VALÈNCIA. “Las cosas ocurren solo un determinado número de veces, en realidad, muy pocas. ¿Cuántas veces más recordarás cierta tarde de tu infancia (…)?. ¿Cuántas veces más verás salir la luna llena? Quizás veinte. Y sin embargo todo parece ilimitado”. Paul Bowles en su novela El cielo protector, con una reflexión sobre la temporalidad real de una vida que creemos ilimitada. Aun cuando uno se considere todavía joven, este pensamiento se le empieza a aparecer, de vez en cuando, en medio de instantes memorables. No es que el concierto del pasado viernes de la Orquesta de la Comunitat con su titular James Gaffigan sea de esos que le marcan a uno, pero sí que se me vino a la mente esta idea sobre la finitud de los grandes momentos. ¿Cuántas veces más escucharemos estas dos obras con un nivel a la altura de las mejores orquestas del mundo?. En mi ciudad seguramente pocas veces más.
Se abría el programa con una obra de Oscar Esplá el poema sinfónico “El sueño de Eros” estrenado en Viena en 1911. Una obra muy interesante, formal y estrictamente musical deudora del preludio del Tristán wagneriano en una curiosa combinación entre la música centroeuropea postromántica (obtuvo un importante premio de composición en Munich en 1913) y los inconfundibles rasgos populares, soleados y mediterráneos del compositor alicantino. Una vez más, una obra de este gran músico, cuya calidad no se corresponde con su rara presencia en las salas de concierto.
El programa continuaba, concebido en torno a la figura de los amores imposibles pues West Side Story significó el trasladar la disputa entre los Montescos y los Capuletos al Nueva York de las bandas juveniles de mediados del siglo pasado y el magistral ballet de Prokofiev todos sabemos que se basa en la célebre tragedia de Shakespeare.
Soberbia la lectura de Gaffigan de las Danzas Sinfónicas de West Side Story. Hay que advertir que el director neoyorquino decide transitar por caminos alejados de histrionismos avasalladores o contrastes dinámicos extremos para narrar la música de Bernstein. Con estos músicos podría hacer lo que le viniese en gana, pero se decanta por un mayor hedonismo sonoro, cierta contención y fluidez en el fraseo. Es, cierto, una visión que poco o nada tiene que ver con la histórica lectura del propio compositor con su Filarmónica de Nueva York, que posiblemente nunca será superada, en su lenguaje mucho más teatral, jazzístico y “barriobajero”. ¿Para qué meterse a epatar con el mismísimo Bernstein?. Gaffigan, creo que inteligentemente, opta por un lenguaje más sinfónico y equilibrado. Expone más que narra y el sonido general es fabuloso. Gaffigan ensalza la obra, ennoblece su escritura, como la pieza maestra que es. En cuanto a la orquesta, suena fabulosa tanto en conjunto como todos sus solistas. La sucesión de momentos memorables es interminable: excelente Bernardo Cifres en el solo de “Somewere” y la posterior y arrebatadora entrada de la cuerda, uno de los grandes momentos de la noche. El mambo, siempre dado a exhibir jocoso poderío, confirmó lo que decíamos antes sobre el refinado acercamiento de Gaffigan a esta obra. Quizás con esta lectura no fuimos testigos de las destartaladas calles de un Nueva York “ocupado” por las bandas rivales, los filos de las navajas brillando en la oscuridad, pero sí percibimos el poder abstracto de una música que arrastra y embriaga el oído.
Sucede algo parecido con la lectura del Romeo y Julieta de Prokofiev y aquí tomaremos como sujeto de comparación la inolvidable velada que llevara a cabo la Orquesta del Mariinsky en la sala principal con el cuerpo de baile de aquel teatro ruso allá por 2012 en la sala principal de este teatro. Una lectura descarnada, sin frenos, y más marcada rítmicamente, esa premura y suerte de improvisación (seguro que sin ensayos previos) marca de la casa. Gaffigan me da la sensación de que no se plantea la dirección de esta selección de números pensando estrictamente en el ballet, sino con una visión estrictamente musical, en cierta forma abstracta (siempre dentro del carácter programático de esta música, claro), con la rítmica no tan marcadas, lo que se pudo ver claramente en por ejemplo el minueto o en las máscaras. Tampoco la célebre “danza de los caballeros” es un derroche de testosterona sino que, dentro de la inevitable espectacularidad, es un ejercicio deslumbrante de contención con menos contrastes rítmicos y dinámicos a lo que estamos acostumbrados. Gaffigan pocas veces apabulla porque no quiere. No obstante, una lectura de una belleza insultante y un fraseo de enorme intensidad, como por ejemplo en la larga escena de la “separación de Romeo y Julieta”.
En cuanto a la orquesta de la Comunitat Valenciana, definitivamente estos músicos “no saben” bajar el nivel de sus interpretaciones. No va en su naturaleza, por lo que cada lectura es una demostración de flexibilidad, musicalidad y virtuosismo orquestal. Para no ser justos habría que citar a una quincena de solistas que tienen intervenciones destacables en las obras, pero no es posible. Por ejemplo, la “presentación de Julieta” fue una sucesión de solos para enmarcar. Admirable Paco López, que sustituía a Magdalena Martínez por indisposición, solista principal de la Filarmónica de Oslo, con una emisión robusta y carnosa, ya desde el inicio en su primera gran intervención en “Montescos y Capuletos”. No desmerecieron el resto de maderas rayando a un nivel altísimo. Una gratísima sorpresa supuso el valenciano Salvador Bolón- proviene del Ateneo Ausical del Puerto- como chelo solista, o “clásicos” como Joan Enric Lluna en el clarinete, Christopher Bouwman en el oboe. Citar también al viola solista Andriyl Viytrovych integrante de la pequeña familia ucraniana de la orquesta junto a los segundos violines Anastasia Pylatyuk como solista, Anna Stepanenko o Evgeny Moryatov.
Éxito total y absoluto en una sala prácticamente llena y, lo que es más esperanzador, un alto porcentaje de público joven.
Ficha técnica
11 de noviembre de 2022
Auditori del Palau de Les Arts
Obras de Esplá, Bernstein y Prokófiev
Orquesta de la Comunitat Valenciana
James Gaffigan, director musical