VALÈNCIA. Y hoy, una de gánsteres de los años 20. Váyanse calando el sombrero de ala ancha y eligiendo repertorio de jazz. Pero para hablar de contrabando, sobornos y tiroteos no es necesario circunscribirse a las clásicas tramas filmadas en Chicago ni recurrir a personajes como Al Capone. Hay vida más allá de Eliot Ness y para comprobarlo basta con echar un vistazo a al relato colectivo que tenemos más a mano. Eso es precisamente lo que hace Dani de la Torre (Monforte de Lemos, 1975) en su nueva película, La Sombra de la Ley un thriller que cuenta en su elenco con nombres como Luis Tosar, Michelle Jenner o Ernesto Alterio. Tras triunfar con su ópera prima El desconocido (2015), el director gallego guía ahora al espectador a través de la singular Barcelona de entreguerras. Una ciudad entusiasta, resplandeciente y en plena efervescencia. Pero también el convulso escenario en el que brotan a sus anchas los negocios ilegales y la corrupción; donde los sindicalistas que reclaman mejoras laborales – la jornada de ocho horas es solo una de ellas- se enfrentan en las calles a pistoleros y matones contratados por la patronal. Una película que, según el propio realizador, nace con el objetivo de convertirse en un producto de puro entretenimiento, pero que además busca reflexionar sobre cómo muchos de los conflictos que azotaban a la sociedad española de principios del siglo XX nos han perseguido hasta el aquí y el ahora. Aprovechamos su paso por el Cine Club Lys para charlar con él.
- En La Sombra de la Ley retratas un momento muy poco contado de la historia reciente de España. ¿Por qué crees que el cine no lo ha tratado más?
- Bueno, creo que se había tratado en algún título, como La verdad sobre caso Savolta, pero desde un punto de vista más político. Durante un tiempo se ha acusado al cine español de hacer siempre películas sociales y películas políticas y haberse olvidado otros géneros. Pero pienso que fundamentalmente una película como esta no se había hecho antes por una cuestión de presupuesto, no de talento. Talento siempre lo hubo. Recrear la Barcelona de los años 20 y poder abrir los planos y enseñar la ciudad es muy costoso, antes sería inviable. Las películas americanas que lo hicieron en su momento contaban con 50 o 60 millones de dólares, eso era inviable para una película española media. Hoy en día, las tecnologías se han abaratado y han evolucionado, eso nos permite a los directores soñar con escenas que antes hubiera sido posible ejecutar. Ahora en España se hacen películas de superhéroes, de ciencia ficción, de acción… de todo tipo. Y eso lo que hace es enriquecer la oferta de las salas y atraer al espectador.
- Precisamente en cuestiones técnicas, la cinta no escatima en medios. Nos encontramos ante una gran producción con clara vocación de cine de masas...
- A mí me encanta el cine como expresión. Me gustan todos los géneros, tanto el cine de autor y experimental como el más comercial. Intento ver todo lo que puedo. Y hago cine comercial porque me gusta hacerlo, me gusta contar historias mainstream, grandes, de aventuras y acción. Me gusta entretener al espectador, pero haciéndole pensar, como en una especie de muñeca rusa en la que puedes ir descubriendo distintas capas. Eso es lo que sucede en La Sombra de la Ley: por encima de todo es una película ‘de palomitas’, por decirlo de algún modo, pero también tiene ese componente de realidad, de reflejar la situación social de un país en plena ebullición. Me gusta que el espectador se divierta, pero también que vea de dónde venimos, cómo somos, qué hemos dejado en el camino y qué nos sigue persiguiendo. Yo quería contar una historia de aventuras en la que se conociera a esa sociedad española de los años 20 y con la que la gente se lo pasara bien.
- ¿Cuánto bebe esta película del cine clásico de gánsteres?
- Todo viene de ahí. Uno de mis referentes básicos ha sido Sergio Leone con Érase una vez en América. En cierta manera, para personas de otras partes de España emigrar a Barcelona fue como hacer las Américas. Fue un centro muy relevante en ese momento porque se abrieron muchas fábricas y eso implicó que se necesitara mucha mano de obra. También había quien venía a hacerse rico, otros a hacerse famosos… En definitiva, eran personas tratando de buscar su sitio en el mundo. Pero el precio que pagaban para ello a veces era muy alto, pues se trataba de una sociedad muy convulsa y muy violenta.
- Se trata de una época turbulenta, con muchos conflictos en plena ebullición. ¿Ha resultado complicado capturar todos esos focos de tensión en una película? Al final realizas una fotografía de un instante en la que debes integrar muchas aristas.
- Sí, resultó muy complicado. Ese fue uno de los hándicaps de la película: había tantas tramas, tantos personajes… Yo podría haberme cerrado a contar una historia de gánsteres pura y dura, pero me apetecía abrirla a lo que estaba pasando en España en ese momento, acercarla a nuestra sociedad y aportar ese punto local. Quería reflejar cómo somos como sociedad y lo malos que podemos llegar a ser unos con otros. Eso es muy universal, pero quería contarlo desde los personajes que nos representaban en esa época y que nos siguen representando.
- El telón de fondo son las relaciones de poder y la lucha por cambiar la articulación de dichas relaciones.
- Efectivamente. Al final, lo que acaba saliendo a la superficie son los instintos primarios de las personas. Las banderas siempre esconden intenciones, que a veces son honestas y a veces no. En ocasiones, por intentar llegar a sus fines -que pueden ser desde lucrarse hasta tener sexo- utilizan argumentos que son deshonestos, oscuros y nefastos. Pero eso es algo que nos acompaña como sociedad desde que el hombre es hombre.
