VALÈNCIA. Carmen, Pepa, Isabel, Cándida, Catalina, Mari Carmen, Rosario, Amparín, MªÁngeles, Amparo, Carmen, Pilar, Pilar, María Amparo, MªCarmen, Arabella, Paqui, Pura, Maribel, La Gazpacha, Valentina, Pepa, Cristina, Amparo, Pili, Carmen, Mari, Amparo, Paqui, Severina, Ana, Marcela, Emy, Lichi y Gala. Lo colectivo importa, y mucho, pero no hay colectivo sin sujetos, sin esas historias únicas que componen un cuadro con mil y un matices. No hay colectivo, en definitiva, sin personas. De eso va la historia de Carmen y Pepa, de Mari Carmen y Catalina, de esas más de treinta mujeres cuya memoria personal es una voz única y, a la vez, global, relatos que dan forma a la historia de un país, una historia que proviene de los márgenes, aquella que no se ha enseñado en los libros de texto, pero no por ello menos valiosa.
Este listado, sin embargo, no está completo. A esos nombres hay que sumar el de Ana Penyas y Alba Herrero. La ilustradora, Premio Nacional de Cómic 2018, y la antropóloga e investigadora social son las ‘culpables’ de que esas mujeres, todas trabajadoras del hogar, hayan irrumpido en las salas del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), en esa institución museística que rara vez ha dirigido la mirada a estas realidades y que ahora lo hace de frente y con una palabra como base: dignidad. “El trabajo remunerado en el hogar debe ser dignificado, reconocido afectiva, social y laboralmente. Hay que democratizar los cuidados por medio de una reorganización social. Y estas cuestiones no son ajenas a los museos que pueden contribuir a transformar los imaginarios, para transformar positivamente el presente”, defendió Nuria Enguita, directora del IVAM, durante la presentación de En una casa, un proyecto que eleva la experiencia de las trabajadoras remuneradas del hogar a las capillas del arte.
Aunque el visitante podrá ver desde hoy la exposición, lo cierto es que es imposible entender el proyecto en su totalidad sin conocer los procesos que las han llevado ahí, un proyecto “híbrido”, entre la narración gráfica y la investigación social, que no trata solo de una aproximación estética de la realidad de estas mujeres, sino que pasa por un profundo proceso de escucha que marca un trabajo que es tan artístico como político y social, un relato atravesado por el feminismo que mira a esa historia “no hegemónica” que es indispensable para entender y completar los relatos globales. “Ponemos la mirada en lo cotidiano, en las subjetividades que nos permiten entender contextos globales”, relata Alba Herrero. Esto no es algo nuevo para ellas, Ana Penyas ya hizo lo propio en el laureado cómic Estamos todas bien, en el que fijó su mirada en sus abuelas para dar voz a una generación “silenciada”. También Herrero ha participado en distintos proyectos, como el documental Entre el dia i la nit no hi ha paret, junto con el colectivo Les Espigolaores, en el que recuperan la memoria de las mujeres de la huerta. Lo que sí es nuevo es para ellas es esa conexión interdisciplinar, un experimento que les ha permitido “explorar” espacios desconocidos y que han resultado en un rico proyecto que interpela al espectador en más de una capa.
Una de esas capas mira directamente al presente a través de la confección de un fanzine realizado a partir de varios talleres en los que participó un grupo de trabajadoras de hogar, una publicación que llega bajo el título Derechos y dignidad y que recoge sus testimonios en primera persona, relatos de sufrimiento, resignación pero, también, de autoestima y valía. Estos son algunos fragmentos de esos relatos que componen la publicación:
“Me sentí sola. Estaba sola con una familia que no era la mía. Me sentí muy extraña, perdida, desconocida en un país también desconocido. Me sentí atrapada, sin documentos en regla, sin idiomas, sin derechos. Sentí miedo. Sentí miedo por mi situación. Sentí tristeza y añoranza. Sentí alegría. Sentí nostalgia. Mucha”.
“Buscaba vivir diferente. Vine a buscar la libertad. Fue lo primero que me arrebataron”
“Soy polivalente, heroína sin capa, activista, voluntaria en asociaciones. Soy cumplidora, amable, respetuosa. Soy luchadora. Soy buena. Soy fuerte”
“El camino no será fácil, pero vale la pena luchar. No nos ignoren. Queremos ser escuchadas”.
Compartir el foco y micrófono con esas mujeres era una condición clave para desarrollar el proyecto expositivo, un proceso que ha pasado por la realización de numerosas entrevistas que son las que han dado forma al relato que más tarde ha plasmado Ana Penyas en sus dibujos, entrevistas a mujeres de distinta procedencia y generación, pues las hay nacidas en 1930 y, también, en 1997. Esas historias, en las que caben las “contradicciones”, dan fe de una realidad “poliédrica” que no solo cuenta con mil y una miradas, sino que también ha cambiado sustancialmente con el paso de los años, ¿o no tanto? “Que se haya externalizado en parte este trabajo no ha cambiado que sea un trabajo feminizado, precarizado e invisibilizado”, reflexionó Penyas.
En este sentido, hay patrones que se repiten, aunque también realidades marcadas por distintos momentos históricos y que se reflejan en los productos culturales de cada época. Así, la exposición viaja a través de estos testimonios pero también de numerosos documentos y publicaciones que completan el proyecto, miradas a la España previa a la Guerra Civil, en la que convive la representación de la criada clásica con una visión erótica, visión que desaparece por completo durante el franquismo para dar paso a la “víctima, pobre y sumisa”. El desarrollismo de los años 60 vuelve a suponer un punto de inflexión en la representación cultural de la trabajadora del hogar que ya en los 90 y los 2000 cuenta con representantes tan populares en televisión como Juani de Médico de familia o, más recientemente, Aída, que hace casi una década emitía su último episodio. Desde entonces, sin embargo, su figura se ha diluido, a pesar de la explosión de ficciones vinculada al crecimiento de las plataformas de streaming. Las propias Penyas y Herrero se mostraban sorprendidas ante la “invisibilidad” actual en el cine y la televisión de la trabajadora del hogar, especialmente la migrante. “Nos ha costado mucho encontrar material”, confesaban.
La exposición traza una “genealogía” sobre las condiciones del trabajo del hogar en el último siglo, un proyecto que parte de la investigación y que Penyas traduce en obra gráfica, un relato marcado por distintas épocas que le ha permitido jugar con una mayor libertad estilística. “En cada época quería ver lo que subyacía, qué compartían varias de las mujeres, pero también atendiendo a lo particular”, relata la ilustradora, quien, explicó, se nutrió de esa “vergüenza y rabia” aunque también de esos “silencios” para componer un relato visual que presenta esas vidas sin focos, vidas que ahora se pone en el centro de la conversación. Y en ese centro también están sus luchas y conquistas, esas primeras reuniones en las que muchas se acercaban temerosas, las grandes manifestaciones y una realidad que en 2022 sigue teniendo muchas cuentas pendientes. Por lo pronto, Carmen, Pepa, Amparo y todas sus compañeras toman la palabra.
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