Buscando respuestas, hablamos con Raúl Abeledo, de la Unidad de Investigación en Economía de la Cultura de la UV; Pilar Almenar, del proyecto Impresas y Alexis Calvo, impulsor de un nuevo proyecto de innovación educativa e inclusión en el barrio de la Fuensanta
VALÈNCIA. Es un viejo problema para el que no hay una solución consensuada ni capaz de extrapolarse a todos los contextos geográficos o sociales. En los últimos años, la necesidad de descentralizar las políticas culturales para penetrar en barrios periféricos se ha materializado en programas como Cultura als barris, impulsado por el Ayuntamiento de Valencia hace ocho años. Son iniciativas enmarcadas dentro de lo que conoce como políticas de democratización cultural, cuyo objetivo es llevar propuestas artísticas profesionales de forma gratuita a lugares donde los tentáculos de la “cultura oficial” no suelen llegar de forma regular o sostenida, como Marxalenes, Benicalap, La Llum, Nazaret, Malilla.
Claro está que dentro de la periferia no todos los barrios están igual de “desheredados”. No se encuentra en la misma situación El Cabanyal-Canyamelar -un barrio con una identidad propia muy marcada y gran tradición de cultura flamenca, pero al mismo tiempo inmerso ya en un claro proceso de gentrificación-, que el de la Fuensanta, núcleo poblacional que carece de todo tipo de dotaciones culturales y apenas recibe atención por parte del resto de la ciudad ni las instituciones. “Este barrio se creó después de la riada del 57 y desde entonces es uno de los mayores receptores de población procedente de otros países. Para que te hagas una idea, en nuestro instituto hay alumnos de 60 nacionalidades diferentes. Esto significa que hay una gran riqueza cultural, pero al mismo tiempo no hay ninguna identidad específica, como la que puede tener el Cabanyal con el flamenco debido al arraigo de los colectivos de etnia gitana en el barrio. La Fuensanta no tiene banda de música, ni escuela de teatro o pintura, ni academias de danza, ni auditorios. La única cartelería que encuentras al caminar por la calle son anuncios de peleas de boxeo y cosas así”, explica Alexis Calvo, profesor de música del Instituto de la Misericordia e impulsor desde ese complejo educativo de iniciativas de innovación como Com Sona l’ESO o la construcción de un escape room educativa.
Recientemente, la Conselleria de Educación ha concedido un pequeño presupuesto a este IES para desarrollar un programa de actividades culturales dentro de sus instalaciones, pero enfocadas a todo el barrio. En esta primera edición -que comenzó el pasado lunes con el estreno de una ópera de cámara creada por la UPV y los conservatorios superiores de música y de danza de Valencia-, continuará en los próximos meses con otras propuestas muy heterogéneas: un concierto de jazz a cargo de Jesús Santandreu, una de las grandes referencias del género en Valencia; un cuarteto de cuerda con miembros de la Orquesta de Valencia; un espectáculo liderado por el prestigioso percusionista Joan Soriano, etc.
“La idea es que sean piezas de mucha calidad, pero no muy largas y fácilmente disfrutables por cualquier persona -señala Alexis Calvo-. Hemos rehabilitado un salón de actos con capacidad para 350 personas, y nuestra intención es que vengan tanto los alumnos como sus padres y abuelos. No es que consideremos que este barrio no tenga ningún acceso a la cultura popular, o que esta no sea válida. Lo que buscamos es dar acceso a un tipo de experiencias que la mayoría de los residentes de la Fuensanta no han tenido porque no tienen espacios para ello y porque hay facetas de la cultura que nunca llegan a su barrio. Tienen acceso fácil a expresiones artísticas como el trap o el reggaetón, por eso nos centramos en otros diferentes, para abrir otras ventanas. Creo que el ritual de sentarse en un patio de butacas cómodamente para disfrutar tranquilamente de un espectáculo durante una hora sí puede ser efectiva”. Más allá del consumo pasivo de cultura, Calvo incide en la posibilidad de despertar interés por aprender a bailar, cantar, actuar o tocar un instrumento y en el potencial impacto derivado del contacto directo con los artistas que proporcionan este tipo de encuentros culturales, que son mucho más cercanos de los que pueden darse si vas a un auditorio convencional. “Aquí, después del concierto se pueden acercar a ellos y hacerles preguntas o charlar”.
Como docente y especialista en innovación educativa en un contexto socioeconómico deprimido como el de la Fuensanta, Calvo tiene muy claro tanto los beneficios como las trampas inherentes a las políticas de democratización cultural. Una de ellas es la que lidia con el reto de atraer al público objetivo -en este caso, los vecinos del barrio-, en lugar de llenar el patio de butacas principalmente con personas de clase media procedentes del centro de la ciudad, que ya tienen integrado el hábito de ir al teatro, al cine o a una sala de conciertos. “Somos conscientes del reto que supone la comunicación para que el programa llegue a quien queremos. Tenemos que hacer mucho trabajo sobre el terreno, acercándonos a la comisión fallera del barrio, a las asociaciones de familias, al AMPA, a los bares. También estamos haciendo mucho hincapié en las aulas, explicando previamente al alumnado en qué consiste cada actividad y animando a que inviten a sus familiares y conocidos”.
