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MÚSICOS Y SUS CALLES 

Callejero musical: así es el mapa de las calles dedicadas a músicos en Valencia

Más de una treintena de calles de la ciudad esconden, tras el nombre de un músico, trayectorias muchas veces ignoradas en el enjambre valenciano

6/10/2016 - 

VALENCIA. El pasado 17 de septiembre se inauguró el ciclo de conciertos de ‘Música al carrer’, auspiciado por el Ayuntamiento de Valencia y la Coordinadora de Sociedades Musicales Federadas de la Ciutat de Valencia (COSOMUVAL). Desde entonces, y hasta el próximo 11 de diciembre, tendrá lugar el Primer Ciclo de Conciertos de Bandas de Música en la ciudad de Valencia a partir de 25 conciertos de asociaciones, sociedades, uniones y agrupaciones musicales valencianas en lugares públicos. Los mercados de Cabanyal y Colón, además de la Plaza de Astilleros y los parques de Viveros, Benicalap y Cabecera acogen la forma tangible de la versión pública: “diversificar y llevar la música a todos los barrios de la ciudad”, además de “potenciar los valores tradicionales y musicales entre la población valenciana y apoyar institucionalmente el trabajo de las sociedades musicales”.

Y la realidad es que, esta vez, no parece haber nada oscuro que rascar detrás. De hecho, la iniciativa casa a la perfección con la línea de gobierno de un ayuntamiento que, tras años de estrangulamiento público, empieza a dejar respirar a la música en directo. Por la presión policial habría que preguntar a los gerentes de salas de conciertos, que siempre es algo mucho más subterráneo. Sin embargo, medidas como la de permitir que los músicos utilicen amplificadores en el espacio público, o la voluntad de ampliar a un año la demanda de ampliar de tres a doce meses las autorizaciones para tocar en la calle, encajan con la precisión de un rompecabezas en la política de un consistorio que parece haber empezado a entender el papel de la música en la ciudad.

 

En una ciudad que cuenta con el 50% de los músicos profesionales censados en España, afrontar el presente de otra forma sería estúpido; afrontarlo como se había hecho antes, acorralando al músico. En el último año, la Federación de Sociedades Musicales de la Comunidad Valenciana

(FSMCV), con 200.000 socios y unos 40.000 músicos, registró casi 1.700 agrupaciones musicales entre orquestas, coros, grupos de cámara o dolçaina i tabal, bandas y big bands. Estos datos, hoy, son el reflejo de una tradición indiscutible que se refleja, casi de forma fortuita, con el simple hecho de salir a la calle en Valencia.

El triángulo de Benimaclet y la distancia entre Caballero y Serrano

Más de una treintena de placas del callejero de Valencia están consagradas en honor a algún músico, maestro o estudioso de la materia. Lo verdaderamente complicado es no atravesar alguna de ellas al final del día, pues están repartidas con democrático equilibrio a lo largo y ancho del retrato cartográfico de la capital; pocos barrios se quedan sin representación musical en sus esquinas. Plazas, avenidas, calles, costanillas, callejones… más de tres decenas de representantes metálicos dan para que la música abarque todo el espectro urbano de Valencia. La ciudad es, de entre las más relevantes del país, la que más arterias dedica a músicos en su mapa.

El hecho irrefutable de que en Valencia se camina con banda sonora es la existencia de barrios como el de Benimaclet: hasta cinco calles le dedican a músicos entre sus límites. El triángulo de un kilómetro y medio formado por los músicos Belando, Magenti, Hipòlit Martínez y Martínez Coll junto al maestro Caballero bien podría ampliarse con Albéniz, situado al cruzar Primado Reig. Leopoldo Magenti Chelvi destacó en la composición, especialmente de zarzuelas; algo que también tocó el fundador de la Orquesta de Cámara Orquestal Valenciana, Rafael Martínez Coll, más abierto a composiciones de teatro religioso o himnos de fallas. Por su parte, no había mejor barrio para Manuel Belando e Hipólito Martínez: ambos llegaron a dirigir en su momento la banda de la Societat Musical de Benimaclet.

A veces cuesta no pensar que las cosas suceden por una razón. La cercanía de Belando e Hipólito Martínez, por ejemplo, o los casi tres kilómetros de separación entre las placas de los maestros Caballero, en Benimaclet, y José Serrano, entre Ensanche y Ruzafa. Siempre según María Francisca Olmedo de Cerda en Anecdotario Histórico Valenciano, sus representantes urbanos no se sentirían demasiado cómodos juntos. El primer gran éxito del maestro Serrano, recién llegado a Madrid, fue compuesto para Caballero, que al parecer prometió reconocer el mérito en la autoría del músico de Sueca si la pieza, una composición para Lucrecia Arana, triunfaba. Esto último sucedió, dejando en evidencia que Caballero no tenía intención de cumplir la promesa inicial.

