VALÈNCIA. La Sala 16 Toneladas se abre un martes a las 10 de la mañana. No es para un concierto, sino por una reunión “que no se hacía a esas horas desde hacía años”. Se juntan en el centro de la pista de baile Laura Amado, Kris Ska, Pepe 16 Toneladas (sí, el responsable de la sala) y Saül Ska-bà. Ellos cuatro son Bredda Jamaican Music Club, una asociación que desde 1999 promocionan conciertos de ska, rocksteady, rhythm ’n’ blues y reggae en València. Y aunque parezca todo bastante normal, ellos fueron los pioneros en traer de manera regular música jamaicana en directo a la ciudad. Cuando aquí no se tenía tanto de todo, ellos se propusieron que si había de algo mucho, mejor que fuera el underground de estos sonidos.
Saül y Laura han traído una carpeta llena de algunos carteles originales de los más de 150 conciertos que han organizado durante estos años. Los colocan en el suelo de manera más o menos anárquica para una foto que prepara Kike Taberner. Cuando este les pide que elijan el que más le gusta para otra foto, se empiezan a recordar entre los cuatro historias de estos veinte años de conciertos. Cuando este no apareció y nos llamó su mujer para decirnos que llevaba tres semanas sin saber nada de él, aquel que pidió ron con horchata, el otro que preguntaba si el socarrat era la mejor parte de la paella... "Cada concierto tiene su historia", dice sonriendo Pepe.
Fotos: KIKE TABERNER
Al final, Saül elige el cartel del primer concierto, NYC Ska Mob, un llenazo total del que luego hablará en profundidad. Pepe escoge uno de tantos que recuerda como "divertidísimos", aquellas noches que parecían normales y se acaban mitificando, en concreto el Bredda Show en honor a Lauren Aitken en El Loco. Laura se decanta por un concierto al que fue poquísima gente ("eramos veinte o así") pero que acaba siendo para no olvidar, The Agrolites. Y Kris, que llega algo más tarde, y se ha perdido la selección de los demás, escoge a Mr.T-Bone and the Young Lions tras preguntar cuál no puede coger. Todos tienen una historia detrás, todos podrían haber escogido el de los otros. Una vez acabada la sesión de fotos, colocan cuatro taburetes en fila y se disponen a repasar, con humildad y el punto justo de nostalgia, estos veinte años de música.
La música ya no es lo que era,...
El primer concierto de Bredda Jamaican se organizó en una fecha complicadísima, un 30 de diciembre de 1999. Un grupo de aficionados a la música jamaicana quisieron crear algo que le diera regularidad a la escasa oferta de bolos de este género que había en València. "Teníamos dos referentes: en primer lugar, los casales populares y sus movimientos juveniles; y después, una leyenda urbana que nunca hemos confirmado y que cuenta que en Castellón los rockers se juntaba la gente para crear asociaciones y pagar entre todos el concierto y que así pudieran parar por la ciudad artistas internacionales. Eso es lo que quisimos hacer", cuenta Saül, el único miembro de los cuatro actuales que pertenece a Bredda desde los inicios. El concierto fue un éxito total, así que les pidieron que hicieran otro, y luego otro más, y así hasta que adquirieron la fuerza suficiente para tirar del carro ellos solos.
En aquella València de 1999, había muchas menos salas y muchos menos conciertos que en esta València de 2019. También la industria era 180 grados diferente. El saber hacer de Bredda Jamaican Music Club venía, según ellos, "de ser muy punkis". Contactaban directamente con grupos que buscaban sitios donde tocar entre un fin de semana y otro. Un miércoles venían a València sin esperar cobrar lo que pedían en Madrid o en Barcelona. Sin saber si iban a salir para 20 o para 200 personas. Cenando y quedándose en casa de los propios miembros de la asociación. A lo punki. De esta manera, hanpodido traer a grandes nombres internacionales como The Toasters o New York Ska-Jazz Ensemble, aunque estos dos ejemplos "son lo más mainstream" que han gestionado y les servía para ganar el dinero que perderían en otros bolos. Este saber hacer ha dado sus frutos y ha tejido relaciones personales muy intensas con algunos grupos, que cuando pasan por València no se olvidan de visitar a aquellos que le presentaron la ciudad.