Es obvio que hay una parte de la sociedad excluida de su derecho a la cultura. Pero, ¿cómo se cubre ese derecho para que sea eficaz, duradero en el tiempo y sirva como herramienta de transformación social? En otras palabras, ¿cómo podemos conseguir que la cultura no sea solo entretenimiento, sino que cumpla con su cometido de crear a medio y largo plazo individuos, sea cual sea su estrato socioeconómico, capaces de desarrollar un criterio propio que les ayude a situarse en el mundo de una forma libre e informada? ¿Cómo ayudar a escapar de las garras de un sistema neo-esclavista al que le interesa que una parte de la sociedad continúe siendo invisible, dócil y poco reflexiva?
Existen varios enfoques a la hora de implementar los derechos culturales de la ciudadanía (que por cierto están protegidos por la UNESCO). Aquí nos topamos con dos líneas de actuación que tienen nombres similares, pero que de hecho son muy diferentes entre sí: "democratización cultural” y "democracia cultural". La primera responde al modelo vigente en España desde los años ochenta, y se centra en favorecer el acceso a la cultura para que sean más inclusiva y equitativa. Aquí entraría, por ejemplo, la decisión de construir una casa de la cultura en un pueblo o los programas anteriormente citados como Cultura als barris o Misericòrdia Oberta. Esto puede implicar la eliminación de barreras económicas, sociales o políticas que impidan el acceso equitativo a los recursos culturales, así como la promoción de políticas y prácticas que fomenten la inclusión y la diversidad cultural.
Por otra parte, las iniciativas de democracia cultural -que son las que están emergiendo con fuerza en los últimos años- tienen un enfoque distinto: promueven la participación activa de la ciudadanía en la producción, distribución y consumo de productos culturales. Aquí el foco no se pone tanto en dar acceso a la población a la cultura oficial, sino más bien en poner los recursos necesarios para dar una oportunidad a los ciudadanos para que se expresen por ellos mismos utilizando cualquier tipo de lenguaje, y sin que necesariamente se espere de ellos que alcancen la excelencia en ningún ámbito, puesto que lo importante es fomentar la pluralidad de voces y perspectivas.
Esta es la filosofía de trabajo que anida detrás del Programa Experimental de Mediación y Educación a través del Arte Permea, puesto en marcha hace seis años por el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana (CMCV) y la Universitat de València. Otra importante referencia es la del colectivo alicantino La Cuarta Piel, que por ejemplo ha colaborado durante las dos últimas ediciones de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, produciendo espectáculos performativos con colectivos sociales -personas de la tercera edad, estudiantes amateur de teatro, estudiantes de barrios desfavorecidos, etc- que después estaban integrados dentro de la programación del festival, junto a producciones escénicas profesionales.
“Tradicionalmente se ha entendido que los derechos culturales se referían al derecho a consumir cultura, que es un concepto que sitúa al ciudadano en una posición pasiva, y que además está irremediablemente vinculado a una cierta mercantilización e incluso a veces a la banalización de la cultura -apunta Raúl Abeledo, responsable de iniciativas del Observatori Cultural de la UV-. El hecho de permitir el acceso a cultura a capas de sociedad a las que no llegaría de otro modo es indudablemente positivo -de hecho, es uno de los objetivos de la educación obligatoria-; el problema es que tienen un sesgo de clase muy fuerte, porque se parte de la idea de que existe una cultura normativa que unos especialistas (la elite intelectual) consideran que es la importante. La democracia cultural, por el contrario, fomenta la participación activa del ciudadano y no le impone una idea de lo que es cultura válida y lo que no lo es. Los esfuerzos están más dirigidos a generar redes y tejido cultural a pequeña escala, con una continuidad en el tiempo y la implicación directa de los usuarios”.
Finalizamos con unas reflexiones de Pilar Almenar, periodista freelance especializada en comunicación sobre derechos humanos y cultura y cofundadora de Impresas, revista editada por mujeres del Centro Penitenciario de Picassent y que por tanto es un claro ejemplo de iniciativa alineada con los valores de la democracia cultural.
“Desde mi punto de vista, creo que muchas veces se habla de que hay barrios en los que no existe la cultura, cuando en realidad sí que existe; el problema es que no está reconocida como de primer nivel. El rap, la pintura o las bandas de rock de los locales de ensayo podrían ser un ejemplo de esto. En el caso de las personas reclusas con las que trabajamos, nos sorprendemos continuamente por las grandes poetas que hay entre el colectivo de reclusas. Hay gente que escribe, pinta y dibuja muchísimo, y la cosa es que no hace falta que seas la nueva van gogh o una primera figura del Bolshói para que puedas disfrutar de la pintura o la danza. Cuando reconoces a las personas su capacidad para crear y no juzgas si lo que hacen tiene un nivel válido o no, entonces la cultura genera un retorno muy importante”.
“La cultura popular o amateur de los barrios no solo no compite con los sectores profesionales, sino que de hecho les favorece, porque generan nuevos intereses. Si yo aprendo a bailar sevillanas en la asociación de mi barrio y me aficiono, probablemente acabe yendo a un teatro a ver a una gran artista cuando venga a Valencia. Si estoy aprendiendo a tocar en un local de mi barrio con mis amigos, probablemente también acuda a las salas de conciertos a seguir buscando inspiración. Nosotras en el proyecto Impresas hemos visto cómo las reclusas tienen cada vez más ganas de leer, escribir y seguir aprendiendo”.