Tiene 22 años y es la primera mujer que ha dado el paso de tocar profesionalmente el guembri, un instrumento ancestral considerado sagrado (y vetado para las mujeres). Asmâa lleva por primera vez a València el misterio y la espiritualidad de la música gnawa, en la que resuenan las crónicas de sufrimiento del pasado esclavo de su pueblo
VALÈNCIA. “En Marruecos, la gente de mi comunidad me pregunta por qué tuve que escoger precisamente el guembri, en lugar del violín o la guitarra. Pero yo siempre les contesto que yo no lo escogí; fue el guembri el que me escogió a mí”. Así de contundente se muestra Asmâa Hamzaoui, la primera mujer gnawa que se ha atrevido a contravenir una tradición ancestral que impedía a las mujeres tocar en público este instrumento sagrado.
El guembri -una especie de bajo de tres cuerdas construido con madera, cuero y tripas de cabra- es la clave de bóveda de la música gnawa, uno de los géneros principales del folclore marroquí, cuyo origen está en los cantos espirituales, de oración o de curación de sus antepasados esclavos. Este emparentamiento con la tradición musical iniciada por los esclavos afroamericanos en el sur de Estados Unidos a principios del siglo XX, sumado a ciertas similitudes en las notas y las secuencias de acordes, explica por qué el gnawa ha llegado a denominarse en Occidente como el “blues del desierto”. Un “atajo” que sin embargo no nos sirve para explicar el componente principal de los ritos gnawa: su valor como herramienta de trascendencia cósmica.
La música gnawa es una trama repetitiva de poesía ritual y ritmos hipnóticos, penetrantes y sutiles; frases que se repiten una y otra vez para inducir al trance y al baile intuitivo. Son los mismos cantos que se utilizan en las llamadas lila o derdeba, rituales nocturnos que suelen estar guiados por un maestro de ceremonias o gnawa maalem, que es además quien maneja el guembri.
Las mujeres participan también en estas ceremonias, pero la tradición no las sitúa en el papel de intérpretes musicales, sino en otros como el de rezar, cantar o tocar las palmas. Asmâa, animada por sus propios progenitores, es la primera mujer que se ha saltado esta norma. No solo eso, sino que, a sus 22 años, es también la líder de la primera formación completamente femenina de la historia de la música gnawa. El nombre de su banda, Bnat Timbouktou, puede traducirse como Hijas de Tombuctú, en referencia a la capital de Malí, punto de origen de la comunidad gnawa. “Monté el grupo con mis mejores amigas de la infancia”, recalca Asmâa, quien lleva la voz principal, que tiene eco en las voces corales que aportan su hermana Aicha, Soukaina Elmeliji y Lamgammah Hind, intérpretes a su vez las craquebs, un instrumento rítmico similar a las castañuelas flamencas.
“La idea de montar un grupo exclusivamente femenino fue de mi madre -desvela-. Y, aunque es cierto que he encontrado obstáculos para tocar en público en Marruecos, en Occidente no he tenido ningún problema. El público occidental reacciona muy bien ante la música gnawa, porque al fin y al cabo es un arte espiritual. Es una música que despierta buenas energías, amor y ganas de bailar. Estoy muy orgullosa de que seamos la primera banda gnawa femenina de la historia de mi comunidad”.
El padre de Asmâa es el célebre maestro Rachid Hamzaoui, quien la inició en la interpretación de este instrumento sagrado, hasta el punto de legarle su propio guembri, gesto simbólico que en su cultura equivale a investir a un discípulo con el título honorífico de maestro (o maestra, en este caso). “Cogí por primera vez este instrumento entre las manos a los tres años, y a los siete empecé a tocarlo. A los doce di mi primer concierto. Le debo al guembri la fortaleza de personalidad”, confiesa la joven artista de Casablanca desde la furgoneta con la que está recorriendo España estos días. La gira de presentación de su disco Oulad Ighaba, publicado el pasado otoño en el sello Ajabú! Records, recalará en València el próximo lunes 24 de febrero. El concierto ha sido organizado por el colectivo Sufre Sound System, y se celebrará en la sala 16 Toneladas con Negro como artista invitado. La poesía guitarrística y las atmósferas caleidoscópicas que definen los conciertos del proyecto en solitario de Fernando Junquera será la pista de despegue ideal para el concierto de las marroquíes.
