José María Aznar, Marine Le Pen, Vladimir Putin o Hugo Chávez. La literatura más inmediata como radiografía política de un país
VALENCIA. Hugo Chávez aparece en la televisión venezolana rezando junto a su familia. Cantando en cadena nacional. Arengando durante horas. Explicando el mundo. A continuación, uno de sus ministros informa de su excelente estado de salud tras ser intervenido en un hospital de La Habana. Chávez vuelve a aparecer completamente calvo, quemando un cáncer que algunos de sus fieles interpretarán como un veneno ideado por laboratorios de los Estados Unidos.
Somos muchos, llegará a decir, a los que ha atacado el cáncer para frenar la década social (socialista) de América Latina. Y el comandante piensa en Néstor Kirchner, muerto el 27 de octubre de 2010. Hugo Chávez hará llorar a Cristina Fernández de Kirchner en un consejo de ministros difundido por streaming. La revolución bolivariana también es fruto de YouTube. Igual que la espectacularización de las marchas antichavistas. Igual que Carlos Baute, en definitiva.
Hugo Chávez se reproduce en carteles, consignas, plegarias y maldiciones por todo Caracas. Por toda Venezuela. América Latina contiene el aliento y El País publica una foto con su cuerpo agonizante, que retirará a las pocas horas por ser falsa. El chavismo es eso: repetir una idea y una consigna hasta que se haga verdad. El antichavismo paradójicamente también: repetir, repetir, repetir. Somos política atravesada por el simulacro.
Pero la realidad siempre es distinta. La pobreza generada por el capitalismo. La malnutrición. El analfabetismo. Las casas de barro sin censar que se derrumban con los aluviones o los corrimientos de tierra. La población reproduciéndose sin control, lastrada por una violencia que la modernidad (ni Leopoldo López) no había podido contener.
“A las 4.25 de la tarde de hoy 5 de marzo ha fallecido el comandante presidente Hugo Chávez Frías”, anuncia en directo Nicolás Maduro, quien durante meses no había podido contener en absoluto los rumores sobre el estado terminal del presidente y que ahora ni siquiera puede reprimir las lágrimas. El país se lanza a la calle: los militares a controlar a la oposición, los bolivarianos a llorar la pérdida y la oposición a brindar con champagne o lo que sea. En su anuncio reverberan las palabras de otra fatalidad: “A las 20:25, la Señora entró en la inmortalidad”, y el Vaticano recibió innumerables peticiones para canonizar a Eva Perón, muerta de cáncer (también) a la edad de 33 años.
¿Qué significa el nombre de Hugo Chávez? ¿Qué significados esconde tal enigma? ¿Cómo es la vida en los tiempos de la revolución bolivariana? Alberto Barrera Tyszka reproduce en Patria o muerte (Premio Tusquets de Novela, 2015) los últimos meses antes de la noticia de la muerte del presidente. El conflicto de la sociedad venezolana queda representado a través del oncólogo Miguel Sanabria y su mujer Beatriz, acérrima opositora, el sobrino Vladimir, que forma parte del grupo médico que atiende al presidente, el escritor Fredy Lacuna que intenta escribir sin éxito una novela sobre la muerte de Chávez.
Algún personaje mínimo da argumentos a favor del momento histórico. El resto trastabilla entre la confusión y la acusación: el desempleo, la ocupación de la vivienda del escritor, las matonas de los barrios pobres, la violencia rampante de la capital... todo ello conforma un mosaico místico de miseria, mezquindad y supervivencia que todo el mundo intenta contar pero nadie puede. Imposible no pensar en Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez.
Escribir una novela sobre el chavismo te aboca a la pregunta esencial e inevitable: ¿eres chavista o antichavista? Desde qué lado miras el mundo. El intento de encontrar un punto medio (Miguel Sanabria, por ejemplo) es imposible. La literatura vale para mucho. Para propaganda, fundamentalmente. Para consuelo, de forma superficial. Para reflexión, en el mejor de los casos. El retrato del poder presente en la literatura ha sido siempre un desafío.
Tener a Manuel Vázquez Montalbán ha sido uno de los grandes privilegios que han tenido nuestro país y nuestras literaturas. Intelectual de una agudeza y de una honestidad dolorosas, cronista sentimental, farandulero y marxista de bien, lleno de adjetivos y cualidades que los años ochenta y noventa iban a arrasar del panorama colectivo.
Ficcionalizó al dictador escribiendo sus memorias en Autobiografía del general Franco (1992) a través de un escritor menor, Marcial Pombo, que recibe este encargo de escribir la “autobiografía” (sic) (naturalmente en primera persona) de Francisco Franco. Las vidas de ambos, naturalmente, diferirán hasta el punto de será el biógrafo al intentar escribir el relato falseado sobre Franco el que muestre toda la crueldad y la mezquindad del régimen.
Novela o ensayo, o ensayo novelado. Las categorías en Montalbán siempre fueron motivo de transgresión. Su obra póstuma, La aznaridad (2003) también elaboraba una semblanza del presidente José María Aznar y reflexionaba sobre lo que supusieron sus dos gobiernos entre los noventa y los dos mil. “Aznar es hombre de ceño fijo, de más ceño que bigote”, de maneras déspotas y con vocación imperial (dentro de lo que cabe, o de lo que cabía España por entonces), pegado más a George Bush que a Jacques Chirac porque “hay que escoger bien a los compañeros de paliza”.
Si La aznaridad era un retrato de un presidente, o una crónica instantánea de una etapa en que España creció en lo económico, como crecen los rascacielos a la orilla del mar, y en lo universal, Belén Gopegui se encargó de retratar el momento en el que el Partido Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero se decantó por la vieja guardia rubalcabista para hacer frente al último tramo de legislatura, la última socialista a día de hoy.
Acceso no autorizado (2011) es una novela en la que un hacker explora la información oscura del poder, y una Vicepresidenta de gobierno intenta resistir a las maniobras internas de su propio partido. Gopegui “revela” desde la ficción la información oculta de Alfredo Pérez Rubalcaba y Maria Teresa Fernández de la Vega que va desde la lucha por el poder hasta el abandono de cualquier maximalismo político.
Si Francia entra en pánico por la espectacularización de los ataques del Bataclan o de la redacción del Charlie Hebdo, también se estremece por lo que pueda llegar. Ya lo dijo Michel Houellebecq y tuvo que esconderse de la prensa y del pensamiento miope durante unos días después de los atentados a la revista satírica en enero de 2015. Marine Le Pen es la atrocidad del futuro, viene a decir Sumisión (2015); Manuel Valls, el hombre fuerte de un gobierno débil y François Hollande, un hombre perdido. El futuro será eso, o quién sabe.
Algo de futuro imaginaba Emmanuel Carrère en Limónov (2011). Al intentar explicar(se) quién era el militante neofascista Eduard Limónov, veía como contrapunto la sombra de Vladimir Putin y su intento de regeneración moral de Rusia: a la mafia rusa surgida tras la caída del bloque soviético y a la degradación de las costumbres y de la moral nacional le seguirá un periodo de intensa reconstrucción de las viejas glorias del país. Putin es un nacionalista que intentará devolver la grandeza a un país en horas bajas, a golpe de política exterior. Influencia, bombardeos y abrazos con Bashar-Al-Ásad.
A veces no está tan claro qué parte de ficción hay en todo esto.