VALÈNCIA. Conforme València aumentaba su tamaño, y su población reclamaba necesidades de abastecimiento y ocio, se fueron proyectando y construyendo edificios cuya utilidad era lo verdaderamente importante, pero que el cedazo del tiempo les ha puesto en el lugar que corresponde, que no es otro que valorarlos como ejemplares proyectos constructivos en unos casos, estéticamente interesantes en otros, y con ambas cualidades en los casos más sobresalientes. Algunos de estos edificios presumen de ser los últimos ejemplos de decoración figurativa en su exterior antes de la llegada del racionalismo más austero … y hasta nuestros días. Un buen número ha desaparecido precisamente por una discreción en las formas poco apreciada tiempo después, pero por fortuna nos quedan todavía algunos ejemplos que han sido protegidos de forma definitiva y a los que se les da un uso público alejado de aquel para el que fueron levantados, pero no menos utilitario.
Por supuesto los mercados que se diseminaban por los barrios de la ciudad ocupan un lugar de privilegio en esta relación, pero dos de ellos el Central y el de Colón, que necesitan poca poca presentación para quienes leen esta columna dominical, deberían estar siempre en el podio de los más importantes templos alimentarios de España, desde el punto de vista patrimonial y arquitectónico, aunque es cierto que el segundo dejó de tener tal función hace ya unas décadas. La pujanza de una ciudad en un momento histórico puede medirse con la importancia de esta clase de edificios y sin duda València vivió una importante transformación en estas primeras décadas del siglo XX. Podría dedicar un artículo a cada uno de esos dos templos profanos de hierro y revestimientos cerámicos alusivos al “oasis valenciano”.
De la innumerable cantidad de productos que allí se ofrecían, los que no venían, en carro, de la huerta circundante al centro de la València de entonces, eran traídos vía marítima y descargados en el grao de la ciudad para ser almacenados, hasta su distribución, bajo las techumbres de los amplios y admirables tinglados que pueden emparentar formalmente con nuestros dos grandes mercados. También allí, desde 1914, se almacenaban productos como grandes salas de espera, para salir en los barcos rumbo a destinos de exportación. Se trata sin duda de las naves de almacenamiento más hermosas del Mediterráneo español con una decoración en estucos que evocan el mundo del comercio y con excelentes trabajos azulejería, vidrio y hierro.
Una parte de la carne que pendía ya desangrada, de los puestos de los mercados municipales provenía del matadero municipal donde llegaban todos los días los animales para ser sacrificados en unas condiciones higiénicas que hasta entonces no se daban en la ciudad. Un conjunto de edificios diseñados por el arquitecto de Játiva Luís Ferreres en 1895, bajo los postulados del movimiento higienista imperante en la época, siendo una de las obras civiles más importantes del momento, incluso más allá de la ciudad de València. Lo primero que nos llama la atención en este complejo de edificios es un excelente trabajo en ladrillo con una clara austeridad en la decoración. El hierro también es un elemento destacado en una construcción que, si bien su diseño estuvo supeditado a las necesidades de uso, puede, sin embargo adivinarse cierta decoración principalmente en la ejecución exterior para dignificar el espacio. La calidad constructiva en todos los sentidos lo mantienen en perfecto estado de salud y con el paso de los años, pues hoy cumpliría casi siglo y medio de vida, condujo a su protección y recuperación para uso ciudadano.
En Mislata, a pocos metros del parque de cabecera se encuentra desde el año 1850 un extraño edificio de dimensiones que poco o nada se adivinan desde su exterior. Se trata de la sala hipóstila que es un nombre genérico que se le da a grandes espacios arquitectónicos cubiertos y sostenidos por un número indeterminado, pero normalmente elevado de columnas como si de un bosque de tales se tratara. El origen del nombre es griego, aunque ya se dieron en Egipto. Una gran sala hipóstila del arte español sería el gran espacio de oración de la Mezquita de Córdoba. El valenciano se trata de un depósito de agua cuyo espacio se “crea” empleando unos 250 pilares en ladrillo. Su proyecto se debe al visionario arquitecto y urbanista catalán Ildefonso Cerdá a quien tenemos que atribuir el icónico plan Cerdá, o eixample barcelonés, que tanta influencia ha tenido en otras ciudades, sin ir más lejos en la misma València. Se trata de 2500 metros cuadrados de salas no especialmente altas, sustentadas por bóvedas realizadas en ladrillo. Es visitable puesto que allí se instaló el Museo de Historia de València.
Cercana al mercado Central, junto a la plaza de la Merced, se hallaba un peculiar espacio llamado La Gallera que como su nombre indica, era el recinto destinado a la celebración de peleas de gallos. Puede decirse que su configuración es la de un pequeño circo aunque, evidentemente, de proporciones mucho más modestas. Esa especie de teatro centralizado es de una tipología edilicia prácticamente única, sin embargo, en su momento existieron varias en el entorno valenciano, puesto que este peculiar “entretenimiento” se dio desde el siglo XVII hasta el inicio de la contienda civil española. El espacio central se hace rodear de una especie de palcos altos desde donde divisar el “espectáculo” sin interferencias, hoy un entretenimiento afortunadamente prohibido. El hueco dispone de doce lados y dispone de arcos en ladrillo y claraboya y pilares de hierro fundido. Hoy es un edificio de propiedad privada y es de lamentar que no se le dé un uso que permita su visita.
Nuestro recorrido finaliza cronológicamente en, quizás, el último gran edificio destinado a funciones estrictamente utilitarias, y en el que se pueden apreciar las últimas trazas decorativas en algunos de sus elementos exteriores. Se trata del Mercado de Abastos de la ciudad, proyectado por el omnipresente arquitecto municipal Javier Goerlich Lleó en un estilo racionalista autóctono. Sus dimensiones no vistas en la ciudad, hasta la fecha, es la obra pública más importante hasta el momento construida, quizás junto a los petriles que flanqueaban el río Turia, y obligó a emplear casi una década en su construcción. Podría haber sido pasto de la especulación urbanística, como muchos de los edificios que hoy traemos a esta columna, dada su situación céntrica en la ciudad (que no tenía cuando se emplazó), y por haber perdido la función para la que fue concebido, pero afortunadamente hoy día sigue dando servicio a los ciudadanos de los barrios adyacentes, aunque con otros usos muy distintos para los que fue inaugurado.