VALÈNCIA. Había una vez en un reino muy, muy lejano, un frutero que vendía melocotones a cambio de visibilidad, una fontanera que desatascaba tuberías por puro prestigio y un tienda de informática donde se reparaban ordenadores sin saber cuántas piruletas de ilusión les darían los clientes como pago. También se paseaba por allí una pastelera a la que no le importaba que cualquiera se llevara gratis sus tartas y fingiera después que las habían hecho ellos para quedar como tremendos reposteros en el cumpleaños de su prima Trini. El marco laboral de ese mundo de fantasía puede sonar extraño a la mayoría de ciudadanos, pero resultará bastante familiar a escritoras, ilustradores y otros profesionales de las industrias creativas.
Los obstáculos y particularidades que presentan los oficios artísticos serán las coordenadas que atraviesen la mesa redonda Monetitzar l’autoria. Viure de l’art d’escriure i dibuixar, que tendrá lugar el próximo 24 de junio en la Marina de València como parte de la jornada profesional que organiza la Fira de l’Edició Independent. En este minuto y resultado del panorama creativo participarán la escritora Lourdes Toledo, la ilustradora Mar Hernández ‘Malota’ y el abogado especializado en Propiedad Intelectual, Àlex Devís. Además, el encuentro contará con la conducción del director literario del Grup Bromera, Gonçal López Pampló.
Comencemos por el principio: ¿es realmente posible ganarse la vida a base de tareas creativas si no eres una acaudalada heredera? Para Mar Hernández, la respuesta es ‘sí’, pero con ciertos condicionantes: “Se puede vivir de crear, es mi caso y el de muchas otras personas. Pero que se pueda no significa que sea fácil”. Así, la ilustradora rememora cómo a lo largo de su carrera ha ido tropezando con dificultades diversas: “principalmente me he encontrado con el desconocimiento, por parte de algunos clientes, del funcionamiento de mi oficio y una infravaloración de mi trabajo. También me he topado con condiciones terribles a las que he tenido que decir que no, cosa que cuesta, sobre todo cuando empiezas o cuando estás en una situación de precariedad. Además, me he enfrentado a vulneraciones de mi propiedad intelectual, retrasos en los pagos y muchos otros sinsabores”. De hecho, hace algunas semanas Hernández ganó un juicio a la productora responsable de El Hormiguero por el uso no autorizado de su obra Astrónomo en el programa.
Por su parte, Lourdes Toledo considera que vivir exclusivamente de la literatura, hoy por hoy, “es muy complicado, prácticamente una quimera. Solamente una minoría se lo puede permitir. E incluso esa minoría a menudo tiene que estar pendiente de premios y becas, además de complementar las obras literarias con charlas, cursos, talleres... Dedicarte a las letras da prestigio, porque parece que escribir un libro te hace importante, pero no puedes vivir del prestigio, necesitas ingresos. Tampoco es lo mismo escribir un volumen por tu cuenta e intentar que te lo publiquen, que tener un contrato con una editorial y poder recibir un adelanto mientras vas trabajando en el libro. En otros países, las instituciones públicas otorgan a los creadores una dotación económica si pueden probar que están realizando alguna producción cultural, pero no es nuestro caso”.
Para la autora, son esos andamiajes vitales los que provocan que la mayoría de escritores “se vean obligados a tener un segundo trabajo. Muchos son docentes y escriben en su tiempo libre. Otros se hacen autónomos y ejecutan distintos encargos relacionados con el mundo del libro. Ahí lo difícil es encontrar un equilibrio entre conseguir la concentración que necesitas para escribir sin dispersarte y tener tiempo para atender las otras tareas”. En este sentido, López Pampló considera que resulta “más sencillo dedicarte profesionalmente a la ilustración en exclusiva que a la literatura, pues hay mucha más variedad de posibles encargos de producción gráfica, desde campañas de imagen para el transporte público hasta producción editorial. En el caso de la escritura literaria, suele ser necesario compaginarlo con otras tareas para recibir ingresos más allá de su propio libro”.
Entra aquí un elemento fundamental cuando se habla de tarifas y volúmenes encuadernados: la cadena del libro, que incluye a profesionales de diversos pelajes: de los maquetadores a los libreros. Así lo explica López Pampló: “como editor, creo que la cadena de valor del libro exige una distribución de los beneficios que genera una obra. Es inevitable, por la manera en la que está estructurada el sistema, que esos ingresos se repartan de forma clara. Y eso implica que hay unos límites para todas las partes implicadas. En cuanto a los creadores, además de la remuneración por un trabajo, están los derechos de autor. Y ahí entra también un juego de expectativas a futuro que, si sale bien, puede ser muy rentable; pero, si no, puede suponer un varapalo”.
En cualquier caso, López Pampló señala que cuando hablamos del resultado de ventas de un libro “no es posible atribuir el mérito o demérito únicamente al creador, precisamente porque en la cadena del libro hay muchos elementos que intervienen el éxito, o no, de un título: por una parte, editoriales, distribuidoras y librerías; pero también, el movimiento en redes sociales, la crítica literaria o el apoyo de la prensa en la promoción”.
Si nadie intenta pagar los tomates a cambio de prestigio y damos por hecho que no puedes financiarte la reparación del coche en cuotas de visibilidad, ¿por qué en muchas ocasiones los artistas se siguen viendo obligados a exigir que sus tareas sean remuneradas? ¿Por qué se mantiene vivita y coleando la idea de que un trabajo cultural no es un trabajo de verdad, sino un hobbie venido a más? ¿Si disfrutas con tu oficio no mereces cobrar?
