VALENCIA. Que una misma ciudad haya inspirado una de las mejores novelas del siglo XIX (Las bostonianas de Henry James) y al mismo tiempo haya sido escenario real de dos de los hechos más cardinales de la historia de EEUU (la abolición de la esclavitud y el movimiento de emancipación de la mujer) es motivo más que suficiente para visitarla, pues a uno le asalta la idea de que, tal vez, pasando unos cuantos días por sus calles, sea posible que se le pegue algo de ese espíritu absolutamente revolucionario y de libertad que todavía se respira entre sus gentes. Apenas tres horas en el tren Amtrak separan Nueva York de Boston. Muchos viajeros que eligen como destino la ciudad de los rascacielos toman la visita a Boston como una mera excursión, como si la ciudad de Massachusetts sólo fuera un añadido del viaje principal. Boston, sin embargo, merece un periplo único y dedicado pues es, posiblemente, una de las ciudades con mayor oferta cultural de todo el mundo.
El carácter cultureta de los bostonianos es uno de sus rasgos más característicos. Célebre es la frase que pronunció el escritor Mark Twain: “En Nueva York se preguntan '¿cuánto dinero tiene?', en Fidaldelfia se preguntan, '¿quiénes fueron sus padres?', en Boston se preguntan, '¿cuánto sabe?'”. Buena parte de ese perfil erudito se debe a una densa tradición universitaria. La visita a la Universidad de Boston se antoja, en este sentido, esencial. La principal facultad está situada al lado del río Charles, en pleno barrio de Fenway-Kenmore. Boston es conocida, entre otros atributos, por ser 'la ciudad de los barrios', pues hasta una veintena de vecindarios con costumbres y características propias forman parte de la ciudad. Además de alojar el mítico estadio de béisbol de los Red Sox, este distrito es famoso por alojar la Universidad de Boston en la que, por ejemplo, Alexander Graham Bell inventó el teléfono en en 1875. Parece fácil imaginar que entre sus pasillos deambulara Graham Bell, nervioso, un 9 de octubre de 1876, sólo unos minutos antes de establecer la primera conversación telefónica mantenida a través de un alambre con Thomas Watson. Uno en Cambridge, el otro el Boston. El círculo se cerró casi cuarenta años después cuando los mismos hombres hablaron por teléfono, esta vez por cable, entre Nueva York y San Francisco.
Pero la Universidad de Boston tiene como protagonista inesperado a un arquitecto español llamado Josep Lluís Sert. Entre sus discípulos se cuentan nombres tan imponentes como Rafael Moneo o Iñaki Ábalos. Tras acabar la Guerra Civil, Sert se exilió a Nueva York. Estando allí le ofrecieron un puesto de máxima responsabilidad en la vecina Universidad de Harvard. Allí creó el primer curso de posgrado de urbanismo del mundo y también, desde allí, proyectó edificios emblemáticos como la biblioteca principal o las facultades de Educación y Derecho de la Universidad de Boston.
Otro de los nombres ilustres que hicieron a Boston merecedora del calificativo “la Atenas de Estados Unidos”, fue Martin Luther King. Es imposible no sentir un cierto escalofrío al imaginar a este líder de los derechos humanos obteniendo su doctorado en teología en el año 1955.
La otra gran conquista social que tuvo como telón de fondo las calles de Boston fue la emancipación de la mujer. Es lógico pensar que el poder que ejercía la clase media intelectual que habitaba en Boston impactara de especial modo para que se generaran cambios de vida en las mujeres. El escritor Henry James tuvo una especial sensibilidad hacia estos movimientos sociales y la intensa actividad intelectual que desarrollaba en la próxima universidad de Harvard. El movimiento feminista bostoniano inspiró a James para crear una de sus novelas cumbres:
" Ella no se hacía ninguna ilusión sobre el porvenir que le esperaba cuando fuera su mujer; no lo pintaba con colores suaves ni se prometía que resultaría fácil; por el contrario, sabía que viviría en la pobreza y en la oscuridad, que sería la compañera de sus luchas y de su severo, duro y áspero estoicismo. Pero sabía también que la felicidad para ella consistía en introducirse en la vida de él, por árida y triste que pudiera resultar”.
Este es uno de los fragmentos que mejor resume el espíritu de Las bostonianas, una novela que narra la esencial relación entre Olive Chancellor -una ferviente feminista de Boston- y Verena Tarrant -una de las protegidas de Chancellor que es clave en el movimiento feministas y al que pretende Basil Ransom, un redomado conservador de Mississippi-. Gracias a esa novela, el lector-viajero puede conocer una ciudad que hunde sus raíces en una fuerte influencia irlandesa, pues durante el siglo XVII y hasta mediados del XIX, casi 250.000 irlandeses llegaron a las colonias originales que darían forma a Estados Unidos.
Si la educación es un pilar fundamental en la historia e importancia de Boston, su tamaño es otra de sus cualidades, pues mezcla en perfecto equilibrio las riquezas de las grandes urbes sin perder la calidez y el encanto de las pequeñas ciudades. Una extensión limitada en la que pueden encontrarse contrastes entre, por ejemplo, el elegante barrio de Beacon Hill -con sus calles adoquinadas y sus casas unifamilares adosadas que parecen sacadas de la literatura James-, y el moderno barrio Somerville, a las afueras de Boston y colindante con Cambridge, que contiene alguno de los rasgos más hipster de la ciudad.
Y si Boston es conocida como 'la Atenas de EEUU' o 'la ciudad de los barrios', es necesario añadir una tercera definición que, por cierto, también es habitualmente referida a nuestra Valencia: 'Boston, la ciudad musical'. Desde el Berklee College of Music, pasando por la Casa de la Ópera de Boston o la Orquesta Sinfónica de Boston, hasta llegar a la Sociedad de Música de Cámara de Boston, son múltiples las asociaciones e instituciones musicales que pululan por Boston. Citas clave como el Boston Globe Jazz, el Blues Festival o el Festival de Música Antigua de Boston ayudan a que, cada vez más bostonianos, elijan la música como forma de vida.
La educación, la revolución y la música dan unas enormes ganas de comer y Boston podría ser una excepción a aquello que habitualmente se afirma, que en EEUU no se come bien. La ciudad muestra una especial afección por los platos de mariscos y pescados entre los que destacan los sabrosos sandwiches de langosta y la conocida sopa de almejas.
La visita al mítico restaurante Ye Olde Union Oyster House, inaugurado en 1826, es uno de los más antiguos de Estados Unidos. Localizado en el camino de la Libertad y muy cerca de Faneuil Hall, este local ha tenido ilustres clientes como el oriundo clan Kennedy que, según cuenta la leyenda, celebraba escandalosas fiestas en la intimidad del comedor de arriba. Un manjar menos delicado que el marisco o el pescado pero, sin duda, más adictivo es el donut. Boston posee el gastronómico honor de ser la cuna de la creación de este dulce mundialmente conocido. La sofisticación llega al mundo del donut gracias a las creaciones de Heather Schmidt y su bar Union Square Donuts. Enclavado en Somerville, en este local se pueden degustar por pocos dólares donuts de bacon y sirope de arce, donuts veganos o donuts de pastel de sidra de manzana. La energía perfecta para seguir visitando una ciudad que nunca se agota.