VALÈNCIA. La realidad como un bloque de mármol, como un pesado cubo deseando mostrar sus sugerentes formas. El fotógrafo como escultor, cincel en mano, eliminando todo aquello que ha de ser eliminado, ocultando el sobrante hasta desvelar esa obra que siempre estuvo allí. Y, a pesar de todo el trabajo, detrás siempre está el mismo bloque de mármol. Corría el año 1985 cuando el ruso Andréi Tarkovski publicaba Sculpting in Time: Reflections on the Cinema, en la que presentaba al cineasta como un escultor del tiempo. Más de tres décadas después, Bombas Gens vuelve a sacar el cincel y el martillo, aunque en este caso de la mano de una destacada nómina de fotógrafos. Lo hace con Sculpting Reality, una exposición en la que plantea un recorrido sobre el estilo documental en la Colección Per Amor a l’Art. Si bien, en este caso, el bloque de mármol es la realidad, un elemento que, aunque no sea físico, sigue siendo maleable. Es por esto que en esta muestra no son poco importantes conceptos como verdad o veracidad. Pero, a todo esto, ¿qué es aquello de ‘estilo documental’?
“El término exacto debería ser ‘estilo documental’ [en contraposición a documento]. Un ejemplo literal de documento sería la fotografía policial de un crimen. Un documento tiene una utilidad, mientras que el arte es realmente inútil. El arte nunca es un documento, pero puede adoptar su estilo”. Estas palabras las firmaba en 1971 Walker Evans, precursor de este estilo y cara de la nueva fotografía americana. Y es en torno a esta definición que se levanta un proyecto expositivo que suma piezas que, aunque ya se han visto en otras ocasiones, dan forma a un nuevo relato. “Es un ejemplo de cómo utilizamos la colección para concebir exposiciones con obras ya vistas pero una nueva perspectiva”, explicó Vicent Todolí, asesor de la Colección Per Amor a l’Art, quien presentó la muestra junto a las también comisarias Sandra Guimarães, directora artística de Bombas Gens; y Julia Castelló, así como Susana Lloret, vicepresidenta de la Fundació Per Amor a l’Art.
Explicaba Todolí que “esta exposición demuestra que la fotografía conceptual está en deuda con Walter Evans”. Y no es para menos. Lo hace, eso sí, haciendo un viaje con paradas en distintos tiempos y espacios, una selección que permite al espectador asomarse por la mirilla de fiestas y demás actos sociales. También de lugares abandonados, en los que la única presencia son los ojos de un visitante furtivo. “Cada fotografía es una ventana que se abre a un espacio, a un momento”, reflexionaba Susana Lloret durante la presentación de la exposición. Los cotillas son bienvenidos.
La exposición comienza su investigación en los inicios del género con la serie Double Elephant Portfolio – Selected Photographs. Entre 1973 y 1974, Lee Friedlander y Burt Wolf seleccionan quince fotografías de cuatro autores que habían publicado en Double Elephant Press: Walker Evans, Manuel Álvarez Bravo, Garry Winogrand y el propio Friedlander. “No se puede obviar que la fotografía documental se entendía en relación con el reportaje o fotoperiodismo y, en consecuencia, se mostraba habitualmente en periódicos y revistas”, explica Julia Castelló. Esta categoría estética emerge con Evans en Estados Unidos y se refleja de forma muy temprana en autores como Helen Levitt, Robert Frank o Louis Faurer o, también, no estadounidenses como Ricardo Rangel.
Sin embargo, en este recorrido no prima tanto la visión directa de Evans sino su legado, la forma en la que el estilo documental cambió la manera de enfrentarse al hecho fotográfico y, también, cómo este ha ido evolucionando a lo largo de los años. “Demostró que la fotografía no necesitaba ser artística", entendida como la imagen manipulada, porque ya "trascendía al sujeto y pasaba a ser arte”, relató Todolí. Y esto se traduce en mil y una formas, no en vano en la exposición convive la arqueología industrial, estampas de ciudades estadounidenses y clase trabajadora o personajes populares como Andy Warhol y Marilyn Monroe.
Pero, ¿cómo encaja todo esto en esas dos palabras: estilo documental? De nuevo, Evans. “Lo que les une es experimentar con el lenguaje fotográfico. Al final todos parten de Walker Evans, aunque esa evolución les lleva a diferentes territorios”, explicó Castelló. “Hay una voluntad de confrontar la realidad. El arte existe como lo opuesto absoluto de la realidad de su tiempo. Es diacrónico. Estas obras crean una nueva verdad, que van más allá de la actualidad, de opiniones y valoraciones. Son obras que plantean cuestiones universales. Resisten a lo que es particular”, apunto por su parte Sandra Guimarães. Son, por cierto, 300 obras las que componen el recorrido. 300 realidades. 300 mirillas. Pasen y vean.