VALENCIA. Es posible que la proximidad -la primera de sus virtudes- distorsione la realidad de Cuenca como una ciudad turística y cultural de primer interés para cualquier valenciano. Es posible que también haya algo de distorsión a partir del mestizaje que ha unido a toda la provincia manchega con la Comunitat, especialmente durante los años 60. Pero fue precisamente en esa época -y no por casualidad- cuando el entorno de la que ahora es Ciudad Patrimonio de la Humanidad, se generó un lugar que cambiaría para siempre el ambiente de esta vieja fortaleza musulmana.
Ese lugar es el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca. Si cualquiera tuviera que reconocer una imagen, una postal de Cuenca, señalaría a las Casas Colgadas. No es tan automático relacionar su nombre al centro expositivo más relevante de la vanguardia informalista de los años 60 en España, la referencia en ese momento en el mundo. El casco histórico que era todo piedra, polvo, miseria y relatos de la huida de posguerra acogió el sueño de Fernando Zóbel. El artista filipino (Manila, 1924 - Roma, 1984) buscaba emplazamiento en España y fue el también creador conquense Gustavo Torner quien le convenció para provocar un enigmático oasis de arte de vanguardia, tan único como la ciudad que acumula casas en cornisas de piedra y arquitectura de vértigo, insertado en el mágico interior de estas las casas más famosas al arrullo del Júcar.
Zóbel, Torner, Antoni Tapies, Modest Cuixart, Eduardo Chillida, Antonio Saura, José María Yturralde, Rafael Canogar, José Guerrero, Luis Feito, Martín Chirino, Manuel Millares, Gerardo Rueda, Soledad Sevilla o el alicantino Eusebio Sempere son solo algunos de los nombres que se pueden disfrutar en un museo ampliado desde la desaparición del Mesón de las Casas Colgadas. El fundador del mismo cedió los fondos y la propia estructura del centro a la Fundación Juan March que ha ampliado y elevado su posición. El pasado 1 de julio cumplió 50 años de su apertura, pero esta es solo la efeméride desencadenante de un viaje lleno de placeres entre el arte y la gastronomía y accesible para cualquier bolsillo.
Si el bolsillo preocupa, directamente, la Fundación Juan March ha decidido hacer la entrada gratuita (tan gratuita como la recomendable audioguía y app de visita para iOS y Android). Allí se citan todos los apellidos aquí descritos y con un mínimo de exploración previa se puede poner en valor quiénes y qué fueron los informalistas. Burladores de la censura franquista con un lenguaje ininteligible, provocador de intolerancia y que atenazó al régimen por no tener herramientas de transcripción por las que denunciarlo, mientras que fuera de España era reconocido por romper sin prejuicios con toda la historia del arte que le precedía. Ahora acoge la exposición Arte sonoro en España (1961-2016) a la que cabe aproximarse con la mente si cabe todavía más abierta que en el caso de la obra pictórica y escultórica. La propuesta es única para los amantes del sonido y de su vinculación a la contemporaneidad de las expresiones.
Es posible que el museo sea una de las joyas de la ciudad, muy vinculado posteriormente a la pujanza de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Castilla-La Mancha. Es una anécdota conocida, pero allí se encontraron y exploraron otras inquietudes casi todos los integrantes de la familia que más tarde, tratando de generar expresiones en el audiovisual y el espectáculo, conformaría la base de cómicos de Paramount Comedy España (La Hora Chanante o Smonka). Sin embargo, el propio entorno de inspiración se sostiene con una población que apenas rebasaba en 2015 los 55.000 habitantes, pero que en invierno mantiene un equilibrio entre la ciudad nevada de belleza medieval, enrocada sobre el monte, silueteada por los ríos Huécar y Júcar, y la capacidad de albergar colecciones de arte como la de la Fundación Antonio Pérez.
