Viajamos hasta la capital danesa, a la vez una de las capitales del diseño nórdico, donde las bicicletas campan a sus anchas y se percibe un modelo de ciudad y de sociedad muy distinto a lo que vivimos en el sur de Europa
VALENCIA. Al poner un pie en Copenhague, lo primero de lo que te das cuenta es que hay muchas, muchísimas bicicletas. Y esto se nota sea la época del año que sea, con lluvia o nieve, la meteorología no es un obstáculo para unas calles acostumbradas a este medio de transporte que se ha convertido en la marca de la ciudad, más allá de logos o entidades turísticas en busca de símbolos artificiales.
Dinamarca es cuna de empresas que llevan el diseño por bandera, desde Bang & Olufsen a Lego pasando por Fritz Hansen o Bodum. Y en Copenhague (que alberga cerca del 20% de la población del país) se encuentra el SAS Royal Hotel, inaugurado en 1960 y reconocido ahora como el primer “hotel de diseño” del mundo. Tienen wifi en los vagones de metro desde la década pasada y han sabido conservar un parque como el Tívoli o reconvertir el canal Nyhavn en zona de ocio manteniendo la esencia de la ciudad sin dañar el entorno, sin artificios y sin arquitectura postiza.
Porque el diseño en Copenhague está presente en todo, pero no como podríamos visualizarlo en España, donde se percibe como un eslabón final, como un resultado, y no como el proceso que verdaderamente es. La ciudad no ha invertido especialmente en homogeneizar una marca turística más allá del encargo al diseñador Troels Heien de su logo “I bike CPH”, que verdaderamente supo plasmar la seña de identidad que es la bicicleta. Primero los valores y luego los logos y la comunicación, eso es así y no al revés.
En cierta forma el terreno plano y las distancias cortas a cubrir guardan similitud con una ciudad como Valencia. La superficie urbana de Valencia es casi el doble que la de Copenhague, aunque en esta última hay mayor densidad de población y, de hecho, en la capital danesa hay más bicicletas que habitantes. Tal vez por eso Copenhague se haya convertido en un referente para el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Valencia, que ha estudiado su modelo de transporte urbano. También Copenhague es el nombre de uno de los locales de moda del valenciano barrio de Russafa. Y aquí termina la germanor entre ambas.
Esta cultura de la bici es buena muestra del desarrollo de una ciudad que ha hecho los deberes. Como decíamos, primero los logros y luego los logos. Copenhague no ha necesitado hacer marca (desde el punto de vista del diseño), sino esforzarse desarrollando una ciudad, que en 1990 estaba prácticamente en bancarrota, a base de un plan y una buena estrategia que han hecho que remontase hasta convertirse en la mejor ciudad para vivir del mundo según la revista Monocle (una especie de guía del buen gusto para diseñadores) en 2008 y ser elegida por la Comisión Europea en 2014 como Capital Verde de Europa.
En dos décadas desde aquella gran crisis, el progreso cultural y económico que experimentó Copenhague la ha terminado posicionando como referente de bienestar, si bien es una de las ciudades más caras, pero ese poder adquisitivo supone un coste, gasto e inversión elevados en todos los sentidos. Y ahí estuvo siempre el diseño como parte del adn de toda una zona de Europa, en la que se ha definido como diseño nórdico a ese referente mundial del diseño práctico y elegante, a partir de materias primas locales como la madera sin muchos adornos y buscando la funcionalidad y durabilidad, que tuvo su esplendor en los 1950s.
Porque el diseño es tan endémico en Copenhague que hasta algunos barrios tienen una identidad gráfica con la que delimitarse, y la peculiar zona de Christiania (una especie de área independiente, una galia en el centro de la ciudad) dispone de su propia marca (tres círculos colocados horizontalmente) con la que comercializan cervezas, bicicletas o los populares ciclo-remolques para llevar a los niños que tanto se ven por toda la urbe.
Son habituales las “design stores”, que allí son lo que en una ciudad española conoceríamos como anticuario, con la diferencia de que en una design store danesa puedes encontrar piezas de diseño sueco, escandinavo, mobiliario de los finlandeses Alvar Aalto o Eero Aarnio y auténticas reliquias de ese funcional y elegante diseño nórdico por el que no pasan los años. Joyas de la historia del diseño con las que también decoran y equipan cualquier alojamiento, hostal u hotel de 5 estrellas, impregnando tu estancia kobmendense (es su gentilicio) de diseño del bueno.
