En la mayoría de los casos se percibe por quien vende que el precio que puede obtener es muy superior al real
VALENCIA. Decía en el anterior artículo que muchas veces existe una incorrecta percepción del valor, o mejor dicho, del precio de las cosas. El tamaño, en este caso, no importa como sucede, por ejemplo, con un tipo de mobiliario de las casas de nuestros antepasados, que hoy en día a duras penas encuentra mercado a un precio estimable, porque, o bien ha pasado de moda y no encaja en las decoraciones actuales o que, por el tamaño, no se adapta a muchos pisos modernos. Un mobiliario, por otro lado, de una gran calidad de ejecución y de materiales muy superiores a los que hoy en día se emplean y cuyo coste actual, por tanto, sería ciertamente elevado.
Si bien, decía la semana pasada, en la mayoría de los casos se percibe por quien vende que el precio que puede obtener por la venta es muy superior al real, sin embargo, hay un caso en que suele suceder lo contrario cuando este reúne las condiciones que los coleccionistas demandan: el papel antiguo. No estamos hablando de un gran valor unitario pero una colección de postales interesantes está integrada bastantes de estas. “No sabe usted lo que había en ese trastero…teníamos carteles antiguos de la Feria Regional, fotos de la Guerra Civil y postales del pueblo de mis suegros, pero acabaron en el contenedor porque creíamos que no tenían valor. Pregunten, señores, pregunten-responde el anticuario mientras, a la vez que amonesta a los incautos, se le aparece fugazmente la imagen del camión de basura rumbo al vertedero”. Una escena que acontece tantas veces después de recorrer una sucesión de estancias con enormes armatostes muy difíciles de encontrarles un mercado que los valore dignamente. Así que, al menos, que este artículo les sirva para algo: no tiren las fotos antiguas, las postales, los carteles de publicidad, fiestas o de propaganda política. Es más: no tiren nada antes de que alguien que sepa les diga que pueden hacer con ello.
A la hora de comprar el anticuario o el marchante se desplaza a las casas de los propietarios y es allí mismo donde se perfecciona, o no, la compraventa. Unas veces la cosa va como la seda pero otras es un ejercicio agotador en el que uno tiene la sensación de estar en un mercado persa. “Anda súbame un poco el precio del cuadro, y le acepto el precio de la talla de la Virgen”. O ese momento en que todo parece cerrado y la nostalgia hace acto de presencia para que se vengan al traste dos horas de tiras y aflojas: “¿sabe? Ahora me da pena vender porque le teníamos mucho cariño en casa, ¿me deja que me lo piense?”
En la era de internet, las ofertas de venta no suelen llegar a un solo profesional. Es un tema recurrente de nuestros desayunos el del vendedor que va ofreciendo una lista de obras de grandes maestros (Picasso, Dali, Goya son recurrentes a los que se les puede añadir un Miró o Sorolla de rigor) a los modestos profesionales valencianos en lugar de, teniendo en cuenta lo eximio de los artistas, coger el primer vuelo y presentarse en el 33-34 de New Bond Street donde está Sothebys. Cuando recibo una llamada de esa naturaleza siempre contesto lo mismo “señor, no tengo dinero ni para pagar el marco del Picasso”. Hace escasos días circuló un lote de ese cariz que llegó a los correos electrónicos de varios de los anticuarios de nuestra ciudad. El propietario, incluso, me llamó para ofrecérmelo personalmente. Pero estas cosas no hay que alargarlas más de lo preciso, así que en esta ocasión cambié la excusa y le corté alegando que para mi horror estaba viendo como se me salía el agua del baño. Ese mismo día me llegaron por correo electrónico fotografías de las “insignes obras maestras”. Me llamó la atención especialmente el Miró por el hecho de que mi hija de nueve años tiene ya una técnica mayor que quien perpetró esa cosa a la que no se le puede ni siquiera elevar a la categoría de falsificación. En muchas ocasiones son tan burdas que no hace falta ser docto en la materia. No engañaría ni a Paquirrín… o sí.
Los canales de venta de esa clase de obra son otros muy distintos, no es habitual que los Picassos o los Matisse viajen en el maletero de un Ford Focus por las calles de Valencia como si se tratara de un MOMA ambulante.
Y para terminar, dos consejos y una reflexión. El primero es que si creen que el profesional no está valorando adecuadamente aquello que pretenden vender, pidan una segunda o tercera opinión. El segundo: si en un futuro quieren vender una obra de arte o una antigüedad que compraron y no quieren llevarse una sorpresa desagradable, cómprenla a un profesional que les asesorará y les certificará la autenticidad de lo que adquieren. En cuanto a la reflexión: parece que, tristemente, vamos a un mundo del usar y tirar. Aunque suene raro la utilización de una lujosa cómoda Luis XV del siglo XVIII es en cierta forma una forma de reciclar, reutilizar. Según el momento económico o las modas habrá siempre muebles o útiles cuyo precio será mayor o menor, pero sería lamentable entrar en una era en que objetos que siguen cumpliendo perfectamente su función un siglo después, hayan visto depreciado su valor en pos de una economía de lo efímero. La antigüedad y la economía sostenible, interesante tema para otra semana.