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entrevista

Carles Alfaro, el teatro como servicio público

El director teatral valenciano regresa a la ciudad y presenta 'Atchúusss!!!' en el Teatro Olympia del 11 al 15 de enero

11/01/2017 - 

VALENCIA. Carles Alfaro (Valencia, 1960) optó por el autoexilio tras el cierre del Espai Moma. Aquella sala privada fue pionera, entre 1997 y 2004, en la aproximación del teatro contemporáneo y en valenciano a la ciudad. Pero, ay, cuán ingrata es esta tierra. Visto el nulo apoyo de las instituciones, el director y dramaturgo decidió poner fin a la travesía de gestión y centrarse en su trabajo sobre la escena. Por desgracia para los espectadores valencianos, las tablas que su buen hacer pisarían en los años venideros ya no serían las de esta tierra. Y no por falta de trabajo ni de méritos. Alfaro ha trabajado a destajo en los últimos lustros, con producciones para los teatros de la Abadía y Español de Madrid, el Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Teatre Nacional de Catalunya, el Teatre Lliure de Barcelona y el Festival Temporada Alta de Gerona. Hasta 2013 no volvió a estrenar en casa una obra bajo su dirección. Fue Petit Pierre, de Bambalina, programado en el Teatre Talia. Este año pasado, y al albor del cambio político, montaba, ahora sí, con su veterana compañía Moma Teatre, fundada en 1982, Tío Vania, de Anton Chéjov, con un elenco completamente valenciano y en la lengua vernácula. La pieza está programada el 10 de febrero en la Casa Municipal de Cultura de Puerto de Sagunto. Y como no hay dos sin tres -en beneficio de la audiencia valenciana, esperamos que el recuento siga subiendo-, el Teatro Olympia ha programado del 11 al 15 de enero Atchúusss!!!!, una obra basada en los primeros textos del dramaturgo ruso y que le supuso el Premio Ceres 2015 a la Mejor Dirección de Escena. En preparación, tiene una versión de La vida es sueño para los Teatros del Canal de Madrid, ¿Qué delito cometí contra vosotros naciendo?, donde ajusta el clásico de Calderón de la Barca a tan solo cuatro personajes.

—¿Por qué consideraste los cuentos de Chéjov el punto de partida idóneo para pergeñar un texto dramático sobre nuestro tiempo?

—Todo esto comienza por la constancia y obcecación de Fernando Tejero, que quería que trabajáramos juntos. Me comentó que también había interés de Jesús Cimarro, director de Pentación Espectáculos y gestor del Teatro La Latina. A partir de ahí le di muchas vueltas al pasado del Teatro La Latina, teatro de la comedia popular, de la revista, y pensé que el planteamiento de hacer un homenaje al vodevil era una vía que me suponía un reto. Chéjov es un observador de la condición humana. Plasma hasta qué punto podemos ser ridículos y patéticos desde una mirada tierna, no cínica. El desafío era ver hasta dónde podía alcanzar la complicidad del público de La Latina con unos textos de carga poética. Pasar de la sutileza a la elocuencia.

—En este montaje has eliminado a dos personajes menores, otro tanto hiciste en Vania, en Éramos tres hermanas, donde de 12 personajes bajaste al trío protagonista, y en MacbethLadyMacbeth, donde dejaste a ocho. ¿El teatro clásico está sobrecargado?

—No es una cuestión económica, cuando ocurre es porque hay una almendra, una esencia que me interesa. A veces hay obras maestras que no puedes abarcar del todo, así que intento centrarme en un prisma. En tiempos pasados, ha habido cierta servidumbre a la que atender. Por ejemplo, si hablamos de Shakespeare, cada escena debía acabar con sangre para que la obra funcionase. Pero, ahora, las cosas han cambiado mucho. No soy de moderneces, la contemporaneización de una obra la siento más en un sentido dramatúrgico que estético. Cuando he reducido nunca he inventado, las palabras son del autor. Me cuesta mezclar manos.

Atchúusss es un ejercicio de voyeurismo sobre la condición humana, pero su hilo conductor es un actor venido a menos que trabaja como acomodador. ¿Era tu intención rendir un homenaje al oficio teatral?

—Sí, totalmente. Sobre todo, porque Chéjov era un enamorado de la vida de la tramoya. Le encantaba ver desde cajas, en vez de ocupar la butaca de espectador. Pasaba las horas atendiendo a cómo se transformaban los intérpretes, a cómo se maquillaban. La obra habla de la vida fascinante, pero tremendamente dura y solitaria, de un actor. La sociedad se ensimisma con las personas populares, y plasma su interés por la fama en la cultura del selfie, Pero si un actor le dice a unos padres: “Me gustaría casarme con su hija”, la cosa cambia. De pronto, esos seres ya no son tan positivos.

—Según Chéjov, "uno no puede escribir teatro en Rusia, donde los actores no son respetados, donde son atacados brutalmente, donde no se les perdona ni el éxito ni el fracaso". ¿Cómo se les trata en España?

—En España tampoco existe ese respeto. Fueron muchos años de incultura, ignorancia y de no respetar ni amar los pensamientos y las ideas de los artistas. Aun estamos muy en El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez. Tengo la  sensación de que a los artistas de la escena se nos trata como a unos ingenuos que no queremos crecer. No estamos a la altura de los sir de Gran Bretaña. Aunque, poco a poco, se va haciendo.

—En Atchúusss repites con Adriana Ozores, junto a la que ya trabajaste en Petit Pierre y en MacbethLadyMacbeth.¿Qué suma a tus proyectos?

