VALÈNCIA. Escucho en ocasiones que dentro de un siglo algunos de los ordenadores domésticos serán consideradas piezas de coleccionismo anticuario y por tanto serán coleccionados como tesoros de una época. No lo descarto, sin embargo, dudo que un Amstrad 464 tenga por si mismo una función decorativa equivalente a instrumentos técnicos del pasado, pensados para durar el mayor número de años posibles como las esferas armilares, telescopios, los globos terráqueos, brújulas o astrolabios, posiblemente los instrumentos más avanzados de su época.
Una esfera armilar está formada por un cierto número de círculos (de donde viene su nombre latino “armilla”, o brazalete) insertos el uno en el otro, representando el ecuador celeste, el horizonte incluso el zodiaco, no me digan que no tiene una belleza por sí misma. Una belleza intemporal. De hecho, seguro que no han olvidado una noticia que tomó forma en los años 90 y estuvo cerca de hacerse realidad ya iniciada la primera década del 2000. Nuestro skyline además del Miguelete, las torres de Quart y Serranos o la torre de Santa Catalina estuvo muy cerca de también contar una gigantesca esfera armilar de acero que alcanzaría los de unos 100 metros de altura. Las esferas armilares son unos objetos que representan en miniatura las órbitas de los astros respecto al sol (heliocéntrica) o la tierra (geocéntrica). El proyecto se debía a un arquitecto y artista valenciano llamado Tomás Trenor que lo ofrecía a la ciudad. Se pensó en emplazamientos posibles: el, todavía por ejecutar, parque de cabecera, el futuro parque central o el puerto de València pre-America´s Cup. Y es que el los artilugios de carácter técnico del pasado han provocado siempre fascinación utilitaria y estética.
Hace unos años un anticuario me contó una anécdota relacionada con una esfera armilar. Recibió la visita de uno de los más importante del mundo nada menos que el parisino Kugel, cuya web, os invito a visitar para que veáis en qué nivel nos encontramos. La crème de la crème. El caso es que se interesó muy vivamente por una esfera armilar que reposaba, como una pieza más, en su establecimiento de Barcelona. Era antigua, posiblemente del siglo XVI. Estos instrumentos, si son de alta época alcanzan elevados precios pues son escasos y hay un importante coleccionismo. Kugel la pagó sin rechistar, llevándose a cabo la transacción como una más. Pasó el tiempo y en este caso fue el anticuario español el que visitó al francés de origen judío en su fastuoso palacio parisino del número 25 de Quai Anatole. El anfitrión le invitó a entrar en su despacho cuando sus ojos se dirigieron a algo que estaba sobre la extraordinaria mesa. Un escalofrío acompañado de sudor frío se apoderó de él, porque el escritorio de Kugel estaba presidido, precisamente, por la esfera armilar que le compró en su día. Al instante comprendió que algo no encajaba y que existía en aquella pieza algo misterioso, que había resultado imperceptible para él, puesto que el parisino de origen ruso, siempre rodeado de auténticos tesoros, la había hecho suya personalmente. El marchante judío sonrió maliciosamente le dijo con un tono adoctrinador algo así como “ay señor, señor, no cayó en la cuenta de algo importante y que hacía de aquella esfera que me vendió una verdadera rareza. Debió haberse fijado en su peculiaridad: la esfera es ptolemaica (geocéntrica) y no copernicana (heliocéntrica)”. Enseñanza: a veces lo que hace una pieza realmente única y especial es algo mucho más evidente a la observación inmediata, que escapa a la experiencia profesional y los años de estudio teórico.
El instrumental científico vive su época dorada a partir del siglo XVI con la explosión del Humanismo y en los siglos XVIII y XIX alcanza un nivel de perfección en la fabricación, que en algunos casos es difícil volver a ver. Sobretodo son los países anglosajones quienes se llevan la palma, a través de una ingente cantidad de marcas de mayor o menor prestigio. Hay que reconocer que el desarrollo y fabricación de esta clase de instrumental en España ha sido una rareza y en muchos casos gracias a la llegada de constructores extranjeros, quizás reflejo de una decadencia a lo que hay que añadir una mentalidad no todo lo proclive a la ciencia que hubiese sido deseable.
Si uno es aficionado a la belleza que encierran las antigüedades científicas puede encontrar de todo tipo y precio en cualquier anticuario del mundo pues se exportaron a todas partes y su durabilidad en algunos casos es a prueba de bomba: telescopios, globos terráqueos, microscopios, sextantes, balanzas de precisión y pesacartas, giroscopios, teodolitos etc que en algunos casos son bellas esculturas. En nuestro ámbito hay dos sencillos instrumentos que suelen ser objeto del coleccionismo y que sí que solían ser de fábrica local.
El ponderal es un instrumento, generalmente de bronce, que puede encontrarse con cierta asiduidad en las tiendas de antigüedades. Esta compuesto por una sucesión de vasos anidados como si de matrioskas rusas se tratara encajando unos en otros mayores. El vaso externo, que se le llama guardador, de mayor tamaño tiene también una tapa con un cierre que en ocasiones tiene forma zoomorfa., de tal forma que la última o mayor dispone de una tapa donde pueden colocarse todas las demás. Los vasos tienen un peso que es justamente la mitad que el anterior. Solían emplearse con una balanza para pesar oro o plata. Cada cierto tiempo se verificaba el peso de cada vaso para evitar estafas y se añadía una marca una vez comprobadas. Aunque existen poderales de fabricación española, muchos de estos se hacían en la ciudad alemana de Nuremberg y se exportaban a toda Europa.
Y luego estaban las balanzas de precisión para comprobar que las monedas de oro y plata pesaban “lo que tenían que pesar” según la ley. Las más interesantes son las valencianas del siglo XVIII en las que aparece el nombre de Joseph Planes como “refinador de pesos y pesas en la ciudad de Valencia”. Es decir si el refinador decía que la pesa era de diez gramos, es que era de diez gramos. Solían ir en unas pequeñas cajas de madera con un papel pegado en la parte interior de la tapa con el escudo de la ciudad y la fecha muchas veces escrita a mano. Junto con la pequeña balanza se acompañaban diversas pesas en sus compartimentos. Es interesante que esté completa porque de lo contrario pierde parte de su valor económico.
Para el caso de que quieran profundizar en este mundo tan especial, tenemos la suerte de poder disfrutar en nuestra ciudad de una excelente y amplia colección de pesas y medidas, que se encuentra instalada en diversas dependencias del Museo de la Ciudad de Valencia. La colección nació y creció por obra y gracia de Juan Antonio Gómez Trénor y Fos y en la misma encontramos toda clase de Balanzas, barchillas, varas, recipientes, pesas y medidas de todas las épocas.