Según Hernández – quien cuenta en su zurrón con clientes como la Generalitat Valenciana, el New York Times, Iberia o Penguin Random House– en la sociedad que habitamos “todavía persiste cierta ignorancia sobre determinadas profesiones. Estos trabajos se presuponen vocacionales y la gente cree que si los hacemos porque nos apasionan, por alguna extraña razón, no debemos cobrarlos. La pasión no está reñida con el trabajo bien remunerado, al contrario, ojalá todas pudiéramos trabajar en trabajos que nos apasionen y estén bien pagados”.
“Muchas veces, te hacen propuestas de conferencias o talleres sin decirte claramente si te pagarán o cuánto te pagarán. Y es algo que me enfada mucho porque te ponen a ti en la situación violenta de tener que preguntar si tienen prevista una retribución y cuál es. ¿Por qué tengo yo que estar reclamando algo de lo que me tendrían que informar desde el primer momento? Tenemos que empezar a asimilar que actividades como los clubs de lectura o las presentaciones de libros, que no suelen ser remuneradas, exigen un tiempo de preparación, desplazamiento…”. Y si ponemos la lupa en las peculiaridades de nuestro territorio, la escritora señala que “gran parte del trabajo creativo en catalán ha salido adelante con mucho altruismo y ganas de reivindicar nuestra cultura, pero no podemos continuar así: ese modo de hacer acaba hundiendo y quemando a los profesionales”.
Cuando la propuesta viene de parte de la Administración, los autores se enfrentan a otro monstruo mitológico: la burocracia institucional. “Además de tardar en pagar, el proceso para presentar las facturas es complicadísimo, está lleno de trabas y te hace perder muchísimo tiempo para acabar cobrando 100 euros”, explica Toledo, autora de libros como Oficis valencians, Amèrica endins o La inquietud.
En el caso de los creadores gráficos, más allá de la retribución, también surgen por el camino otras bestias pardas, como los plagios o el uso sin permiso de sus obras. Y es que, en 2022, todavía pulula cierto sentir generalizado de que cualquiera puede cazar una imagen en la red y utilizarla como le plazca sin problemas. “La vulneración de nuestra propiedad intelectual es una circunstancia que, si nos dedicamos a las artes gráficas, probablemente nos vamos a encontrar antes o después – resalta Hernández–. Es un fastidio que alguien se lucre con nuestro trabajo sin nuestro consentimiento y en muchas ocasiones no disponemos del dinero necesario para poder hacer frente a este tipo de situaciones”.
En este sentido, el abogado Alex Devís denuncia que el empleo indebido de una obra ajena conlleva una consecuencia doble: “la principal es el daño moral que se les genera. En las creaciones intelectuales siempre hay una parte personal e íntima que hace que la copia o el uso no consentido se sienta como algo especialmente doloroso. Es un atentado espiritual, antes que material. En segundo lugar, se suele producir un daño objetivo: la pérdida de valor de la obra, bien sea directa, porque el infractor se beneficia con los derechos de la obra plagiada o usada sin permiso, bien indirecta, porque el trabajo plagiado o usado sin permiso se denuesta”. Además, añade que existe otro daño relevante “las molestias y el tiempo invertido en ver el alcance del plagio, buscar consejo, hablar con un abogado, etc.”.
Y es que, el conflicto es monetario, pero no solo eso: “algo que llevo fatal del uso ilegítimo de mi producción es que la persona que decide emplearla no te da la oportunidad de decidir si quieres que tu trabajo esté involucrado con determinado proyecto. Una de las preguntas que me hago siempre cuando un cliente me propone una colaboración es si quiero que mi obra forme parte de ese encargo concreto, la ética también es importante en nuestra profesión”, subraya Hernández.
De cualquier modo, Devis se muestra optimista respecto a los horizontes de futuro: “poco a poco se va tomando conciencia de que se puede reclamar y conseguir cosas. Hay un trabajo detrás de las asociaciones y organizaciones que defienden al colectivo. A mí, que soy abogado de dos de ellas, APIV y AVVAC, me llegan muchas consultas de personas que han visto vulnerados sus derechos. A veces se puede o conviene actuar, otras no -internet ha puesto las cosas difíciles-, pero la inquietud de preguntar e informarse sobre qué hacer va creciendo”. En ese escenario de esperanza se aloja también Hernández, “cada vez hay más propuestas formativas en las que se abordan temas de propiedad intelectual y quiero pensar que la gente poco a poco es más consciente de que las imágenes ajenas no se pueden usar”.
Por otro lado, la ilustradora defiende que el arma definitiva de los creadores para reivindicar mejores condiciones laborales es “estar bien informados, comunicados con otros compañeros a través de las asociaciones; conocer nuestros derechos y el funcionamiento del oficio. Y, siempre que sea posible, decir no a trabajos mal pagados y a los que, aunque estén bien pagados, tienen malas condiciones que van en detrimento de nuestra salud física y mental”.
A pesar de las dificultades para llenar la nevera a base de vocación, muchos creadores todavía se ven inundados por el pudor y la vergüenza cuando toca negociar precios. Hablar de dinero – en concreto, del que vas a cobrar como currante– sigue estando mal visto en ciertas esferas culturales. Para Hernández, ese tabú monetario está “profundamente arraigado en nuestra sociedad. En Estados Unidos tengo la sensación de que no pasa igual que en España”. Una opinión en la que coincide con Toledo, quien lo relaciona con “nuestra tradición católica: queda feo interesarse por el presupuesto, parece que te estás poniendo en evidencia, que estás necesitada o eres avariciosa. En las sociedades protestantes es algo que se aborda con más apertura. De nosotros, se espera casi que finjamos que el cobro nos da igual, pero tenemos que ganarnos la vida, ¡claro que las tarifas nos importan!”.