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Daniel Broncano: “La música clásica necesita buen marketing. Como Dios, Shakespeare o Rosalía”

Charlamos con el gestor cultural y clarinetista sobre organizar festivales, idealizar el mundo rural y sobre que la gente tiene derecho a que le importe “un comino” tu proyecto

13/02/2023 - 

VALÈNCIA. Para empezar, un mensaje de calma a nuestra audiencia: si en los últimos días habéis notado un zumbido veloz atravesando las calles de València, no os preocupéis. Probablemente, era Daniel Broncano (Orcera, Jaén, 1986) llevando a cabo una de sus rutinas habituales: huir del purismo y la ortodoxia en la música clásica y la gestión cultural. Gerente de la orquesta de Córdoba y clarinetista, desde hace una década dirige Música en Segura, un festival que escapa de corsés y envaramientos para desarrollar pequeñas peripecias sonoras en un pueblo andaluz de 140 habitantes. El pasado 10 de enero, Broncano participó en el Festival Fronteras impartiendo un taller sobre creación y organización de festivales musicales. Aprovechamos la visita para conversar sobre el arte y sus periferias, pero también sobre esa máxima extendida entre ciertos profesionales del sector según la cual si el público no acude a tu evento, la culpa es suya por no estar a la altura. Por si la duda carcome al lector avispado: sí, efectivamente, es hermano de ese otro Broncano.

En esa vocación heterodoxa e iconoclasta que comentábamos, Música en Segura se autodenomina un festival “disruptivo”. No en vano, una de sus señas de identidad es romper con ciertos códigos que asociamos a la música clásica. Así, por ejemplo, se aleja de la solemnidad del gran auditorio para ofrecer conciertos en la sierra al amanecer acompañados con un desayuno de migas y embutidos. “Con respecto a la música clásica, damos por hecho cosas que no siempre han sido así. Este contexto de grandes auditorios y una liturgia un poco encorsetada responde a una cuestión de mercado, de tener orquestas que se iban profesionalizando y había que financiarlas. Para ello era necesario más público. Nuestra iniciativa busca sacar las actuaciones de ese entorno y que a los artistas se les encienda la cabeza y el corazón al tocar a las 7:30 de la mañana en una aldea en medio de la montaña. Y también al público, que está con los sentidos más alerta”.

Otro asunto que lleva el clarinetista por bandera es la defensa de lo sensorial. De la conexión con Brahms, Schubert o Liszt a través de los sentidos y la emoción, no desde una intelectualización forzosa o impostada. “Esta es una de las barreras que desde la música clásica tenemos que romper. Hay una parte del público que no escucha estas composiciones habitualmente y una de las cosas que más dice es ‘no la entiendo’. Y realmente no hay nada que entender. Como si vas a cualquier restaurante con estrellas Michelín y te gusta la comida o no te gusta. Otra cosa es que quieras analizar cómo está hecha compositivamente una obra. Pero desde el punto de vista del hecho cultural, lo único que importa es qué te hace sentir una obra, en qué te transforma”, señala, quien también ha estado al frente de la Semana de Música Religiosa de Cuenca y la Semana de Música Antigua de Álava.

Así, defiende que Beethoven “sigue siendo un de los grandes influencers de la historia del arte, su música tiene una vitalidad y una fuerza impresionantes… y eso no requiere entender nada; está vigente ahora y estará vigente dentro de 200 años. Si hay música que te parece aburrida, quizás el compositor quería que fuera aburrida. Y si la hay desagradable – como alguna música contemporánea actual–, pues es que el mundo a veces es desagradable y es lo que quiere hacer el compositor. No hay nada que entender, solo que sentir y lo que sientas está bien. Hay que dar validez a las emociones. Me pregunto qué mensaje ha ido transmitiendo la música clásica para pensar que debes comprenderla con otros códigos más allá de lo que escuchas”.