Situado en la zona más alta de la ciudad -es imprescindible disfrutarla con ropa cómoda porque la inclinación de sus calles es identificativa-, este centro expositivo usa 30 salas del antiguo convento de las Carmelitas para exhibir unos fondos de hasta 3.000 obras. En conexión con el Museo de Arte Abstracto como contexto, los grabados, pinturas y esculturas avanzan en la contemporaneidad como pocas instituciones en España (ahora con la exposición Apocalypse de Rebeca Plana). Pero es importante destacar que a este centro se puede acceder con la CulturalPass, un imprescindible de la visita más nutritiva a Cuenca, deshabilitada hasta el final de la exposición 'Poética de la libertad' de Ai Weiwei de la que hablaremos más adelante. De venta en hoteles, alojamientos turísticos, pensiones, la Catedral y casi todos los museos, con ella se puede acceder a este centro, pero también al Museo Diocesano, al de la ciudad, al Museo de la Semana Santa (cerrado en agosto), a la los túneles de Alfonso VIII (impensables galerías subterráneas en la roca, almacén y refugio de la Guerra Civil) y a la Santa Catedral y Basílica de Cuenca.
La Catedral es la otra joya de la corona enmarañada de casas y cuestas en Cuenca. Con casi 40 capillas, un estado de conservación interno -el externo, al borde del exceso por lucidez- privilegiado, no ha dejado de estar vinculada al arte contemporáneo que la rodea. La llegada de los informalistas, la presencia de las artes contemporáneas que no cabe negar siguen generando sorpresa entre sus habitantes y entre los visitantes menos interesados, influyó decisivamente incluso en este espacio. Las vidrieras de Torner o de Rueda, entre otros, hacen únicas las visiones y expresiones del culto dentro de la primera catedral gótica de toda Castilla.
La base que dejaron los caballeros normandos que acompañaron a Leonor de Aquitania, la esposa del Rey Alfonso VIII, avanzaron para toda España el gótico, volviendo a dejar a Cuenca como pionera en la exploración artística. También lo serían todos los pintores insertados en muchas de las pinturas de la catedral, con becados en Italia, discípulos de Leonardo Da Vinci entre otros. Particular en la fórmula para salvar sus desniveles, la Catedral de Santa María y San Julián fue construida sobre la mezquita en el siglo XII, pero otra de sus grandes particularidades llega tras sus ampliaciones coincidentes con el descubrimiento del Nuevo Mundo. La de Cuenca es un caso absolutamente único como Catedral de estilo fantástico. Las figuras humanas entran en contacto con animales imposibles para occidente en aquel momento. Las tortugas, los peces más increíbles o los armadillos se empastan con nuevos frutos y vegetales, creando una nueva mitología para las arcadas góticas que alumbraron al siglo XVI.+
Vinculada de origen y como eco de éste a los arietes del arte, su claustro acoge hasta el 6 de noviembre la exposición de Ai Weiwei, posiblemente el artista internacional más en boga en este momento. El pekinés hace una analogía en S.A.C.R.E.D. con el encarcelamiento durante cinco años de Miguel de Cervantes en Argel. En el cuarto centenario de la muerte del autor de Don Quijote de la Mancha, la exposición reconfigurada como 'Poética de la libertad' incluye seis grandes cajas en las que Ai Weiwei se representa casi a tamaño natural con los vigilantes y captores del Gobierno chino que le mantuvieron 81 días en 2011 completamente vigilado, durmiendo con la luz encendida y privado en cualquier caso de una total libertad.
Así se abre de nuevo la catedral de las vidrieras realizadas por artistas contemporáneos al momento más actual del arte, en el que Ai Weiwei sigue enfrentándose al Gobierno chino.
Por cierto, la Catedral también está acogiendo este verano un impresionante videomapping sobre su fachada. En meses sucesivos continuarán estas proyecciones en la fachada de la seo conquense. En concreto, los días 23 y 24 de septiembre y, en octubre, el 28 y el 29. Están programadas a las 22.30, 23 y 24 horas el próximo mes y a las 22, 23 y 24 horas del último.
En un vistazo al dulce momento para la exploración artística de Cuenca, no cabe pasar por alto una rama de la cultura que es tan antigua como la extinta mezquita y que se abre constantemente entre los muchos museos citados. El camino entre tantas salas de exposición -y pequeñas tiendas de artesanos, todas recomendables aunque solo sea por el rato de conversación que sus creadores regalan- abre el apetito, pero la gastronomía manchega, honesta, sencilla por sabia, nada humilde y con ánimo de exceder al comensal, es otro de los grandes reclamos de la actual ciudad.
La lista, desde luego, podría rellenar los almuerzos y cenas de una semana sin repetir mantel, aunque jugando a la comparativa con algunas de sus principales tendencias: es la ciudad para perder el control calórico con el ajoarriero y el morteruelo, dos pastas que son capaces de elevar al bacalao y la caza menor hasta nuevas situaciones. De hecho, la caza en sí, menor y mayor, es otra de las grandes bazas de Cuenca para los carnívoros.
Si tuviéramos que escoger uno solo de los muchos y buenos restaurantes que hay en Cuenca -qué difícil es encontrar un mal servicio o un precio disparatado-, nos quedaríamos con la Posada de San José. Si cabe la posibilidad, en su terraza y en una noche de verano, donde las reservas son a menudo para entre dos o tres semanas, pero donde se puede tener una de las conexiones más elevadas con la ciudad por sus vistas y por las citadas cazas y la selección de entrantes que incluyen los ya citados ajoarriero y morteruelo. En caso de que la economía lo permita, hospedarse y alimentarse allí durante un fin de semana de invierno, con la ciudad nevada, es un lujo a interpretar por cualquier guía de viajes internacional. Es una segunda opción para la misma intentona el Figón del Huécar, antigua casa de José Luis Perales y con un ticket algo superior al de la posada, sin que las distancias estén justificadas.
Es muy interesante para cualquiera de las comidas pasar -o mejor dicho, subir y subir y subir por la Calle Larga- por el Asador María Moreno. Las chuletillas, sus Ferrero Rocher de morcilla o el pulpo bien merecen la ascensión. Para el día a día, con un servicio rápido y a sabores a cocina manchega, se encuentra casi pegado a la Catedral, en una callejuela, la Taberna Albero. Es interesante también merendar con algunas tapas en la Terraza del Júcar (a base de croquetas, por ejemplo) en un lugar mágico y alejado del casco histórico. Quizá no es tan aconsejable para la cena, también por el peso del ticket, pero sí para cualquier opción de horario más intermedia, con varias cervezas o vinos, en una comida de tapas sin la necesidad de completar un menú.
No obstante, siempre es interesante abandonar el corazón turístico de la ciudad y aproximarse a algún lugar entre la realidad mundana y las raíces de su gastronomía. Cerca de la Calle de los Tintes y el Parque de San Julián -un patrón al que la ciudad no deja de tenerle cariños en toda su fisonomía-, se encuentra la Posada de San Julián. Allí, en un menú de 11 euros que lo incluye todo, pero donde encontrar unas judías pochas o guisadas, lentejas estofadas, sopas como la de ajo, por supuesto, potaje de garbanzos y bacalao, pisto y gazpacho manchegos y excesos imprescindibles como la santísima trinidad del cordero en este restaurante: asado, en caldereta o por sus chuletas. Tan recomendable y pintoresco como cualquier estudiado recoveco de la 'ciudad vieja', la de San Julián, con el comedor por donde aparcaban los carros y un servicio que le hace a uno creer que ha vuelto a casa de sus abuelos, son el lugar más deseable para sentir que uno ha conocido también a través de sus sabores la ciudad.
Y es que Cuenca merece más que un vistazo. Es una ciudad que invita a reincidir en las visitas, a volver a contemplarla cruzando el Puente de San Pablo y saber hospedarse en su Parador. A disfrutar de los paseos frescos durante el duro verano por los caminillos del Huécar y el Júcar (una ciudad de incontables posibilidades para los amantes del trecking). Dejaremos aquí esta primera parte.