VALÈNCIA. En el futuro, es muy probable que las escuelas de audiovisuales fijen en las primeras décadas del siglo XXI el punto de inflexión en el que la narración de historias y hechos reales consiguió rebasar definitivamente las limitaciones formales del documental; un género confinado hasta entonces a horarios inhóspitos en canales de televisión pública y herméticos entornos académicos.
El descenso de los costes de producción que han traído consigo las nuevas tecnologías, así como la expansión de nuevos canales de distribución y producción cinematográfica como Netflix o HBO, ha resultado especialmente provechosa para la no-ficción. Pero aunque los factores coyunturales han sido determinantes, el verdadero cambio de paradigma se ha producido a nivel interno. Las películas documentales han roto sus cadenas (las voces omniscientes, los bustos parlantes delante de librerías) y han corrido a apropiarse de todas las técnicas narrativas y recursos artísticos desarrollados por el cine con mayúsculas. Títulos como The act of killing –un documental que se atreve a hablar de asesinatos en masa desde una perspectiva tragicómica, sirviéndose además de una estética pictorialista -; Exit Through The Gift Shop –mockumentary dirigido por Banksy que retrata las madrigueras del street art, y mezcla verdad y mentira para reproducir metafóricamente ante el espectador del juego del ratón y el gato que define las relaciones de los grafiteros con la ley-, o series documentales como Making a Murderer o The Jinx –basadas en hechos reales, pero construidas como auténticos thrillers de suspense- son solo algunos ejemplos de cómo la disolución de las fronteras entre la ficción y la no-ficción ha abierto los horizontes de directores y guionistas.
En este contexto, los clásicos documentales de naturaleza salvaje y ciencia han cedido terreno a otro tipo de temáticas. Algunas, como la gastronomía, han experimentado un crecimiento exponencial. Otras, como la filosofía y la sociología, han conseguido penetrar contra todo pronóstico en las plataformas de streaming más comerciales (lo que solo puede indicar una cosa: existe demanda para este tipo de contenidos).
De repente, ya no es necesario escarbar en los archivos de la BBC o en las videotecas universitarias. El ciudadano inoculado con el bendito veneno de la curiosidad no tiene más que asomarse al catálogo de Filmin o Netflix, donde los “blockbusters” conviven con naturalidad con referencias mucho más “exigentes”. Pongamos por caso que queremos hurgar en el polémico concepto de la “banalidad del mal” que propuso Hannah Arendt en relación al Holocausto nazi; Filmin nos ofrece la opción de alquilar tanto el documental rodado por Ada Ushpiz en 2015, como el biopic sobre la filósofa judía realizado por Margarethe Von Trotta en 2012. También es significativa la decisión de la plataforma española de video bajo demanda de rescatar del olvido la surreal –y aun así muy didáctica- introducción en la filosofía del lenguaje de Wittgenstein que llevó a cabo Derek Jarman en 1993, o la de dedicar un apartado específico a las películas favoritas de Slavoj Zizek. ¿Qué está pasando?
Hannah Arendt
El incremento de producciones audiovisuales centradas en la historia de las ideas, biografías de pensadores o el tratamiento de problemáticas contemporáneas pasadas por el cedazo de filósofos o sociólogos actuales y pretéritos es, cuanto menos, curioso. No deja de ser paradójico que el creciente interés de la población por profundizar en las causas de la crisis financiera, el cambio climático o el capitalismo tardío, coincida con una tendencia generalizada a menospreciar los estudios de humanidades y filosofía en los planes de estudio de escuelas y universidades.
Jesús García Cívico, profesor de Teoría y Filosofía Jurídica y Política de la Universitat Jaume I de Castellón, intuye en esta aparente contradicción la manifestación de una carencia. “Vivimos una época de grandes desafíos y problemas muy complejos que la gente quiere comprender más allá de los anzuelos que nos lanzan los políticos o lo que nos cuentan los medios de comunicación”. El auge del activismo a nivel mundial no tiene correspondencia en las nuevas políticas educativas, “cuyo creciente acercamiento a criterios de tecnificación y mercantilización olvida que existe un interés cultural genuino por formar criterios de opinión propios acerca de problemas que afectan a nuestro día a día”. Películas documentales como Inside Job, The Cove o Fahrenheit 9/11 serían de algún modo, en opinión de Cívico, herederas del concepto de “filosofía práctica” asentado en la década de los ochenta, que enlazaba las teorías primigenias del pensamiento con cuestiones como los derechos humanos o la libertad de expresión.
Extracto de Guía de las ideologías para pervertidos
Dentro de este “saco” destacan también títulos como Examined Life (2008), en el que se invita a ocho pensadores modernos (Cornel West, Michael Hardt, Judith Butler, Peter Singer, Avital Ronell, Martha Nussbaum y Slavoj Zizek) a exponer sus ideas desde un punto de vista práctico; Requiem por el Sueño Americano (2015) –centrado en las ideas de Noam Chomsky-, y por supuesto las magistrales Guía del cine para pervertidos (2006) y Guía de la ideologías (2013) para pervertidos, películas en las que Zizek tira de su particular sentido del humor para diseccionar el mundo contemporáneo desde la perspectiva del marxismo y el psicoanálisis lacaniano. El mediático pensador esloveno sin duda le ha metido mucho rock and roll a un campo del conocimiento tradicionalmente árido y gris para el neófito.
“Requiem por el sueño americano”
Retorno a los clásicos
La filosofía no va de historias que sucedieron hace mucho tiempo y no le interesan a nadie, sino de cuestiones que nos conciernen directamente y guardan una relación muy estrecha con nuestras vidas. Citando a Juan Arnau en el ensayo Manual de filosofía portátil (2014, Editorial Atalanta)-, “se trata de mirar al pasado como se mira al futuro; desde la perspectiva del ahora”. Por ejemplo, la serie documental Genios del mundo moderno (disponible ahora mismo en Netflix) acerca a cualquier persona de la calle, de forma sencilla y comprensible, a las ideas troncales de Marx, Nietzsche y Freud (los denominados por Paul Ricoeur como “filósofos de la sospecha”, debido a su común interés por desenmascarar los viejos valores occidentales heredados desde la Ilustración). “Hay pensadores como Foucault, Bertrand Russell o Chomsky que nos resultan más fáciles de entender y contextualizar. Pero otros como Marx, Nietzsche o Freud no se pueden comprender si no conocemos las condiciones históricas en las que escribieron sus teorías -apunta Jesús Cívico-. Este tipo de documentales son muy útiles porque permiten conocer físicamente al autor y cuál era su contexto. Así se evitan muchas injusticias, como la de creer erróneamente que el Übermensch o Superhombre del que hablaba Nietzsche era un nazi rubio, en lugar de un concepto abstracto sobre la superación del ser humano; o los habituales enjuiciamientos a Marx por los crímenes de la RDA, con los que no tuvo relación alguna”. Una cosa son las ideas, y otra los hechos que se lleguen a derivar de su malinterpretación.