Mediante este vade retro al purismo y la ortodoxia excluyente, Broncano traza, en realidad, un himno a la experiencia artística como motor de la imaginación: “el rol maravilloso de la cultura es ayudarnos a abrir la cabeza, presentar otras realidades posibles. En sus inicios, Música en Segura levantaba mucho escepticismo. La gente preguntaba si se haría música folklórica, jotas… que está muy bien y, por supuesto, es una posibilidad, pero yo decía ‘¡A mí me gustan Mozart y Nielsen y soy de aquí! Y esto también es parte del potencial del arte: mirar más allá, volar con la mente”.

“Hay una idealización enorme del mundo rural”

Al abordar proyectos que tienen lugar en el medio rural, un par de temores suelen asomar las orejas en el horizonte de los agentes culturales. Por una parte está el miedo a que los espacios en los que se desarrollen las actividades sean percibidos como un simple decorado en clave verde. O lo que es lo mismo, a parecer un paracaidista entrometido y recién aterrizado en la ubicación que toque ese día. Por otra, tenemos el riesgo de caer en el paternalismo hacia los habitantes de las periferias y desarrollar distintas declinaciones del mito del buen salvaje. “Hay una idealización enorme del mundo rural, se espera que todo tenga un nivel extremo de autenticidad, que se esté salvando al mundo… Parece que quien vive en un pueblo pequeño tiene que cultivar zanahorias ecológicas, no pedir cosas en Amazon... Lo que tiene que pasar con la cultura es que suceda donde sea, cuando sea y como sea. En las ciudades, en los pueblos, en la selva…”. Esa idealización afecta también “a cómo esperamos que sea la relación con la comunidad. Hay una visión un poco colonialista: es genial que a Música en Segura vengan algunos vecinos del pueblo, pero si al resto le importa un comino Bach, ¡en su derecho están!”.

A continuación, proponemos a los lectores de Culturplaza un experimento: entablar una conversación con distintos gestores culturales y esperar a que aparezca en escena el asunto de la creación y consolidación de públicos. Spoiler: siempre sale. Broncano lo tiene claro: afianzar audiencias pasa por “un buen trabajo de marketing”. “En el mundo de la música clásica hay cierto discurso de que lo que programamos es estupendo y se debería llenar el espacio solo. Y que si no se llena es el público es tonto. Como si tu producto acabase de aterrizar del cielo y el mundo debiese aclamarlo. Pero es que todo en la vida necesita márketing. Rosalía necesita marketing, la iglesia católica lo necesita para propagar la fe en Dios y llevan 2.000 años…” defiende. Es más, critica que, en general, en el arte no mainstream “tenemos ciertos complejos a la hora de hacer marketing ‘a lo salvaje’, es decir, con urgencia, como sea. Los ingleses llevan vendiendo a Shakespeare como locos desde hace 500 años. Y Shakespeare escribía obras maravillosas, pero si tú no lo difundes, llegas a mucha menos gente. Existe un perjuicio por el que parece que si haces mucho por vender entradas estás desvirtuando tu producto”.

El panorama actual de los festivales de música (ya sea en clave estatal o valenciana) nos plantea un escenario plagado de opciones, sí, pero en el que abundan los carteles clónicos, las programaciones calcadas. De hecho, desde hace un tiempo va ganando músculo el debate sobre si hay público suficiente para absorber tanta oferta. También sobre si el modelo de evento masivo es sostenible y sobre sus efectos en el resto de la industria musical, desde las bandas más modestas a las salas de conciertos. Con todas esas cartas sobre la mesa, ¿el futuro implica apostar por encuentros de naturaleza más reducida y ADN más experimental? De nuevo, Broncano huye de posiciones excluyentes o antitéticas. La clave, para él, está en una diversidad con hueco para todos. “En comparación con otros países, no diría que en España hay demasiados festivales. Ojalá la cultura tenga más y más espacio y el problema sea que en cada pueblo hay diez festivales. También hay muchos bares y muchas cafeterías”. “Por supuesto –prosigue– en un mercado más maduro culturalmente se van creando formatos diferentes, bien pensados y extravagantes, pero el primer paso es que haya una gran oferta. Las propuestas mainstream masivas y las más especializadas y minoritarias tienen que coexistir. A la vez que surgen diez festivales mainstream, aparecen dos o tres bastante más curiosos y específicos”.

