VALÈNCIA. Dos óperas de Händel seguidas sin explicación alguna puede ser la causa de que ayer estuviese el coliseo del Jardín del Turia medio vacío una vez más. Y eso, a pesar de que el título esta vez era más atractivo que Partenope, representada aquí en octubre. Fue en cualquier caso, un buen espectáculo, no apto para espectadores con prisa, y delicioso para los amantes del barroco más destacado y genuino, que disfrutaron de lo lindo.
Como tantos reyes ingleses naturales de Alemania, también reinó en Londres en la primera mitad del siglo XVIII Georg Friedrich Händel, constituyéndose allí el más aclamado compositor del momento. Amigo de Corelli, Scarlatti y Vivaldi, sacó de su mochila la ópera italiana, que él conocía a la perfección y que corría de moda en aquellos tiempos. Los castrati, con sus arias pomposas llenas de virtuosismo, y su atractivo singular, tuvieron mucho que ver. El alemán convertido a británico se volcó con energía a la creación operística y a la gestión empresarial en varios teatros. Lejos de ser compositor de patrono o protector, fue el primero de los grandes en enfrentarse al estrés del éxito en taquilla, es decir, al público, que empezaba a dictar sentencia sobre lo que le interesaba escuchar.
Y en esa línea, aunque sin tanta fama como el alemán, destacó John Pepuch por su obra satírica The Beggar’s Opera, en la que el autor, con un estilo libre y fresco, hace protagonistas a gentes del pueblo más que a reyes y príncipes, lo que le sirvió para un enorme y arrebatador éxito de público. Quizá como un guiño a esa realidad, que empezaba a ganarle el pulso al gusto italiano de lo mítico y grandilocuente, el regista Richard Jones desarrolla su idea de Ariodante en una casa rural de familia escocesa de finales del XX entre gente corriente, sin duques, ni princesas, …ni danzas. Allí sucede todo, y se concentra la esencia del libreto traído de una adaptación de Antonio Salvi sobre el poema épico caballeresco Orlando Furioso de Ariosto.
Poco caballerescos fueron algunos detalles del director escénico, pero sin embargo hay que aplaudir su valentía y acierto en eso de transportar en el tiempo lo que sucedió doce siglos antes, ejemplo de bien hacer al respecto, en contra de las desagradables experiencias vividas recientemente en Les Arts con el Requiem de Castellucci, el Viaje a Reims, y Doña Francisquita.
Y es que la idea de Richard Jones es una de las claves del éxito de esta Ariodante, debido a la imaginación abierta, al desdoblamiento del desarrollo escénico, y a la implicación de su trabajo de manera permanente y directa con la música de Händel, lo que contribuye a atenderla y a hacerla más cercana.
La escenografía, el único decorado, y el vestuario presentados son pobres, torpones, e incluso de estética y gusto desordenado y desagradable. Además, los recursos son a veces demasiado inmediatos como el de las puertas de corralito. Sin embargo, Jones consigue, con ciertos guiños al humor, lo más importante: aportar sin desvirtuar la obra, conservando todo el sabor del libreto, aludiendo eficazmente a la traición, al honor, la envidia, la nobleza, la vida, la muerte, el dolor, el engaño, la tristeza, y …la felicidad; aunque se vaya en auto stop.
La orquesta de la casa reducida en número, no lo fue en calidad, y con el apoyo de tiorba y clavecines, resultó un instrumento sólido y solvente en las manos del magnífico director Andrea Marcon, quien bien ponderado y sin aspavientos, supo sacar el más puro estilo händeliano de este conjunto bien trabado para esta partitura de construcción relativamente modesta.
Emocionó por sus ritmos pausados, por su trazado compacto, y por la uniformidad que caracteriza a esta Ariodante de altura repleta de las famosas arias en repetición da capo. Marcon condujo con eficacia, prestando atención total a las voces solistas, en magnífica relación de unión entre orquesta y cantantes, lo que transmite paz, y la sensación de estar ante un barroco para despertar las más íntimas emociones en los seguidores del género más exigentes.
