Arden Producciones estrena en la Sala Russafa una comedia negra sobre el avance del fascismo con guiños a Berlanga y Tarantino
VALÈNCIA. Hace unas semanas, metido ya en la harina de los ensayos de su nueva obra, El día de San Judas, el director de escena Chema Cardeña paró en seco a su elenco, porque fue consciente de que su trabajo estaba molestando al dramaturgo responsable del texto. Esto es, él mismo.
“Estaba disfrazando lo que quería contar. Había una especie de autocensura, incluso de frivolidad, cuando lo que plasmó en esta propuesta es un espejo de una sociedad construida sobre el fango, ni siquiera ya sobre el polvo”, se explica el autor y director sobre la que define como su propuesta más cruda.
La pieza, que se mantendrá en cartel en la Sala Russafa desde este próximo 19 de diciembre hasta el 12 de enero, está escrita desde la urgencia y el dolor de sentir “el fascismo llamando a las puertas a aldabonazos”.
El montaje supone un giro de timón a la oferta de cuentos políticos que llevaba montando Navidad tras Navidad. Su compañía, Arden Producciones, abandona el espectáculo en tono de farsa, con gran elenco y música en directo por una comedia de humor negro y regusto amargo.
En El día de San Judas conviven la comedia surrealista de Jardiel Poncela, la inclinación a lo grotesco de Valle-Inclán, la ironía costumbrista de Berlanga y la violencia extrema de Tarantino. Cardeña alaba y coincide con todos ellos en que el arte no debe ser panfletario: “La idea es radiografiar la sociedad, pero sin hacer sentir al público que le estás imponiendo un discurso. La audiencia ha de trabajar, reflexionar y extraer sus propias conclusiones”.
Para hacerlo posible, desde su condición bicéfala de dramaturgo y director ha evitado arrancar desde un tono serio, sino que trabaja desde la comedia con miras a arrancar el llanto. “Es descarnada, pero al mismo tiempo, divertida. En los ensayos sufrimos ataques de risa. La audiencia se lo va a pasar muy bien”, anticipa.
La trama está ambientada en un tiempo reciente, pero del siglo pasado, en un pueblo llamado San Judas de Vallemuerto, en honor al apóstol que traicionó a Jesús por 30 monedas de plata. La elección de este personaje bíblico funciona a modo de metáfora, puesto que en la historia se desarrollan los pasos que llevan a una sociedad a justificar la comisión de un crimen. “Es un homenaje al supremacismo de la gente de bien”, resume su autor.
En ese sentido irónico, Arden Producciones coincide con un tema reciente de Ojete calor, Extremismo mal. Como en la canción de Carlos Areces y Aníbal Gómez, los protagonistas de El día de San Judas aseguran mantener la equidistancia cuando en realidad practican una falsa neutralidad escorada hacia un “fascismo de centro”.
Juan Carlos Garés, Saoro Ferre, Marisa Lahoz, Rosa López y Manu Valls interpretan a las fuerzas vivas de ese municipio: el alcalde, el militar, el cura, la oligarca y la maestra. Es un rincón de la vieja Europa redimido por una junta militar que estableció unos valores con los que se arrinconó a los más desfavorecidos.
El día que se celebra la onomástica de su patrón llegan a su estación de tren dos antiguas vecinas que hace años huyeron, perseguidas por su ideología progresista. La gente bien del lugar consiguió aislarlas hasta presentar como verdugos a las que en realidad fueron las víctimas. Pero, ahora, ambas vuelven dispuestas a recuperar su espacio.
“Se van a confesar hechos reprobables y deleznables, pero desde el sarcasmo, rayando la farsa”, explica Chema Cardeña acerca de una historia “muy pequeña” donde se van destilando edadismo, homofobia y misoginia.
El responsable de esta obra de teatro asiste, desesperanzado, al avance de la ultraderecha en el mundo y compara la tibieza con la que se está aceptando su marcha triunfal a la autodefensa que esgrimieron los alemanes cuando finalizó la II Guerra Mundial. Como recuerda Cardeña, durante las elecciones parlamentarias de 1932, el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores obtuvo el 37% de los votos. “En 1945 la respuesta de los supervivientes de la contienda era: “Yo no sabía nada”, “No pude hacer nada”. Mi réplica es que metiste la papeleta en una urna. En este momento, el enemigo está en la puerta, nos están asediando, y no veo una respuesta firme frente a su avance”.
En una realidad asediada por los bulos, la desinformación y el algoritmo, hay escasos bastiones de la verdad en la prensa tradicional. “La desconfianza hacia la información no es algo nuevo, ya la inventaron los nazis. Goebbels era consciente de que al crear la conciencia de caos, los pececitos de ese río revuelto van a ir a donde tú quieras que vayan -lamenta el dramaturgo-. En esta era del dirigismo, es difícil mantenerse fuerte. Vivimos en un gran teatro del guiñol, somos marionetas y están manejando nuestros hilo -compara Cardeña-. Resulta triste pensar que salvo pocas excepciones, el cuarto poder está vencido, rendido y comprado a muy buen precio”.
De igual forma, según valora el director de escena, las artes escénicas se revelan como un refugio de realidad frente a la manipulación de la inteligencia artificial. “Mi oficio me permite el lujo de tener un altavoz pequeñito. Ya lo dijo Shakespeare, el teatro es un espejo donde mirarse. Para mí, de hecho, no es ocio, la cultura sin ideología es hedonismo. Y yo esta obra la he escrito por necesidad”.