“Delicatessen” auditivas también en clave valenciana

Más allá de la disrupción antes esbozada, el evento de Segura de la Sierra se presenta como enclave de “delicatessen” auditivas. Un concepto que en el territorio valenciano podría adoptar los ropajes de citas como el festival Volumens, que aúna arte contemporáneo, música, ciencia y tecnología; el Ensems, centrado en la creación sonora contemporánea; o el modelo Serial Parc, que no lleva la música a la montaña, pero sí a los parques de la ciudad. Desde esa vocación de las inmensas minorías, consultamos a Broncano por sus propuestas favoritas del territorio valenciano. Al fin y al cabo, no es un novato en estos lares, de hecho, hace poco participó como jurado en los V Premis Carles Santos de la Música. “Está el Festival dels Horts, organizado por el pianista Antonio Galera en Picanya. También el Festival de Residencias de música de cámara de Godella. Y el festival de Música Antigua de Penyíscola. Y hablo solo del mundillo de la música clásica, que es el que más controlo, pero los hay de todo tipo. Es decir, aunque existen esos modelos masivos y muy parecidos, también surgen y ganan fuerza propuestas mucho más originales. Hay esperanza”.

Y aquí una píldora de autoestima mediterránea: “una cosa que admiro muchísimo de València es lo desarrollada que está la integración sociomusical gracias a las bandas. Todo el planeta musical conoce y admira el modelo de las bandas valencianas, algo único en el mundo, igual que se ha estudiado el sistema de orquestas de Venezuela. En este territorio se entiende que la música, además de un asunto identitario, es un elemento de desarrollo esencial”.

Sobre pianos que no caben por la puerta 

Fuera caretas idílicas: hablar de gestión cultural es también hablar de fallos, tropiezos y zurcidos. “Empecé a organizar festivales con muchas ganas y curiosidad, pero sin tener ni idea. En la primera edición en Segura, por ejemplo, no queríamos alquilar un piano porque pensaba que no entraría por la puerta de la iglesia. Claro, no caí en que se podían desmontar las patas… Es algo bastante naif y de no tener nada de experiencia. Pero, año tras año, vas averiguando cosas, ganas seguridad”, explica. El vértigo no desaparece, pero se aprende a convivir con él: “te acostumbras a asumir riesgos y a sentir nervios”.

Quizás, ese nudo en la boca del estómago no acaba de disiparse del todo porque en la gestión cultural no hay “una varita mágica ni una metodología universal. En cada entorno tienes que ver qué puede funcionar… Es imprescindible dedicar un tiempo a reflexionar hasta encontrar lo que en ese modelo crees que va a servir, con ese ayuntamiento o esa diputación, con esos patrocinadores…”. Y respecto a los proyectos que empiezan “muy pequeñitos, desde un individuo o desde un grupo de personas reducido, lo primero es confiar en las ideas de uno mismo y probar. Aunque parezca un poco crudo o agrio, es importante tratar de sacar adelante tus proyectos sin esperar que el mundo te lo agradezca, sin esperar nada a cambio, solo para ti”.

Por cierto, Broncano todavía tiene pendiente ver Tár, la película protagonizada por una ficticia directora de la Filarmónica de Berlín que aborda tanto las entrañas de la creación musical como los mecanismos del poder. Pero si el lector necesita alguna recomendación urgente sobre productos de ficción que aborden el ecosistema sonoro, aquí va la suya: Mozart in the jungle, una serie que refleja “tanto la vida diaria de los músicos de orquesta como las necesidades que tienen las instituciones culturales para financiarse”. 

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