Diseño del bueno, contemporáneo aun siendo del siglo pasado, que cuenta con 3 grandes exponentes que desarrollaron su profesión desde Copenhague, como son Arne Jacobsen, Jacob Jensen y Verner Panton, cuyos diseños son de sobra conocidos. Del arquitecto y diseñador Arne Jacobsen son célebres sus sillas producidas en la década de los 50, como la silla Hormiga o la Modelo 3107 de madera curvada, inspirada en los diseños de Charles y Ray Eames y copiada hasta la saciedad para equipar cualquier biblioteca. También de Jacobsen es la Egg Chair, una introducción al diseño pop, a lo que también contribuyó Verner Panton con el diseño de la silla homónima Panton, la primera realizada de una sola pieza de inyección de plástico que marcó un hito para su fabricante, la empresa de origen alemán Vitra. Al diseñador industrial Jacob Jensen se le deben los diseños más famosos de la firma Bang & Olufsen, algunos de los cuales, junto a las sillas mencionadas, son cultura popular.
Decíamos del diseño impregnando las calles, a través de esos escaparates que dejan verlo todo, y es lo que tiene ser un país desarrollado y tener el diseño ya normalizado. Sin ir más lejos, lo que sería su asociación profesional de diseñadores es una fundación, la Design Society, formada a su vez por tres instituciones como son el centro de diseño DDC (Dansk Design Centre), el INDEX (Design to Improve Life) y el Instituto Danés de la Moda, apoyados directamente a nivel estatal por el Ministerio de Negocios y Crecimiento (Ministry for Business and Growth). Así pues, la Design Society funciona coordinando iniciativas nacionales y locales de moda y diseño, manteniendo perfectamente engrasados los engranajes de la administración con las empresas de diseño, síntoma de una madurez de la que, además de envidiar, habrá que tomar nota.
Muestra de esta sociedad receptiva y sensible al diseño es la existencia no de uno sino de dos museos dedicados al diseño. Uno de ellos es el ya mencionado DDC, fundado hace 4 décadas y cuya misión pasa por promover el uso del diseño en la industria, ayudando a profesionalizar desde 1978 todo el sector y promover la marca en el extranjero.
Recuerdo un par de exposiciones que ví en el DDC hace años, una retrospectiva y otra con vistas al futuro. Por aquel entonces, en Valencia, se acababa de celebrar la primera edición de la Valencia Disseny Week con un plato fuerte que fue la maravillosa exposición Suma y Sigue, una retrospectiva del diseño valenciano. En contraposición, la retrospectiva danesa no sólo exponía piezas, sino que contaba historias, ponía en contexto y retrataba el estado de una sociedad desde finales de la 2ª Guerra Mundial. La historia a través del diseño (Dinamarca) frente a una sucesión de piezas (España), gracias a que estos países no sufren el retraso de tres o cuatro décadas a nivel cultural y artístico que sigue padeciendo el nuestro.
Respecto a la exposición colectiva del DDC con vistas al futuro del diseño, se trataba de un pronóstico de varios diseñadores que repasaban cómo el diseño se había convertido en parte de la sociedad y a partir de 10 valores articulaban por dónde podría ir el diseño en la proóxima década. Un interesante ejercicio, el de organizar una exposición a partir de 10 conceptos del diseño nórdico y no únicamente recopilando obras, aprovechando tener un diseño autóctono tan definido.
Además de este DDC, hay un Museo del Diseño como tal (el histórico Designmuseum Danmark, fundado en 1890), pero una vez más, su definición se aleja de lo que aquí entendemos únicamente como diseño, y se dedica a muestras relacionadas con las artes aplicadas, con un perfil más artístico y decorativo.
Entre tiendas de bicicletas y a lo largo del canal Nyhavn, el diseñador que visita Copenhague sufre el síndrome de quien ve la conferencia de alguien infinitamente mejor que él. Te pone las pilas, mientras te hunde en la envidia. Te hace reflexionar sobre la normalización y la democratización del diseño a partir del norte de Europa, donde tienen toda una narrativa construida alrededor del diseño, y entidades que velan por ello. Tienen un diseño autóctono basado en unas materias primas y en una forma de producir, además de una estrategia a años vista y un mensaje claro: El diseño como canalizador de la innovación.
No funcionaría copiarles, ya que ese modelo no es el español, ni tenemos un diseño autóctono diferenciable ni tenemos su cultura del diseño en las calles. No debe ser casualidad que una sociedad impregnada por el diseño destile tanta sostenibilidad, así que lo que necesitamos es un cambio de valores, donde el diseño esté presente en un proceso y no sólo como un resultado.
Viajar a Copenhague es respirar diseño, pero sin tintes frívolos ni modernos. Es vivir en una sociedad que se ha construido y modelado con el diseño como un elemento cultural más y no como un añadido al final del proceso.