Ahora las cosas han cambiado, y Bredda ha tenido que renunciar a seguir algunos cambios que ha tenido la industria en los últimos años. El más significativo, que ahora es casi anecdótico el contacto directo con los grupos. El aumento generalizado de la demanda de música en directo ha puesto entre el pequeño promotor y el grupo unos cuantos intermediarios que no hacen tan fluida la relación entre estos. Por otra parte, el género ha sufrido algunas perversiones, como la tendencia de algunos grupos por hacerse más verbeneros y no buscar tanto la calidad musical, o algunas iniciativas como el Rototom "que se aprovechan de los grupos locales pagándoles cuatro duros o nada, haciendo negocio de la escena", algo que es "una idea opuesta a Bredda". La iniciativa, que por su trayectoria puede parecer un buen negocio, "siempre se ha hecho por amor al arte, reinvirtiendo el dinero que se ganaba en un concierto para organizar el siguiente", cuentan. Y añaden: "nunca hemos ganado nada haciendo esto. En todo caso lo hemos perdido".
Preguntados por si ese saber hacer las cosas a la manera más punk les hace sentirse una isla en la situación actual del panorama musical, responden -sin la intención de mirar a nadie por encima del hombro- que sí: "Nosotros siempre haremos las cosas pensando en el underground, queremos sacar las cosas adelante por pasión, no por dinero". De ahí su nombre, que en patois jamaiquino significa hermano.
... pero cuando comienza el concierto, todo lo demás empieza a dar igual
La historia de Bredda Jamaican Music Club ha tenido sus altibajos (así lo reconocen sin reservas), pero veinte años no se celebran si no han merecido la pena. Ahora cada uno tiene su día a día, y como no son les reporta un salario, cada uno ha dejado en un segundo plano su juventud para hacer su vida, en la que promover conciertos encaja de una manera diferente. Aún así, la fuerza y las ganas no faltan.
Hacer la labor que han desempeñado durante este par de décadas les obliga también a hacer un balance personal. Y en cuanto se les pregunta, giran la mirada hacia otro lugar con timidez para pensar una respuesta a la altura. La primera en responder es Laura: “Yo destacaría que a pesar de las dificultades, las discusiones, las cosas que han podido salir mal... Todo eso ha dejado de importar cuando ha empezado el concierto. Es un momento mágico, que has preparado tú para divertirte con los demás. Suena la música y lo que te importa de repente es bailar”, cuenta.
Al testimonio de Laura se le añade la experiencia de Pepe, que ahora tiene una de las salas de conciertos de referencia en la ciudad. O la de Kris, que destaca haber conocido personalmente a grupos que han crecido con ella desde que tenía 17 años. O la de Saül, que pone en valor esa actitud punk que llama a la alegría y a la pasión por hacer las cosas. Y también la de la gente que ha pasado por Bredda durante su vida y ha vivido las historias detrás de cada cartel, y por eso piden que se mencione a Kodi, Dani, Víctor, Miquel y Juanito. Porque también se trata de la gente que han conocido y con la que han compartido pegadas de carteles y pistas de baile durante estos años.
Y en el fondo, la sensación de que han cocinado a fuego lento una escena de música jamaicana que ahora en València va sola, pero que no ha sido así siempre. Eso y un buen puñado de referencias locales a poner en valor, como Offbeaters u Oldfashioneds. También la satisfacción del camino de normalización que ha podido tomar el sonido jamaicano. Y otras tantas cosas que solo caben en veinte años.
- Una última pregunta, ¿veinte años más para Bredda Jamaican Music Club?
- Sin duda