VALENCIA. La mordaza de la dictadura. Adquirido por el estado español en 1937, la llegada al poder de Francisco Franco y el temor por la Segunda Guerra Mundial obligó a Pablo Picasso a ceder el atormentado Guernica al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), que lo custodió hasta 1981, cuando regresó a un territorio español que todavía pisaba sin demasiada seguridad suelo democrático. Fue a mitad de camino, en la década de los 50, cuando el artista vasco Darío Villalba se puso por primera vez delante del mural, una experiencia que, a miles de kilómetros de España, le hizo conectar de una manera directa y desgarradora con sus raíces. “Fue una experiencia fortísima, por la pintura y por todo lo que la rodea. Me impresionaron mucho las extorsiones, la fuerza de la agonía, el horror de la guerra”, explica el artista.
Villalba (1939, San Sebastián) recupera ese dolor en Aquí, su quinta exposición individual en la galería de arte contemporáneo Luis Adelantado (C/Bonaire, 6), que recorre parte de su obra hasta el 13 de junio. En ella, entre otras piezas, reinterpreta un pedazo de la obra de Picasso a través de un solo personaje del mural, una figura en la que concentra “el dolor” que sintió hace décadas al enfrentarse por primera vez a la imagen, una desgarradora visión del bombardeo en la ciudad encargada por la República Española para el Pabellón Español en la Exposición Internacional de París. El impacto del Guernica todavía perdura en Villalba, como su admiración por Pablo Picasso.
Esta reinterpretación del mural es uno de los regalos que tiene para su público valenciano, pues la exposición pone su punto de partida lejos de su País Vasco: en Londres, donde tomó la mayor parte de las fotografías que se muestran. A Luis Adelantado ha llevado obras en gran formato en las que, como novedad, retoma el color de los documentos originales de los años 80, piezas no tan habituales en el universo de Villalba que se completan con las luces y las sombras de un pulcro blanco y negro, una selección de cuarenta obras de los aproximadamente 5.000 documentos básicos que conserva de su periodo a Reino Unido.
“Londres me influyó mucho, tanto plástica como mentalmente. No me interesaba el círculo artístico que se movía, sino la gente, las personas que veía en la calle, los sin techo que dormían en el parque…". Esta es una de las claves que mueven su obra: la búsqueda del alma, la captura de ese sentimiento que bien puede durar un instante. No importa el antes o el después, sino el ahora. “Aquí hace referencia a la actualidad, algo que se hace en un preciso momento. Es una exposición variada, distinta, una miscelánea que recoge mi personalidad como artista. En ella escojo algunos de mis documentos básicos que me atrevo a ampliar, lo que crea un canto distinto, una sensación especial al enfrentarte a ellas nada más entrar a la galería”.
La actualidad no entendida como lo noticioso, sino como el tiempo presente, un momento que, sin embargo, resulta engañoso. La premisa: lo parcial no puede ser real. “Lo que vi en la fotografía fue la posibilidad de la inmediatez, de los próximo, de lo rápido. Pero es igual de mentira que la pintura porque la realidad está en movimiento. La conjugación de estas dos mentiras crea nuevas obras”. Darío Villalba ha sido pionero en el uso de la fotografía como pintura, emulsionada, intervenida y transformada, el artista tiene un enfoque clásico de la figura del artista, aunque su medio sea novedoso.
Es la importancia del aspecto emocional, precisamente, lo que lo situó frente a la arrolladora Factory que reducía todo a la “nada”, filosofía warholiana que revolucionó la cultura entendida como pura industria. “El arte pop no me interesó nunca, está desprovisto de alma, de espíritu. La obra de Warhol, aunque se colgó por todos lados, era de cartón piedra. Me gustaba lo opuesto. Empleo algunos de sus métodos, como del informalismo, como la fotografía, el aluminio o el plástico, pero lo que me motiva es la emoción”, reivindica Villalba.
Diferente sentimiento pero similares métodos, fue con los encapsulados que presentó en la XXXV Bienal de Venecia, en 1970, que “se me abrió la puerta a los museos europeos”. Un “éxito temprano” que le llegaba años después de haber representado a España en los Juegos Olímpicos de Cortina d’Ampezzo 1956, una “pasión” por el patinaje que lo llevó a lo más alto cuando apenas alcanzaba la mayoría de edad. “Lo dejé porque era muy difícil y yo no era tan bueno”, bromea. Si el extracto del Guernica es una de las sorpresas entre los documentos de Londres, la segunda llega al final de la exposición, un prólogo en el que reinterpreta la Madame Moitessier de Ingres. “Esta es la obra clave de la exposición”, asevera Villalba, una pieza mixta en la que elimina la mirada de la retratada, de la que tan sólo queda el reflejo del espejo situado a su espalda. Y la emoción.