—Me parece soberbia. Tiene una técnica muy precisa y elegante. Es austera y sutil, y al tiempo, elocuente. Me parece una de las grandes. La fauna que se ha creado en el reparto es fascinante. Hay personas que me han preguntado si estos actores tan mediáticos eran tiquismiquis, pero no lo son en absoluto. Tejero es una persona humilde y sencilla. Ha estado abierto al proyecto con una avidez que me ha conmovido. Ernesto Alterio tiene un talento que le desborda, toca el piano sobre la escena, es muy poliédrico... un actorazo camaleón. Malena Alterio es de una enorme delicadeza en el trabajo. Y Enric Benavent es un cómplice de mucho tiempo.

—¿Cuál ha sido el mejor momento de tu vida como director?

—No está tan relacionado con espectáculos concretos, sino con algún momento de los procesos de trabajo en los que hay una sensación mágica. Sólo por esos cinco segundos vale la pena. Es el instante más intimo y gozoso, porque cuesta mucho hacer teatro, es complicado, muy largo y agotador. Además de la gratificación que el público te da, necesitas el encuentro con compañeros. Hay un “cling” revelador en el proceso, no previsible, que le da un sentido único a esa obsesión y locura que requiere levantar un espectáculo. Y es importante que ocurra, porque la autocrítica de uno hace mucha mella.

—¿Qué influencia jugó tu padre, el escultor Andreu Alfaro, en tu apropiación del espacio escénico?

—Me influyó en el sentido crítico, en no autocontemplarme demasiado. Me transmitió una actitud. Y el rigor que estableces entre tu trabajo y la sociedad es algo que he vivido, he respirado y he padecido.

Este año se cumplirá el 35 aniversario de Moma Teatre, ¿Qué balance haces de la travesía?

—Ha habido muchos momentos en los que pensé en tirar la toallas, porque el nuestro es un pequeño país muy difícil. Durante 13 años no se ha podido ver nada mío en la ciudad. Lo que te hace dudar de muchas cosas. No obstante, Moma no ha sido un salvavidas ni un seguro para trabajar, sino un anhelo y un proyecto eterno. Hay más de una Valencia y a esa me dirijo. Son muchos años de lastre y problemas, y eso hace que Moma siga teniendo sentido. Y yo me considero un privilegiado, así que si yo tengo dificultades, no me quiero imaginar las del resto.

—¿En cuántos viajes anuales en tren se traduce el autoexilio?

—80 billetes al año. He seguido viviendo en Valencia siempre.

—¿Qué te enseñó la experiencia de gestión del Espai Moma?

—Que en Valencia era posible hacer lo que hacíamos. Pero mantenerse es morir, tienes que seguir creciendo, porque repetirse no va a ningún lado. Hay que tener una autoexigencia. No has de conformarte con el listón que te fijas, sino aspirar a subir el listón del público. Además también apostábamos por cuestiones de la lengua. No eran proyectos fáciles. Y no hubo manera, el contexto lo hacía muy difícil.

—¿Se está trabajando por el medio y el largo plazo en la política teatral valenciana o vivimos un espejismo?

—Hay un problema de definición de proyecto. Estamos corriendo el terrible peligro de limitarnos a cambiar los títulos y las personas. Tenemos mucho por hacer porque está todo arrasado. Este es un trabajo arduo, hay que tener calma, pero ser claros. No podemos seguir haciendo eventos, proyectos isla, porque repetiremos lo que hizo la derecha: no dejar siembras. Hay que construir sobre construido, hacer un trabajo paciente y exigente, y es un tema que me preocupa, porque no acaba de verse claro qué proyecto hay a medio y largo plazo. Sin embargo, aún estoy confiado en que demos ese paso y nos atrevamos a significarnos sobre qué tipo de sociedad y de cultura queremos. La cultura es fundamental para una sociedad y bien diseñada, en absoluto es deficitaria. Si recibe ayudas, que no dude nadie que estaremos produciendo más porcentaje del PIB que el que estemos restando. Y el día que el capítulo de subvenciones pase a ser un capítulo de inversiones, habremos dado un giro a entender un proyecto de futuro.

—Hace un tiempo declaraste que el teatro debería ser una asignatura obligatoria en las escuelas. No se si sabes que la Cámara de Diputados de Chile acaba de aprobar su inclusión en Educación Básica y Media. 

—Una vez más nos tienen que dar lecciones. No hay cultura más saludable que el ejercicio de ponerse en el lugar del otro. Y eso es lo que hace un actor cuando interpreta a un personaje. Explora la causa y los efectos de sus conductas, comprende sin enjuiciar, pero sin ser condescendiente, sino tremendamente crítico. No encuentro mejor herramienta para inculcar a los niños la tolerancia.

¿A qué autores vuelves una y otra vez?

—Me siento muy identificado con Chéjov, y muy acompañado por Albert Camus. Son los dos autores que más me han influido a nivel personal. Por Harold Pinter sentí devoción, porque con menos no se puede hacer más. Era un hombre con tal capacidad en el lenguaje teatral que lo hizo evolucionar. De él he aprendido muchísimo dramatúrgicamente, y sus enseñanzas las he podido aplicar a cualquier autor. No obstante, no me siento tan cercano a su naturaleza, no lo he sentido como compañero de viaje.

Ahora que tu adorado Pinter ha fallecido, ¿cuál es el autor vivo más importante de los que existen?

—Estoy en un momento en el que necesito aprender de mí mismo, encontrarme, y a través de otros expresar lo que quiero. En ese sentido, me siento más espectador que nunca de mis propios espectáculos. Necesito significarme cada vez más. Cada vez me exijo más. Y no me fascino tan fácilmente. El tiempo pasa.

—La imagen pública siempre te ha angustiado mucho. ¿El tiempo te ha ayudado a paliarlo?

—No. De hecho puede haber ido a peor.

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