- Muchos de los conflictos sociales que recoges siguen vigentes, aunque con variaciones, en la España actual…
- Es cierto que algunas de las reivindicaciones concretas de entonces, que ahora nos parecen obvias, se solventaron hace tiempo. Por ejemplo, el voto para la mujer, el acortamiento de la jornada laboral o el trabajo infantil en fábricas. Pero, en esencia, muchos problemas siguen siendo los mismos: continuamos luchando por la igualdad de la mujer, y, en el ámbito de las condiciones laborales, ahora mismo estamos en pleno debate sobre el salario mínimo… Son asuntos que vamos arrastrando continuamente. Pero también tengo que decir una cosa: creo que los sindicalistas de aquella época eran mucho más activos, de hecho, se jugaban la vida y muchos morían por esas protestas. Los sindicatos hoy en día están muy aburguesados, se han ‘apatronalizado’. Creo que esta película narra la historia de las vidas de esa gente que lo dio todo para mejorar nuestro país. Y consiguieron alcanzar algunas de sus metas, pero luego llegó una etapa muy larga de fundido a negro que supuso un retroceso en materia de derechos.
- Uno de los asuntos clave en la película es la corrupción, una cuestión que seguimos teniendo muy presente.
- Los gánsteres están presentes en todas las épocas. Antes iban muy bien vestidos y ahora también, pero ahora son más difíciles de detectar. La corrupción ha estado en la historia humana desde que empezaron los intereses económicos. La corrupción nos ha acompañado y lo seguirá haciendo. Por eso nos hacen falta películas que nos enseñen como somos y nos hagan ver que todo eso no pasa solamente en Estados Unidos o en Rusia, sino que también pasa aquí. Sucedía en los años 20 y sucede ahora, hay películas como El reino que lo están mostrando. El ser humano, cuando tiene poder, a veces lo ejerce mal.
- Barcelona aparece casi como un personaje más de la película.
- Es que creo que la Barcelona de los años 20 era fascinante. Era una ciudad que se estaba abriendo, en la que entraron los music halls, los cabarets, las drogas, la moda… Una ciudad en la que entraron los coches, los tranvías. Llegó la luz eléctrica y lo iluminó todo: fachadas, publicidades de neón… La gente que llegaba de municipios pequeños alucinaba porque era algo completamente nuevo para ellos. Hablamos de una ciudad que intentaba asemejarse a París, Berlín o Chicago. Una ciudad muy bella, muchos de los iconos arquitectónicos de la Barcelona actual nacieron en los años 20… Era un periodo de apertura y luminosidad, de valorar el arte.
- Uno de los colectivos que aparecen en la cinta son las sufragistas, que en su momento estuvieron demonizadas públicamente y fueron objeto de durísimos ataques. La nueva ola feminista que estamos viviendo en la actualidad también se está encontrando con una reacción muy crítica en ciertos sectores de la sociedad.
- Cuando hay gente que reclama sus derechos, hay otra gente a la que le parece mal. Siempre hay personas a las que les gusta mandar sobre los demás. Mientras me documentaba sobre los años veinte para la película, estuve leyendo sobre las mujeres que estaban en contra de que las mujeres votaran. Igual que hoy en día hay mujeres en contra del derecho al aborto. En cuestiones de género, ahora chocan muchas cosas porque no se habían planteado antes. Si me preguntan si soy feminista, digo que por supuesto. ¿Cómo no voy a ser feminista? ¿Cómo no voy a estar a favor de que hombres y mujeres sean iguales, quién puede estar en contra de esto? Todos tenemos que ser feministas. Lo que pasa es que la sociedad ha sido machista siempre y tenemos que hacer el ejercicio de repensar cosas que estamos acostumbrados a decir o a hacer. Cuanto te paras y reflexionas te das cuenta de las cosas que debes cambiar en ti mismo. La gran solución está en educar en la igualdad y quitar etiquetas. Pero hay cambios que necesitan más tiempo que otros y España es un país con un lado muy conservador.
- Abordar una película de época supone enfrentarse al reto de lograr verosimilitud histórica. ¿Cómo te has enfrentado a esta cuestión?
Ha sido un reto para todos. Yo tenía claro que no quería hacer un documental,yo quería contar una historia con una base real pero de entretenimiento y sin atarme a nada. Todas las reconstrucciones que aparecen en la película parten de una imagen real, de fotografías y filmación reales. En cuanto a los personajes,hay algunos que están inspirados en individuos auténticos, como Severiano Martínez Anido o el barón de König, pero no estoy narrando su vida.
- Luis Tosar encarnó al protagonista de El desconocido, tu debut en el largometraje, ¿por qué decidiste volver a contar con él para este proyecto?
- Es que para mí es el mejor. En El desconocido hicimos un trabajo muy chulo juntos, nos entendimos muy bien. Es un actor muy versátil, muy físico. Es tan polivalente que es un gusto trabajar con él. Nos comprendemos solo con mirarnos. Además, es una persona maravillosa.
- Tras el éxito de ese primer título, ¿sentías presión por cumplir con las expectativas en tu segunda película?
- Supone presión, claro, pero es una presión que tienes que asumir si quieres dedicarte a contar historias. También sentiría presión si viniera de una película que no haya tenido éxito. La presión siempre está ahí, y, en su justa medida, es buena porque te hace trabajar y mejorar. Lo que no debes es dejar que te destruya o te haga daño.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto