VALÈNCIA. Este año que se extingue se celebraron las cuatro décadas de existencia del punk, una de las corrientes musicales que marcaron mi adolescencia. En 1977 se publicaron discos que terminarían siendo fundamentales para la música pop y para mí como individuo. Cuarenta años viviendo con ellos y, en muchas ocasiones, gracias a ellos.
Cuando comenzaba el año, mirando fechas para posibles temas relacionados con esas efemérides que tanto gustan a la gente, constaté que 1977 fue el año en el que aparecieron muchos de los discos más importantes de mi vida. La mayoría no pude comprármelos cuando salieron por dos motivos. Uno es de índole económica. El otro se debe a que muchas de aquellas novedades llegaban bastante tarde a España. Así que yo iba descubriendo y anotando todos aquellos hallazgos en una lista de deseos que cada vez era más extensa. Si tenía suerte, alguien me grababa uno de los disco en cuestión en una cinta de casete. O me llevaba el álbum en calidad de préstamo para escucharlo en casa.
No existe ninguna sensación parecida al hecho de estar en el colegio, hasta las narices de todo, hasta las narices de los profesores y del maldito Campo Olivar, -que era donde yo acudía a cursar mis estudios-, y que de repente estallen delante de ti los Ramones. Pocas cosas existen más liberadoras que eso. Había leído sobre ellos en Star y Disco Express, sendos artículos escritos por Manrique y Ordovás, que prometían lo mejor. La imagen del grupo era única. Y fácil de imitar, aunque entonces era complicado conseguir cazadoras de cuero como aquellas en España, y en València ya ni te cuento. Con lo que tiraban aquí el look ibicenco y la pana. Eso que dice Alaska de que descubrió a ramones leyendo Diez Minutos es completamente verosímil, aunque yo me inclino a creer que ya los habría visto en la portad de Disco Express. La revista del cotilleos tenía una sección de breves con titulares fijos como “para reír”, “para gritar”, “para correr”… En una de esas, aparecieron allí Ramones. La foto promocional en la que posaban en un solar del Bowery, entre basura y escombros. Para gritar, según el Diez Minutos, porque eran unos macarras que daban miedo.
Cuando El Yanqui sacó de la bolsa Leave Home empecé a contar los minutos para que se acabara la clase y poder volver a casa para escuchar el disco. El Yanqui era un compañero de origen español que había vivido en Estados Unidos durante años. En un viaje había visto a Blue Öyster Cult actuar en San Francisco y le admirábamos por eso, aunque en realidad Blue Öyster Cult nos diera igual a todos excepto a él. Le pedí que me trajera un disco de Ramones y, contrariamente a lo que hacía todo el mundo cuando se iba al extranjero y le encargabas algo, me lo trajo. Leave Home. Los Ramones en tecnicolor. Contemplé y manoseé la portada durante todo el trayecto hasta casa, desde Burjassot a Arrancapins, maldiciendo cada parada, la de Benicalap, la de Beniferri, para que bajaran otros niños que no llevaban encima ningún disco mágico. Una vez en casa escuché ‘Glad To See You Go’ y ya no necesité nada más para que mi fe en los Ramones fuera dogma.
En los anaqueles de tiendas como Lanas Aragón o El Corte Inglés podía encontrar singles de los artistas que me gustaban, siempre revueltos y mezclados con montones de referencias que no me gustaban nada. En una de esas incursiones desesperadas di con un sencillo de Television. Ante mí tenía ‘Marquee Moon’, su canción magistral, más de 10 minutos divididos en dos partes para poder hacer un single. A la portada le habían colocado un membrete muy feo con un puño peleón y la leyenda punk rock. Era la manera que tenía la industria discográfica española de vender música nueva. Refregarnos por la cara que aquello era punk rock, por si no nos habíamos enterado. Hispavox -la discográfica culpable- hizo eso con todos aquellos discos que podían pasar por punk. Un plan de marketing impecable que desgraciaba las portadas originales con aquel horrendo añadido. La foto de Robert Mapplethorpe en la que aparecían Tom Verlaine, Richard Lloyd, Fred Smith y Billy Ficca tampoco se libró de aquella maldición española. Mejor eso que nada, pensé yo mientras recorría la Avenida Fernando el Católico en dirección a casa. Una vez allí, escuché esa espiral de acordes de guitarra que parecen un mensaje en morse. Un mensaje en morse que, al ser descifrado, te colocan en una dimensión en la que una parte de ti vivirás ya para siempre.
Never Mind The Bollocks, el debut de Sex Pistols, salió a finales de 1977. Y aunque yo lo adquiriría a lo largo de 1978, como muchos de esos otros discos deseados, era uno de esos discos que estaban hechos para mí. A veces los singles de los que hablaba antes aparecían en las cubetas de los saldos, en aquellos establecimientos donde sobre todo se vendían electrodomésticos o cosas que nada tenían que ver con el rock. Pero el caudal de sorpresas era imparable Abrías una revista y te encontrabas con otra reseña tentadora. Talking Heads: 77, la superficie roja, el título del disco en verde. Ariola sacó, supongo que de chiripa, el primer disco de Suicide. RCA cumplió respetuosamente con el calendario de lanzamientos internacional y sacó Low y “Heroes”, ambos firmados por Bowie, ambos con aquellas portadas glasofonadas que lo ponían todo perdido de innecesarios brillos. Las observaba con curiosidad cuando me topaba con ellas buscando en las cubetas. Lo mismo ocurrió con el Plastic Letters de Blondie y con muchos otros álbumes de entonces. Con lo que costaba que salieran aquellos disco en España y siempre llegaban incompletos, tarados, enrarecidos. Las fundas con las letras eliminadas. Los encartes con los créditos ignorados. Las fundas protectoras de papel convertidas en miserables fundas de plástico transparente.
Muchos de los discos de aquel 1977 han sido esenciales para mí de la misma manera que lo son ciertas películas de Hitchcock o los libros de Salinger. Qué más da si llegaron a mi habitación con un notable retraso respecto a su edición. Los quería todos pero no tenía suficiente dinero. Por lo tanto, me conformaba con saber que estaban allí, aguardándome, y mientras llegaba el momento de llevármelos conmigo, leía sobre ellos, los mismos artículos, las mismas entrevistas, las críticas, una y otra vez. Kraftwerk posando como hombres ajenos a la música pop en la portada de Vibraciones, extraños, magnéticos. Y una canción de Eno, sonando en la habitación de Quique, mientras me enseñaba las acuarelas que iban con Before And After The Science. ‘By This River’ es una de mis canciones predilectas de todos los tiempos. Tan delicada que parece un diente de león flotando en el aire. Con su letra de haiku (aquí estamos, atrapados junto a este río, tú y yo bajo este cielo que siempre se está desprendiendo) que suena igual que mi presente (a través del día como si fuera un océano, esperando aquí, olvidando siempre para qué vinimos, me pregunto para qué vinimos) y a sensaciones (me hablas como si lo hicieras desde la distancia y yo contesto con impresiones tomadas de otra época) que hasta hace poco creí que, una vez escritas, se esfumarían para siempre. Estaba equivocado.