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crítica 

Comienza la temporada en Les Arts con el 'Requiem' trufado y escénico de Castellucci

2/10/2021 - 

VALÈNCIA. A Mozart le sorprendió la muerte en 1791 mientras componía su misa de difuntos. Al cabo de los meses, su colega Süssmayr sorprendió a todos culminando de manera soberbia la obra de su muy admirado maestro, gracias a su extraordinaria pericia, y a las recomendaciones indicadas por el salzburgués, cerrando una de las joyas de la historia de la música. Y ahora, 230 años después, vienen a sorprender al mundo musical Raphaël Pichon, y el regista Romeo Castellucci, creando una pieza fusión entre el Requiem en re menor de Mozart y otras 9 piezas menores intercaladas, aderezado todo ello con una propuesta escénica de impacto. Y esto es lo que se vio el jueves en el Reina Sofía. Eso, y no el Requiem de Mozart, -que también-, aunque lo indique el propio programa de mano ofrecido a los asistentes. 

La propuesta traída es valiente y arriesgada. No sólo por atreverse los autores a trufar una pieza clave de la historia universal de la música, sino también por añadirle la parte escenificada a una pieza que no fue concebida para eso, con el riesgo que ello conlleva desde el punto de vista histórico y técnico. Y además, obviamente es innovadora. Entiendo que Les Arts programa el espectáculo creado en 2019, no solo por ser teatro coproductor, sino porque quiere ofrecer a su público una visión amplia y actual de los nuevos horizontes en esto de la música. Y eso es bueno, y debe ser así. 

Este jueves, en el estreno del espectáculo, el público estaba impaciente por ver y escuchar, para valorar la propuesta artística. Lo mejor en estos casos es descartar los perjuicios que tienen que ver con lo nuevo y lo antiguo. Y sin embargo, cabe mejor centrar la cuestión en la calidad y la adecuación. Así de sencillo. Si no innovamos estamos muertos. Pero hay que innovar con calidad; es decir, adecuando y aportando. Lo bueno y lo malo lo son con independencia de si son antiguos o modernos. 

Experimento fallido

En este caso, la propuesta de Pichon y Castellucci es un experimento tan interesante como fallido, porque no se adecúa, y no aporta. En lo musical, el ejercicio de mezclar varias obras menores con el Requiem - obra maestra cerrada y consagrada,- está sin justificar. El Requiem de Mozart es como es, y no necesita lo que venga a romper su unidad de texto y música, y solo aporta lo que sus autores iniciales no quisieran introducir, amen del lío de estilos conseguido.

Foto: Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Vivimos en la era de la imagen, y Castellucci sabe crear, -y lo demuestra aquí,- escenas dinámicas y muy elaboradas, con generación de imágenes potentes y de gran fuerza visual, apoyadas en recursos del arte conceptual, como las proyecciones del foro. Luz, color, objetos, danzas y movimientos de los protagonistas. Todo ello tiene gran carga simbólica y conceptual, buscando  la reflexión en el espectador. Esa es su forma de plantear el círculo vital: que la muerte es el inicio de la propia vida. Reflexionar. Sí, aunque al traer tanta información, el espectador relaja su atención en la música de Mozart, que es lo primordial. ¿O es que no es eso lo primordial? 

En el espectáculo de Castellucci, la música íntima y luminosa de la misa, y el canto en particular, se ven afectados negativamente por la puesta en escena. La presentación dista de la música, es inconexa, va por libre, y provoca un resultado conjunto inadecuado de manera que la escena, en lugar de sumar, resta.

En desencuentro

El soberbio Coro de la Generalitat Valenciana y la magnífica Orquesta de la Comunidad Valenciana, demostraron el jueves una vez más ser pilares fundamentales del coliseo del Jardín del Turia. Ambos conjuntos se pusieron por fin en manos del flamante nuevo director titular, James Gaffigan, quien resolvió las partituras con buena voluntad y maneras, pero con resultado poco lustroso. Se mostró constreñido por los efectos, en los cantantes, de esa elaborada puesta en escena, de clara desconexión con texto y música. Aun así salió el director airoso de esa difícil prueba de encaje a la que fue sometido el jueves. 