Iturbi y el privilegio de estar en el centro

En el callejero de Valencia entregado a la memoria de los músicos valencianos el tamaño importa, pero sólo relativamente. Sobre el papel, el más de kilometro y medio de avenida (de ida y vuelta) para el maestro Joaquín Rodrigo al oeste de Valencia le otorga cierta autoridad con respecto a los demás. Sin embargo, es probable que a José Iturbi no le duelan las teclas, allá donde esté con su piano, tras ver que su calle apenas llega a los 100 metros al encontrarse con la plaza de Sant Bult; estrecha e incluso lóbrega por momentos, tiene el encanto de lo que a uno le cuesta darse cuenta. Es probable que a Iturbi le doliera más aquello que sucedió en Almassora: el ceramista encargado de hacer su placa, con el piloto autoratico, le otorgó condición de santo y su primera versión rezaba, nunca mejor dicho, como Calle de San José Iturbi.

La de Iturbi es una de las pocas calles que la Valencia encorsetada entre las torres de Serrano y las de Quart ha dedicado a sus músicos. El pianista y compositor comparte territorio privilegiado con coetáneos como Eduardo López-Chávarri, que lo introdujo en su primer concierto de conservatorio y hoy lo observa geográficamente a una distancia de 800 metros desde su plaza ubicada cerca de la calle Quart. El mestre Palau, tal y como reza su placa, se queda al límite: para él, también compañero de era de Iturbi, es una calle perpendicular a Guillem de Castro que, al otro lado, ya es para Maldonado. 

 

Diferente es, sin embargo, lo del barcelonés Anselmo Clavé, que también tiene calles en A Coruña o Madrid, y en Valencia se ubica en la maraña entre la calle San Vicente y Barón de Cárcer. Es el mismo lugar que ocupa el valenciano Vicente Peydró; de hecho, en sus 200 metros entre Les Garrigues y la Plaça de la Mercé llega a separar Mestre Clavé de Adressadors. Peydró (i Díez), reconocido compositor de zarzuelas entre las que se encuentra Les Barraques, está bastante lejos del que fue uno de sus maestros en vida: Manuel Penella, fundador de la primera Escola Municipal de Música para niños, tiene su lugar en una calle muy cercana al Hospital Universitario Doctor Peset.

Historias entre el Mozart valenciano y el Schubert español

La vinculación temática parece, sin duda, una buena razón para explicar la proximidad a la hora de bautizar según qué calles. Muy cerca, tanto como 57 metros en paralelo, están las calles del músico Ginés y Martín Soler, ambas con Blasco Ibáñez; lo de la escueta calle de Vicent Martín i Soler, el Mozart valenciano (il Valenziano en Italia) es, como una de sus óperas de más éxito internacional, Una Cosa Rara (aunque no tanto como su biopic con Toni Cantó). La excepción en esta tendencia es José Moreno Gans y su plaza; un doble Premio Nacional de Música (en 1928 y 1943), aislado de todos los demás, a escasos 600 metros de la playa de la Malvarrosa.

Un poco de arqueología musical nos regala preciados descubrimientos alrededor de las vidas que existieron antes de la placa. Como la de Josep Espí i Ulrich; si Martín i Soler pasó por ser el Mozart valenciano en el siglo XVIII, Espí, con su calle en la frontera norte de Valencia, fue conocido en el XIX como el Schubert español y puso música a poemas de Goethe o Lord Byron. Más doloroso, si cabe, es el olvido al respecto de José Melchor Gomis i Colomer (entre Patraix y Safranar): su autoría en el Himno de Riego (no suficientemente probada, al parecer) es sólo una marca en un curriculum cuya entidad le granjeó la Legión de Honor francesa justo antes de morir en 1836, a los 44 años, y ser enterrado en el cementerio de Montmartre ante el lamento de figuras como Hector Berlioz

Junto a ellos, historias como la de Francisco Cuesta, referente del modernismo valenciano (con su plaza en los límites de Quatre Carreres) o la del exilio itinerante de Óscar Esplá (junto a la avenida de la Plata). Muy pocas de esas historias, por cierto, se esconden detrás de placas con nombres de mujer; la de la compositora y musicóloga María Teresa Oller i Benlloch o la de la mismísima Concha Piquer (cerca de la antigua Fe y de la calle Ruaya, donde está su casa en la infancia) recuerdan todavía el camino que queda por recorrer aquí también.

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