La comida como cordón umbilical de la solidaridad. Aquí la historia de dos vecinos que se conocían de 'hola y adiós' hasta que llegó la pandemia. Ahora uno, que es chef en Vidas Cruzadas, cocina diariamente para el otro, de 81 años
VALÈNCIA. Manu vive en el sexto piso de un edificio cualquiera dentro de un barrio obrero de València. César, en el quinto. En su casa -100 m2, distribución clásica, cocina estrecha- prepara la comida para él y su familia, que se compone de tres niños, mujer y perro. Que si arroz, que si lentejas. Por mucho que se dedique a la cocina profesional, prefiere los platos clásicos, con buen producto y mejor mano, que siempre serán los mejores del recetario. De ellos se beneficiaban los suyos, hasta que la pandemia lo cambió todo. Un día, el mundo dejó de ser lo que era y la crisis del coronavirus nos obligó a definirnos como personas, para lo bueno y para lo malo. Por suerte, ha habido más de lo primero. Y la solidaridad ha conferido un nuevo impulso a su proyecto, Vidas Cruzadas, una empresa que antes se dedicaba al catering privado, pero que ahora constituye el salvavidas de muchos de sus vecinos.
Cada día, Manu prepara de cinco a diez táperes de comida y se los entrega a aquellos que no pueden cocinarse. Sus padres, sus vecinos y otra gente del barrio. Entre ellos, a César, un señor de 81 años que se quedó sin la atención de su cuidadora debido al confinamiento. Se lo contó durante uno de esos cruces de ascensor, de los de 'hola y adiós', y al día siguiente tenía la comida colgando de la puerta. Ensalada, guiso de pescado, pan y una pieza de fruta.
Son las 12 del mediodía y las cacerolas están humeando. Nada más entrar en casa de César, nos descalzamos, nos desinfectamos las manos y mantenemos las mascarillas bien puestas. Anda ocupado con el caldo para dos bandejas de arròs al forn. También tiene el pan dentro del horno, que hoy es de salvado, pero otros días integral, e incluso de calabaza, porque está aprendiéndose todas las recetas de Jesús Machi. A la vista de la hogaza, nadie diría que lleva un mes entre masas. Con pocos medios (fogones de gas, utensilios domésticos, los mismos electrodomésticos que cualquiera de nosotros), hace maravillas, y eso que se las tiene que ver con cuchillos y guantes. Su familia ha bajado a pasear al perro, aunque normalmente se presta a ayudarle, porque todo esto también comenzó "como una forma de enseñarle a los niños que, en tiempos complicados, es cuando más debemos ayudar", nos cuenta. Así se implican y aprenden, tanto recetas de cocina como valores indispensables: solidaridad.
A Manu, el anuncio del estado de alarma le alcanzó en Vic (Barcelona), de viaje de trabajo. Nada más regresar a València, se dirigió al supermercado y se enfrentó a aquellos lineales asolados de los primeros días. En plena constatación de la codicia humana, decidió actuar de manera diferente y poner en marcha su propia revolución ciudadana. Tras veinte años trabajando en una multinacional, este mallorquín se formó en cocina e hizo sus prácticas en Saiti, para terminar ejerciendo como chef privado y fundar su propia marca: curiosamente, se llama Vidas Cruzadas. Con ella, se dedica a organizar eventos y a prestar servicios de catering para empresas, grupos de música o equipos de rodaje. "Tenía contratados todos los fines de semana hasta junio, pero los he ido cancelando. Hay que mostrar responsabilidad", asegura. Y claro, se le ha ocurrido cómo dar salida a la comida de las cámaras.
