archivos domésticos

Así celebró tu ‘iaia’ su cumpleaños en 1953: la Filmoteca rescata la memoria fílmica valenciana

29/10/2018 - 

VALÈNCIA. Tu madre soplando las velas en su quinto cumpleaños. La comida de Navidad de 1959. Esa excursión a Morella en algún momento de los 70. El mar y la huerta evolucionando al son del siglo XX. Desde que se empezaron a comercializar cámaras de vídeo a precios medianamente asequibles, las familias valencianas que podían permitírselo han ido capturando la vida cotidiana a través del metraje amateur. Filmaciones domésticas sin más pretensión que inmortalizar las experiencias compartidas. Con el paso de las décadas, esas bobinas han abandonado el rol de lo anecdótico para convertirse en material documental de primer orden. Salvar ese patrimonio audiovisual de los estragos que puedan producir el tiempo y el olvido es el objetivo de la campaña Imatges per rescatar, un proyecto de la Filmoteca que ya cuenta con 8.000 títulos datados entre 1920 y la década de los 90.

El funcionamiento de esta iniciativa es muy sencillo: una encuentra en el altillo de un armario un puñado de bobinas grabadas por su padre en 1982, las deposita en la entidad dependiente del Institut Valencià de Cultura -donde son preservadas en las condiciones óptimas para su supervivencia- y recibe una copia digitalizada. Las filmaciones evitan el deterioro y tú puedes reproducir en bucle el vídeo de tu iaio jugando con su perro. Eso sí, conviene no dormirse en los laureles, pues, como explica Inma Trull, jeda de Conservación de la Filmoteca, el archivo almacenado actualmente es solamente una pequeña muestra de lo que pudo haber sido: “muchísimo material de los años 20 y 30 se ha perdido”. Para evitar que esas imágenes sigan cayendo en desgracia, Trull se muestra tajante: “hago mucho hincapié en que esas películas no tienen que estar en una caja en casa, sino en centros especiales donde las almacenamos con el nivel de temperatura y humedad que requieren”. Y es que, se trata de un producto muy sensible a los cambios ambientales.

Para Trull, el valor informativo y antropológico de estos archivos domésticos es innegable: “la televisión llegó a España alrededor de los años 50. Hasta entonces, más allá de estas imágenes de aficionados, no había quien registrara las fiestas, las costumbres, cómo es la ciudad, cómo vive la gente. Se hace cine comercial y de ficción, sí, pero no se documenta la rutina, el trabajo, los cambios que experimentan la sociedad y la geografía…”. El relato colectivo quedó, por tanto, hilvanado a golpe de fotograma amateur. Además, no hay que olvidar que en febrero de 1980 los archivos valencianos de TVE se destruyeron durante un incendio. “Ahí hay un hueco que solamente lo suple este tipo de registro casero. Si quieres saber cómo eran las fallas en los años 70, únicamente te lo pueden decir esas imágenes”, sostiene Trull.

 

El carácter casero y no profesional de estas producciones queda reflejado en los formatos elegidos por sus autores: fundamentalmente, 8mm, Super 8 y 9.5mm. “Rarísimamente nos llega algo en 16mm, muy pudiente tenía que ser la familia para poder costearlo”, explica Trull, quien también ha recibido “contadísimos ejemplos” de imágenes en 35mm, aunque en esos casos, se suele tratar de hogares vinculados al mundo de la cinematografía, “y decían, pues ya que me queda media bobina, voy  a grabar al niño”. La ficción tampoco abunda en el metraje recuperado por la Filmoteca, pero no se trata de falta de creatividad sino de la imposición del pragmatismo: “había alguna gente que sí realizaba ese tipo de rodajes, pero al tener que usar bobinas con una duración de tres minutos, era incómodo contar una historia a base de fragmentos diminutos”, señala.

Bautizos, viajes a París, deporte… y Sara Montiel

Como apunta Trull, los asuntos abordados o la forma de comportarse ante la cámara familiar no varían demasiado desde principios hasta finales del siglo XX: “somos animales de costumbres. Siempre vamos a lo mismo”. Las temáticas son diversas, pero presentan un común denominador: están inundadas por la vida diaria. Se entremezclan así celebraciones familiares: bautizos, comuniones, bodas, cumpleaños, nacimientos... Fue a través de estas películas caseras como los valencianos de a pie captaban para la eternidad sus viajes, su nueva condición de turistas, “dependiendo del poder adquisitivo de la familia, encontramos más imágenes de enclaves costeros como Altea o Xàbia o de lugares extranjeros: París, Berlín… La profusión de visitas a Lourdes o Fátima transmite igualmente información sobre las creencias religiosas de esas personas”, señala Trull. También había fotogramas disponibles para filmar competiciones deportivas y fiestas populares, como la Magdalena o los Moros y Cristianos de Alcoi. Para las córneas contemporáneas, destacan las estampas filmadas en el Benidorm de los años 50, cuando la actual meca del turismo masivo todavía mantenía la apariencia de pueblo de pescadores “resulta irreconocible. Al ver la evolución del material filmado ves cómo se ha pasado de una costa casi virgen a otra completamente urbanizada”.

