De València Canalla (Rafael Solaz) a Madrid 1983 (Arturo Lezcano), el tratamiento cultural de la delincuencia en la ciudad es relevante en cuanto a que contribuye a fijar una percepción
VALÈNCIA. El premio Nobel de economía, Paul Krugman, suele considerar al hablar de Nueva York, que una de las aficiones favoritas de sus ciudadanos es considerar que su ciudad cada vez es más insegura. “Desde principios de la década de 1990 hasta la pandemia, el gran descenso de la criminalidad estuvo acompañado por el convencimiento de la población de que la delincuencia estaba aumentando. Sin embargo, curiosamente, solo una minoría afirmaba que había aumentado en su zona”.
Una cuestión de percepciones de la que habla el autor Arturo Lezcano (ha escrito Madrid 1983 dedicado a la aceleración ochentera y, en parte, la delincuencia quinqui) al considerar cómo esa propia delincuencia dominó parte de la historia contemporánea de España como parte de un relato de país. “Es un vector -explica- que atraviesa el crecimiento acelerado de España en el entorno urbano de los ochenta. Culturalmente, más la delincuencia que la violencia, siempre fue una especie de bocado para lo audiovisual. Se transfiguró en epítome de los ochenta con el cine quinqui. Hay una película que creo que determina muy bien este período: Miedo a salir de noche. Trataba sobre el miedo de la burguesía a ser atracados”.
Rafael Solaz, cronista de València, define los ochenta en la ciudad como “de una delincuencia que estaba esencialmente relacionada con la droga”. Una época que se “caracterizó por la visibilidad de la delincuencia en la calle. Con la entrada de la droga la cantidad de tirones aumentó muchísimo”.
Coincide con lo que Lezcano considera como el resultado de “desarreglos para un país que caminaba mucho más rápido de lo que podía ir”. Aplicado al caso madrileño, “había -incide- más percepción en el centro que en los barrios porque en los barrios en ese momento estaba más presente la violencia que no tanto la delincuencia. Eran barrios en parte levantados aceleradamente y a partir de ahí es una especie de ‘sálvese quien pueda’. Se llamaban barrios de la llave porque los niños llevaban la llave de casa, ya los padres estaban todos los días fuera trabajando. Nadie estaba preparado para la invasión de la heroína”.
Esa geografía de la percepción situó como puntos señalados con un círculo rojo a Velluters (“la zona de mercado negro. Si te robaban una bicicleta era normal ir a las 3 de la madrugada y preguntar por bicis para encontrarla”, recuerda Solaz), a enclaves del Carmen como la plaza de Beneyto y Coll (“generaban mucho miedo por la presencia de toxicómanos”) o la huerta de Campanar (“un punto a destacar por el ir y venir entre las viejas alquerías, puntos importantes de la droga”).
La heroína, explica Solaz en su libro, Valencia canalla, hizo proliferar en la ciudad “los robos callejeros por el sistema del tirón. Uno o dos personajes montados en un ciclomotor aprovechaban el descuido de los transeúntes para arrebatar el bolso, cartera, collar o cadena, escapando a toda prisa sin dar tiempo a reaccionar. En ocasiones el tirón se producía por individuos que iban a pie y que salían corriendo mezclándose entre la gente, dejando atrás a la víctima generalmente en el suelo y presa de un ataque de nervios. Se les conoció con el título de tironeros”.
Desde esos ochenta se vivieron, en palabras de Arturo Lezcano, “años de balsa de aceite respecto a los índices de criminalidad”. En cambio, en los últimos años, ligeros incrementos en las tasas de delincuencia -el tiempo inmediato tras la pandemia supuso un acelerón- y una decidida instrumentalización han creado un escenario propicio para poner en primer plano la delincuencia a partir de reclamos como el vínculo con la inmigración o las okupaciones.
Se trata de una reacción de base melancólica que apela a un “antes” inconcreto en el que se vivía mejor. La puerta de casa en la que dejabas la llave, el radiocasete del coche intocable, el barrio como una fortaleza… Aunque ese imaginario no se sostenga con datos -“rotundamente no”, dice Lezcano sobre una supuesta mayor seguridad ochentera-, se trata de un intento de fabricación de un pasado que actúe ante nuestros ojos como un sistema cerrado, previsible, donde todo a grandes rasgos estaba bajo control.
Para Lezcano, quien ha estudiado a fondo esa dualidad entre percepción y datos, “a partir de ahora estamos ante el reto de poder contener otras formas que puedan llegar a convertirse en delincuencia o criminalidad, y que no dejan de ser forma de violencia ante desigualdades provocadas por motivos económicos pero también por fenómenos de inmigración que no se sienta tratados igual. No hay una escalada de la criminalidad para nada, pero es un buen momento para medidas de integración, escolarización que no cree ghettos. Deben tomarse medidas para evitar que en unos años tengamos que hablar de cosas que no nos gustaría”.