En este punto de la historia aparece César, de origen vasco, pero arraigo valenciano, quien durante toda su vida ha ejercido como neumólogo. A sus 81 años, observa con incredulidad el impacto del Covid-19, confinado en casa desde hace mes y medio. El problema es que, con el estallido de la crisis y las medidas de aislamiento, se quedó sin su cuidadora. "Aunque soy autónomo, tenía una chica que se encargaba de atenderme, porque mis hijos no pueden. Ya sabes, compraba, limpiaba y cocinaba. Pero desde el 14 de marzo no puede venir, así que me vi un poco perdido. Por suerte, tengo un vecino que no me lo merezco", nos cuenta, al otro lado de la puerta. Desde el mismo momento en el que se cruzó con Manu en el ascensor y le contó por encima el problema, no ha habido día que le haya faltado el plato de comida. "Me llamó por teléfono y me dijo que él se encargaba de todo. La verdad, me sorprendió, porque éramos vecinos con poco trato, pero ahora no puedo estar más agradecido", asegura.
"Estoy comiendo mejor que en un restaurante tres estrellas, porque él cocina de muerte y los productos son de primera", dice el anciano. Además, Manu trata de complacer sus gustos: desde un marmitako que le recuerde a la infancia, hasta los pescados de vigilia de Semana Santa. A primera hora de la mañana, César recibe un mensaje con la propuesta y, a eso de las 13 horas, otro donde le avisa de que ya tiene la bolsa colgada en la puerta. A veces también le ayuda con la compra. Y él, disfruta del plato, le da las gracias y le lava los táperes, que luego sube y deposita en el rellano para que, al día siguiente, se vuelva a repetir el relato.
La historia de Vidas Cruzadas no se queda en el trayecto del quinto al sexto piso. A raíz de descubrir la iniciativa, bien por el boca a boca, bien mediante las redes sociales, otras tantas personas vulnerables entraron en contacto con César. Así es como ha terminado repartiendo de cinco a diez raciones, dependiendo del día, entre vecinos de la zona y otros del barrio de Patraix, donde de todos modos ya se desplazaba para atender a sus padres. "A eso de las 14 horas, cargo el coche y me voy para allá. La Policía me ha parado un par de veces, pero al verme con los táperes y explicarles la situación, no me ponen ninguna pega", dice. Se siente satisfecho de haber creado una red de solidaridad y de que, a raíz de aparecer en los medios, otros compañeros hayan decidido emular el sistema. Cree que todo este esfuerzo le traerá rendimientos a largo plazo, cuando la gente recuerde la ayuda prestada, aunque eso es lo último que le preocupa ahora. "Esto lo hago, sencillamente, para sumar", confiesa.
Aquí, Manu pone el bolsillo. "No les dejo que me den dinero, ni siquiera para comprar los productos. A fin de cuentas, estoy tirando de lo que tenía en las cámaras y preparo lo mismo que haría para mi familia, quizá un pelín más", disfraza. Sin que pudiera evitarlo, hubo una persona que le hizo un Bizum, "pero ya le he dicho que se lo voy a devolver". Y claro, César quiso tener un detalle: le envió un jamón de Bodegas Gargallo a casa.
Sigue comprando directamente a proveedores, eso sí. Hoy le llegan espárragos de Tudela, alcachofas de La Rioja y carne de lechal, traída directamente de Burgos, "porque también hay que ayudar a los agricultores y los ganaderos en estos momentos", reinvidica. De hecho, la familia tiene un huerto propio en La Torre. "Pero no hemos podido ir desde hace 50 días y no sé en qué condiciones nos lo vamos a encontrar. Doy por hecho que he perdido toda la cosecha de tomates y también las últimas alcachofas. No las recogí el último día pensando 'ya iré', y mira..", se lamenta. Tocará volver a sembrar, bonita metáfora de lo que va a ocurrir en el ámbito de la gastronomía. Partir de la tierra yerman, para desenvolverse en un nuevo mundo, donde los aforos estarán limitados, los chefs no podrán quitarse las mascarillas y las imposturas no tendrán sentido, en pos de los medios rudimentarios y las recetas clásicas.
Como venimos diciendo, sobrevivirán los que se adapten, los que nos emocionen. Quienes comprendan que la solidaridad y la humanidad siempre han sido el único camino.