La música gnawa, como cualquier otro género, ha evolucionado con el paso del tiempo mediante la fusión con otras corrientes como el jazz, el blues o el reggae y, aunque su práctica se concentra sobre todo en Marruecos y Argelia, su radio de acción abarca ya muchos países europeos, donde el interés por las músicas del mundo ha experimentado un importante auge desde la década de los noventa del siglo pasado.
En cualquier caso, Asmâa Hamzaoui quiere ser una especie de guardiana de las esencias de la música gnawa. Ella no ha optado por modernizarla; más bien al contrario, aboga por una línea muy pegada a la tradición, con la salvedad de que canta en árabe, en lugar de hacerlo en los dialectos africanos originales. “Tampoco cambio las letras tradicionales -aclara-, solo le doy una personalidad distinta, y una voz femenina. Cantamos a Dios y nos centramos en el aspecto espiritual”.
La comunidad gnawa procede de lo que antiguamente conformó el Gran Imperio del Oeste, que se extendía desde el océano Atlántico hasta el Mar Rojo, y que en la actualidad está dividido en países como Guinea, Senegal, Mali, Níger, Chad y Sudán.
Según se explica en este interesante artículo de Web Islam sobre los gnawas y el chamanismo islámico, el origen de esta minoría étnica se encuentra a finales del siglo XVI. En 1591, durante la invasión y conquista de Mali, el sultán de Marrakech, Ahmed Al Mansour, comenzó a traficar con esclavos negros subsaharianos cuando llevó a Marruecos unos guerreros sudaneses que había capturado en el campo de batalla. La intención era incorporarlos a su ejércitos o utilizarlos para la construcción de ciudades y fortalezas. En un momento decisivo de la guerra por el control de Tombuctú, estos hombres socorrieron heroicamente a las tropas de Mansour. “En agradecimiento, el sultán les devolvió la libertad y pasaron a formar parte del ejército que un día los capturara. Se les concedió la manumisión y el privilegio de ser miembros de la guardia negra al servicio personal del sultán”, indican estas fuentes. Los sucesores de Al Mansour continuaron manteniendo a los gnawas en la Guardia Real marroquí hasta nuestros días.
“Los gnawas comenzaron a formar parte de las tarikas o cofradías sufíes desde el momento en que abrazaron la religión musulmana, aportado su riquísimo y variado conocimiento esotérico basado en el trance cinético y otros estados modificados de consciencia”. Sus conocidas ceremonias sincréticas se celebran en las zauias, donde se baila, se reza y se canta a la Divinidad, siguiendo una tradición que se transmite generación tras generación.
Como decíamos al comienzo de este artículo, estos rituales, en los que intervienen distintos tipos de instrumentos, tienen un claro protagonista: el guembri. Este antecesor del bajo se fabrica con el tronco de un árbol de 55 centímetros de largo y 20 de ancho, cortado longitudinalmente y vaciado con sumo cuidado para que no padezca ninguna rotura ni grieta. La caja de resonancia se cubre con piel de camello y se le añade un mástil de caña grueso. A este conjunto se le incorporan tres cuerdas confeccionadas con tripa de cabra, con un poder de vibración muy penetrante. Por último, en el extremo superior del mástil se coloca una especie de sistro metálico, que tradicionalmente se hace sonar antes de ejecutar una melodía, para que resuene a mismo tiempo que vibran las cuerdas.
“En mi país, tocar el guembri es un tabú para las mujeres, porque es un instrumento vivo: está hecho de madera y cuero; y tiene voz propia”, nos explica Asmâa, que no ve contradicción entre el respeto a la tradición de su comunidad y su defensa de la igualdad entre mujeres y hombres. “Sí, me considero feminista, y estoy orgullosa de mí misma y de ser una mujer gnawa”.