VALÈNCIA. A principios de los años setenta, la fotógrafa Susan Meiselas siguió con su cámara la estela de varias ferias ambulantes que itineraban en verano por pequeñas localidades de los Estados de Nueva Inglaterra, Pensilvania y Carolina del Sur. En el exterior de una furgoneta, un grupo de mujeres se exhibían como señuelo ligeras de ropa o con prendas llamativas. En el interior protagonizaban números privados de striptease para un público exclusivamente masculino. Para sortear la prohibición de acceso a mujeres, la hoy presidenta de la Fundación Magnum se disfrazó de hombre y entre robados a hurtadillas, instantáneas del día a día de las bailarinas y entrevistas tanto a sus protagonistas como a sus novios, los gerentes de aquellos espectáculos y el público conformó todo un corpus sobre la explotación del cuerpo femenino.
“Las mujeres que conocí tenían entre 17 y 35 años. La mayoría había salido de pequeños pueblos, buscando movilidad, dinero y algo diferente a lo prescrito o proscrito por sus vidas, de las que el carnaval les permitía escapar. Eran fugitivas, novias de feriantes, bailarinas de clubes. Una y otra vez, a lo largo del día y de la noche, las artistas se trasladaban desde el escenario frontal, con su llamada atrevida -la perorata del animador que atrae a la multitud-, al escenario, donde cada una actuaba durante la duración de un vinilo pop de 45”, describía Meiselas en su libro de 1976 Carnival Strippers.
Este proyecto de fotografía documental le ha servido a la actriz, dramaturga y directora Rocío Chico como coartada y punto de partida para una propuesta en la que la compañía La Trinxera Teatre reflexiona sobre la violencia estética y los cánones de belleza hegemónicos en nuestros días, Carnival Striptease. La Sala Ultramar la ha programado del 19 al 29 de mayo. Sobre las tablas la acompañarán los actores Carmen Comes y Carles Sanchis en una escenografía que emula el exterior de aquellas caravanas y donde se propone al público dos planos temporales y espaciales.