Y es que hizo un Requiem plano, sin brío, de sonoridad torpona, falto de intimidad y cohesión, y sin posibilidad de conmover. La orquesta antes que fusionarse, difuminaba y hasta ocultaba por momentos la voz del coro, que emitía de espaldas al público, y que estaba distraído con sus saltos, sus abrazos, y sus vestidos. Buena muestra de ello fue el Rex tremendae, o el propio Dies Irae, momento de fuerza expresiva sublime, que fue interpretado de forma tan banal como el juego del infantil corro que practicaban los coralistas.

Foto: Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Más descoordinación se evidenció en el Sanctus, y es que, efectivamente, durante buena parte del espectáculo, la escena obliga al coro a cantar de espaldas al director y al público. Eso, que ya es garantía de una conjunción poco efectiva, provocó descoordinación por momentos, matices perdidos, y evidente carencia de la seguridad necesaria para la perfecta emisión vocal. Gaffigan navegó en desencuentro con el coro. Él lo sabe y lo sufrió. Y por ello en vano gesticuló de manera evidente por si podía compensar. Tuvo incluso a veces que ajustarse a lo que llegaba del coro, y a hacer música con eso. No tuvo ocasión de llamar a la inspiración, ni de aplicarse una mínima pauta de solemnidad.

El resultado no fue el deseado ni el esperado de estos dos magníficos conjuntos. El Domine Jesu fue otra fiesta de la distracción y la confusión por la desconexión entre texto y escena, igual que en el anterior Tuba mirum. Pero el gran coro de la casa estaba allí, realizando un inane sobreesfuerzo. Y sus magníficas voces sorprendieron de nuevo y lucieron a lo grande, en especial, claro, en los momentos a capella, para salvar el experimento gracias a su gran profesionalidad y capacidad interpretativa. Vaya marrón. 

La orquesta, muy sólida, trajo sonidos redondos, y aportó todo lo que Gaffigan pidió. El conjunto de solistas elegido estuvo a la altura de las circunstancias. Realmente todos ellos aportaron calidad canora, belleza tímbrica y profesionalidad. Todos ellos son cantantes de voces compactas y seguras. Cómo no, destacar a Juan José Visquert, joven miembro de la Escolanía de la Mare de Deu del Desemparats, de dulce y limpia voz, por su saber estar, entereza, y afinación en sus momentos a capella. 

Innovar, sí

Foto: Miguel Lorenzo/Mikel Ponce

Las puestas en escena nunca deben apartarnos de la música. En eso estoy de acuerdo con Ramón Gener. Y Mozart, que también era autor para teatro, y muy innovador, no habría entendido este experimento gratuito e inconexo que desvirtúa y no ayuda, porque precisamente, todas sus obras son piezas completas, ordenadas, equilibradas, enteras, cerradas, y acaso inexpugnables. 

Innovar sí, pero para mejorar; para aportar. Pero es que Castellucci crea un entramado teatral, o sea concepto y escena, para una música que utiliza, trufa, y desatiende, impidiendo la emoción pura del Requiem, y dejando el espectáculo al fin exento de implicación emocional. Su dramaturgia conceptualista no tiene que ver necesariamente con Mozart

Como el jueves se proyectó en los paneles al fondo, muchas cosas se han extinguido desde siempre para seguir el ciclo vital, pues la propia vida viene tras la muerte. Pero el Requiem en re menor de Wolfgang Amadeus Mozart, esa joya llena de luminosidad única e insuperable, no se extinguirá. Perdurará por siempre. Aunque alguien pueda superarla. 


FICHA TÉCNICA

Palau de Les Arts Reina Sofía, 30 de septiembre de 2021

MISA DE REQUIEM EN COMBINACIÓN

Música, Wolfgang Amadeus Mozart y otras

Sara Mingardo, mezzosoprano. Nahuel Di Pierro, bajo Elena Tsallagova, soprano

Sebastian Kohlhepp, tenor. Juan José Visquert, voz soprano   

Versión musical, Raphaël Pichon

Dirección escénica, Romeo Castellucci

Dirección musical, James Gaffigan

Orquestra de la Comunitat Valenciana

Cor de la Generalitat Valenciana

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