Para esta ópera de notable exigencia vocal se han escogido cantantes solistas que ayer demostraron buen nivel interpretativo, especial implicación, y saber estar sobre las tablas. Tiró de todos ellos la joven mezzo soprano Ekaterina Vorontsova, en el papel de Ariodante, quien deberá lograr más soltura en el escenario. Dispone de un instrumento y técnicas muy capaces, y será una gran cantante cuando ella crea en sus posibilidades. De inicio se encontró sin cuerpo, sin volumen, y sin línea de canto, asuntos que fue controlando a medida que avanzó la obra. Encontró un fagot amigo en el dolorosa y desgarrada “scherza infida”, momento conmovedor que aprovechó para volar con su canto de color equilibrado y homogéneo, aportando su musicalidad y estilo, in crescendo en calidad hasta el final.
La rusa sedujo con la mascletá de virtuosismo en notas de coloratura, que ya había iniciado con éxito la soprano canadiense Jane Archibald, encarnando a la otrora princesa Ginevra. De timbre punzante cercano al chillido por momentos, posee adecuada emisión, volumen generoso, y buen gusto canoro. Continuó la mascletá de coloraturas, haciendo una sobresaliente Dalinda, Jacqelyn Stucker, quien dejó patente sus grandes cualidades vocales y actorales. Con gran musicalidad, hizo un canto legato, elegante, sugerente, brillante, seguro, y homogéneo.
Más traca en torrente de notas de adorno musical puso en su papel del malvado Polinesso, el contratenor francés Christophe Dumaux, quien demostró pisar fuerte en el escenario. Junto a su gran musicalidad exhibió voz generosa en agudos, y desequilibra en las partes medias y baja, apareciendo plana, desigual y carente de recorrido al desaprovechar los resonadores. El rey de Escocia, sin trono ni reino, fue el bajo Luca Tittoto, quien aportó al conjunto una voz robusta de elocuentes y bellísimos timbre y color. Bien colocada en cabeza, y bien en pecho, se proyectada en ejercicio espléndido de resonancia, regalando color y armónicos.
Fue poderoso en sus ornamentos el Lurcanio, de David Portillo, que si bien dispone de cuidadosos y atractivos agudos en cabeza, no estuvo a la altura de la difícil partitura, atacándola con voz abierta, sin colocación, y proyección, haciendo un canto desigual y deslavazado. Completó el elenco solista el tenor Jorge Franco en el papel de Odoardo, de voz bien timbrada, envuelto en el conjunto de los once coralistas de la casa, que apenas intervienen en lo vocal en esta versión traída, y que se dedican a un continuo deambular bobalicón de quizá excesiva presencia. ¡Pero así son las mascletás! Ni un momento de sosiego.
Se recordará este Ariodante de Les Arts como una obra llena de emotividad y sensibilidad. Georg Friedrich Händel fue organista, violinista y director de orquesta. Compuso más de 40 óperas y 30 oratorios hasta quedar ciego en sus últimos años de vida. Confesaba que con su música quería, no solo agradar, sino transformar a la gente. Alta meta, sin duda. Pero yo creo que sí lo consiguió. Al menos ofreció su estética barroca, -clave en la historia de la música-, como vehículo para las emociones.
FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 1º marzo 2022
Ópera, ARIODANTE
Música, Georg Friedrich Händel
Libreto, Anónimo
Dirección musical, Andrea Marcon
Dirección escénica, Richard Jones
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Cor de la Generalitat Valenciana
Ariodante, Ekaterina Vorontsova. Ginevra, Jane Archibald
Polinesso, Christophe Dumaux. Dalinda, Jacqelyn Stucker
El rey de Escocia, Luca Tittoto. Lurcanio, David Portillo. Odoardo, Jorge Franco