Tanto la película como el disco que se lanzó como su banda sonora reaparecen este verano. La película volverá a verse en las salas de cine y el disco se reedita en vinilo con un par de canciones que no estaban ni en la versión original ni en las posteriores reediciones que ha ido teniendo. Stop Making Sense fue prácticamente el testamento de una banda que, aunque todavía funcionaría durante cuatro años más, ya se había transformado en un proyecto supeditado básicamente a las necesidades creativas de Byrne. Lo que nació siendo una de las formaciones musicales más enriquecedoras de la escena neoyorquina de mediados de los setenta pasó entonces a ser un grupo de acompañamiento al servicio de un líder que no se caracterizaba precisamente por su talante democrático. Desde el principio, Byrne, la bajista Tina Wymouth, el batería Chris Frantz y el teclista Jerry Harrison no lucían cortes de pelo drásticos ni camisetas o tejanos rasgados, los rasgos habituales en la estética punk. Su propuesta, reconoció Byrne mucho tiempo después, era reducir la imagen al mínimo, para que en escena fuese la música la que hablara. Ataviados con polos de golf, camisetas, jerséis y vaqueros, jugaban a ser chicos normales mientras descontextualizaban elementos de la cotidianeidad en sus canciones. Esas letras en las que Byrne se preocupaba constantemente por la relación entre el ser humano y la vida moderna.
Las luces en blanco y negro de los desfiles de Issey Miyake en los primeros años setenta y los uniformes de los antiguos guerreros japoneses son algunas de las influencias visuales que Byrne plasmó en el aspecto visual de Stop Making Sense. Demme contó que Byrne tenía el concepto de la película tan claro en su cabeza que él no tuvo más que colocar las cámaras y filmar. El concepto era hacer un concierto como si se tratara de una obra teatral, algo con un desarrollo dramático en el que la música fuese el hilo conductor. El escenario se iba llenando poco a poco de instrumentos que los pipas iban sacando, y a continuación los músicos que los tocaban. Pero fue el enorme traje que el cantante luce a partir de la segunda parte del espectáculo, la imagen con la que se le identificaría durante los siguientes años. La entonces diseñadora de moda Gail Blacker fue la encargada de crearlo, partiendo de una idea inspirada por los atuendos del teatro kabuki que Byrne descubrió en un viaje a Japón. Para Blacker, aquel encargo, más que un diseño textil fue un trabajo de arquitectura. Hace décadas que abandonó el campo de la moda para dedicarse al interiorismo y la decoración.
El atuendo cumplió sobradamente su papel. En su interior, Byrne se agitaba, bailaba, y el efecto que producía era el de una criatura extraña atrapada en el interior de un traje que le hacía moverse como si fuese una especie de Frankenstein moderno. Su intención, en parte, era hacer del traje, una vestimenta entonces deshumanizada por el uso que le daban los hombres de negocios. Sacarlo de ese sopor capitalista. A partir de entonces fue Adelle Lutz, diseñadora de vestuario para teatro y cine, la que se encargó de vestir al grupo y, en especial, a Byrne, con quien se casará en 1987. Para entonces, el cuarteto ya estaba tocado. El grupo se había convertido en una atadura para Byrne y en 1988 se disolvieron tras editar Naked. Durante su trayectoria en solitario siguió cultivando el look pijo. Su estilo limpio basado en camisas o polos abotonados hasta arriba, blazers de mil rayas y jerséis de punto con cuello caja, sin duda inspiraron al diseñador Perry Ellis, baluarte del estilo americano durante la década de los ochenta.
Recientemente, Byrne volvió a recurrir al traje como elemento escénico. Lo hizo en American Utopia, otra memorable película y otra loable vuelta de tuerca al concepto de película de concierto. Esta vez, todo su grupo, bailarines incluidos, vestía un traje similar al suyo. Todos aparecían descalzos, con sus instrumentos colgados el hombro. Aquí lo que se buscaba era la uniformidad y la elegancia destilada a partir de unos elementos indispensables. El reestreno de Stop Making Sense vuelve a poner de relieve la importancia de Byrne como artista escénico. Un pionero a la hora de ampliar el poder de la música valiéndose la iluminación, la escenografía y el vestuario.