, con su aleatoriedad, logra resultados que pueden resultar únicos e irrepetibles, aunque depende de las manos en las que caigan tendrán una forma u otra. El trabajo de la joyera valenciana Andrea Narbón, que ahora reside en Mercado de Tapinería junto a su marca Bocavolcan, es lograr que sus piezas acompañen a quien las adquiere, con autenticidad, calidad y con estilo.
El nombre de su proyecto nace de un viaje a Lanzarote y de su propia fuerza sistémica, que le hace no querer estar nunca quieta y atenerse a apuntar cada pequeño detalle que le rodea -en esa pequeña libreta que lleva siempre encima- para después bajarlo a tierra. Su pasión por la joyería nace en la EASD, donde comienza a estudiar joyería y comienza a trabajar sus primeras piezas. Tras estudiar diseño gráfico descubre que trabajar con las manos es lo que más le apasiona: “Me gusta experimentar con las piezas y los materiales. Lo que hago es ir probando y poco a poco ver que funciona en fundición para crear formas orgánicas”.
Su técnica, la de fundición en cera perdida, es la que le permite que sus joyas tengan un acabado en el que ninguna pieza es exactamente igual a la otra, aunque si que cuentan con una forma similar, a través de las que nunca deja de aprender: “La joyería es un oficio que requiere de muchísimos aprendizajes, tengo un respeto enorme a todo lo que me rodea y por eso considero que estoy en un momento en el que siempre sigo aprendiendo. Quiero seguir conociendo nuevas técnicas y darle vueltas a trabajar otros conceptos, el trabajo con las manos tiene muchísimas posibilidades y una cosa siempre te lleva a la otra para que sigas creciendo”.
Con Bocavolcan lo que hace es crear piezas que pasan siempre cuidadosamente por sus manos, que tienen que ir modelándose con el tiempo y con el cariño y que ahora se rodean siempre de un equipo valenciano: “Dentro de lo posible intento trabajar con artesanos valencianos, ahora las cajas las hace también un chico que es de aquí”, explica Narbón, quien contempla los pequeños detalles al milímetro. Con todo esto explica con honestidad que la publicidad de las “piezas únicas” no es tan beneficiosa como parece, y que aunque sus joyas no son exactamente iguales entre ellas si que siguen una misma línea: “No me gusta pensar que me distingo por esto en concreto. Cuando muestras una colección al mundo tienes que trabajar en que las piezas tengan de alguna manera el mismo estilo y que se parezcan”, explica.
Actualmente Narbón también trabaja en encargos personalizados, para dar forma a las ideas de cualquier persona con ganas de tener una pieza que cuente su propia historia, y en cuanto a compartir sus conocimientos se encuentra en preparación de unos talleres para niños y personas de la tercera edad, su trabajo no es "solo" hacer joyas: "Cuando te dedicas a ello descubres que la joyería es un oficio que requiere de muchísimas cosas. Me gusta hacer de todo e ir aprendiendo, estoy muy cómoda en el momento en el que me encuentro porque estoy creciendo y cada vez me considero más artesana", confiesa mientras mete mano en sus nuevos proyectos. Acariciando con las manos estos nuevos conceptos solo los ladridos de su perra Lava podrían distraerle dentro de su casa-estudio, donde trabaja con mucho cariño y tiempo las joyas que erupcionan entre sus dedos y que llegan ardientes a las manos -y cuellos- de quien las luce.