  

Pero estas grabaciones no solamente captaban la rutina, también los acontecimientos singulares o turbulentos, como las escasas nevadas a orillas del mediterráneo durante los años 40 o las riadas. Los vecinos se convertían así en improvisados reporteros al filo de la actualidad que llamaba a su puerta. “Esa gente estaba ahí para filmar esos instantes. Tenemos planos del Túria desbordado, pero también de otros ríos más pequeños como el Magro, que no han quedado registrado en otros medios”.  La mayoría de protagonistas de estas escenas son ciudadanos anónimos protagonizando, quizás, sus únicos minutos ante la cámara, pero de vez en cuando el azar juega sus cartas: “Nos llegaron unas imágenes de una familia tomando unas cervecitas en una terraza… y la sorpresa vino al descubrir que entre ellos se encontraba una jovencísima Sara Montiel que estaba pasando unos días con unos amigos en Benicàssim. Son unas imágenes preciosas de ella sin maquillar, sin glamour audiovisual, en un ambiente íntimo”, expone Inma Trull.

Planos borrosos, encuadres sin sentido… no todo el mundo está llamado a ser un genio del Séptimo Arte. En lo que respecta a la pericia técnica, según apunta Trull “depende mucho de la persona que lo hacía. Tenemos muchas bobinas que son prácticamente insalvables. Y es una lástima, porque hay gente que estuvo en momentos cruciales de la historia. Por ejemplo, nos llegó una filmación de la primera visita de Juan Carlos y Sofía a València cuando todavía eran príncipes. Esto lo captó un vecino desde su balcón, pero le entró tan mal la luz y tenía tan mal pulso que no se les distinguía bien”.

 

Rescate al ritmo del boca a boca

Puede que ahora los selfies sean omnipresentes, pero el empeño por dejar constancia, cámara mediante, de lo vivido no es algo precisamente nuevo: “el ser humano siempre tiene ese prurito de reproducción de su imagen, de dejarla plasmada. Esto no ha cambiado, pero, por una cuestión técnica y económica, ahora resulta más barato, o incluso gratis, y, por lo tanto, lo hacemos más”. En la misma línea, Trull apunta a que en la actualidad “quizás sí estemos viviendo una hipérbole visual, sin embargo, es algo que viene dado por la tecnología”. Cambian los medios y los precios, pero no la pulsión: “Hace unas décadas, la población tenía el mismo afán que ahora de dejar registrada su vida, exactamente el mismo afán”.

La campaña Imatges per rescatar se presenta como una versión actualizada de otra que lanzaron desde el centro a principios de los años 90 y que llevaba por título La Filmoteca recupera tus recuerdos. En cualquier caso, para Trull la cuestión esencial aquí es el boca a boca: “cuando alguien viene, nos trae sus películas y se las digitalizamos, se queda contenta y se lo comenta sus parientes y amigos. Alguien lo cuenta al alcalde de su municipio, que se acuerda de que en un armario guarda decenas de películas que no sabe de quién son. O a un profesor, que ha encontrado en un cuarto del colegio un montón de películas”. Y poco a poco, las historias que esperaban silenciosamente a ser redescubiertas salen de los cajones y las cajas metálicas de galletas y logran una nueva vida, esta vez, imbuidas del aura que les otorga el haberse convertido en fondo documental.

Queda todavía mucho por hacer, pues, según Trull, la sociedad valenciana se encuentra aún a años luz de estar concienciada sobre la importancia del cariz antropológico que tienen estas producciones. “Me he encontrado con mucha gente que no sabía ni que la filmoteca prestaba este servicio y resulta que tenían un montón de bobinas muertas de risa en casa”, señala la experta. Llegados a este punto surge una cuestión clave, ¿a quién pertenecen ahora esos archivos? “Es muy importante que la gente sepa que no van a perder la propiedad de los materiales (a no ser que se trate de una donación, claro). Las familias depositan en custodia las películas para que se conserven bien y se digitalicen. Pero si viene una cadena de televisión o un investigador y comenta que le interesa utilizar un minuto de alguna de ellas, tiene que pedir siempre permiso por escrito al dueño de las imágenes. La Filmoteca simplemente actúa de intermediaria”, explica Trull.

“Muchos nos preguntan para qué queremos esas imágenes, pero ahí hay un error de base: la Filmoteca no las quiere, lo que busca es salvarlas. Quien las puede querer son los medios de comunicación, los estudiantes, los académicos o la gente que trabaja en una serie de televisión y necesita saber cómo eran los vestidos en determinada época o el papel pintado de las casas”. Es ahí donde una filmación cualquiera del 3 de abril de 1968 puede erigirse en pieza capital para transmitir el espíritu de una era. Una forma de estar en el mundo resumida en unos cuantos planos improvisados. Retales del pasado empecinados en sobrevivir para recordarnos quiénes éramos hace no tanto. 


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