LA SEÑORA SIEMPRE TIENE RAZÓN

De repente, la última Navidad

24/12/2016 - 

VALENCIA.

Mucho “te quiero, perrito”

“De repente, el último verano” cuenta cómo la rica señora Venable ofrece al doctor Cukrowicz los fondos necesarios para crear un hospital a cambio de que practique una lobotomía a su sobrina para ocultar así la verdad sobre su hijo Sebastian -con acento en la primera “a”- quien parece tener una morbosa atracción por los jóvenes caníbales. O sólo por los jóvenes, que al final resultan ser caníbales. 

Ahora que la homosexualidad no constituye un delito -aunque sigue siendo pecado, más aún mezclada con canibalismo- lo que se intenta tapar socialmente son los múltiples síntomas del virus de la imbecilidad,  ya no mediante lobotomías personalizadas, sino a porrillo, con aquel aparato del futuro llamado desneuralizador que usaban los Men in black, simbolizado por nuestras preferencias a la hora de elegir contenidos televisivos o literarios.

Las felicitaciones son una de estas enfermedades contagiosas de temporada que alcanza su periodo agudo y endémico en estas fechas. Antes, el frenético preparaba una tarjeta de visita aderezada con superlativos, epifonemas e hipérboles, pero la facilidad del copia y pega permite renunciar a la propia personalidad -si se tiene- remitiéndose a la fantasía pixelada de algún chascarrillo lleno de poéticos símbolos, importunando a los demás con la pretendida obra de arte. La primera molestia será para ti, destinatario, al ser distraído de tu trabajo o en tu descanso por las felicidades o muchas felicidades y las fatídicas fórmulas sobre el nuevo año que lleva ya más de diez siendo mucho mejor que el pasado. 

Se solían contestar en cartones coloreados, cuando Correos era un servicio del Estado, con las más consumadas y extintas figuras retóricas, desde la epanadiplosis a la hipotiposis, pero ahora que se pueden reenviar por whatsapp las que recibiste, te rendirás  a la idiotez extendida de las felicitaciones, sin tener el valor de rebelarte contra una costumbre idiota que, pretende mantener encendida la vacilante llama de la amistad o no torcer el rumbo de una servidumbre impuesta. 

Admito que que hay que tener valor para exponerse al fastidio de alguien que te estigmatice si no respondiste a esa felicitación, reenviada por enésima vez, repetida cuatro veces en tu buzón de mensajes, la alegría sin alegría, el ánimo sin ganas y, si vienen disfrazadas de chiste, con un sentido del humor que nadie agradece porque aún amarga más la verdad de estas fechas: a la gente le importamos lo mismo que el tiempo que han invertido en reenviar esa hipócrita felicitación almibarada. “Mucho `te quiero perrito´ pero, de comer, poquito” sería un texto mucho más conveniente para hacer llegar a la familia y allegados. Pero claro, imaginen qué escándalo si recibimos o enviamos eso mezclado con champaña barata e indigestos polvorones.

En La Marítima

La temporada de cenas de empresa estaban llegando a su fin, según pude informarme en el restaurante La Marítima, situado en el icono arquitectónico de la Copa del América. La sala, como un hermoso batiscafo panorámico desde donde contemplar el temporal Mediterráneo, empezaba a recibir cenas de amigos y reuniones de familias. Javier Andrés me contó que pronto se celebrará en el Veles i Vents la fiesta de una importante firma automovilística y que están preparando una cena mexicana y veladas de música con degustación de nueva coctelería. En el menú que probé, samosa de cochinita pibil; el “pepito” de titaina, esta especie de escalibada deliciosa hasta para aquellos que no les agrada la mojama; alcachofa ibérica con jugo de alubias y un arroz a banda que rebosaba amor y cariño. La brasa de encina aguardaba a los pescados frescos mientras que tras los ventanales los barcos daban saltos mortales en los muelles. Los clientes hablaban en voz baja en sus mesas, cosa que me llamó poderosamente la atención e hizo feliz a mis acúfenos. Delicioso.

Encontre Brindant

Precisamente, el miércoles pasado, tuvimos nuestra comida de empresa o “encontre brindant” los amorosos esclavos del arte que constituimos ese pedazo de opinión cultural y demás entresijos en las páginas virtuales del Plaza: Eugenio Viñas, Vicent Molins, Carlos Aimeur, que ha vuelto para dirigir Opinión, Carlos Garsán, Eva Máñez, Almudena Ortuño, José Martínez Rubio, Vicent Marco, Marta Moreira, Joaquín Guzmán, María Jesús Espinosa de Los Monteros, Pepe Sastre, Ana Ribas, Teresa Díez Recio, Eduardo Guillot, Greta Borrás, Marisol Salanova, Álvaro González y Carlos Madrid, director del Festival La Cabina, que acudió a los postres a felicitarnos las Pascuas. Me aposenté entre la dulce Mme. de Salanova y Mlle. de Ortuño, mártir de la edición de mis líneas, y estuve cotilleando de lo lindo sobre los azares de la televisión con Díez Recio. El restaurante escogido fue el Federal, en la calle Embajador Vich, sita donde antes estaba la Papelería Vila y rodeada por los mejores desahogos de la ciudad. El lema de la cena era ¡Viva la Cultura! que quizá por las bondades del vino o el ingenio siempre permisivo acabó en un #vivalaculturamecagoendios, muy poco seguido. Los más intermitentes fuimos a recoger nuestra codiciada cesta navideña a la redacción y a saludar a compañeros y directores, que fingieron no notar mi aliento especiado que pedía a gritos mi ingreso en el Betty Ford Center. La Navidad, ya se sabe.

Una mujer brillante

Una artista me han llamado poderosamente la atención esta semana: la valenciana Anna Sanchis Martínez, cuyo estudio en Pintor Gisbert, 5 de Ruzafa visité con mucho agrado. 

Usa el volumen y la iluminación para crear unos paisajes a base de piezas a menudo móviles que representan partes de nuestra ciudad como las revindicadas Naves de Ribes, ríos humanos salvándose de la destrucción o paisajes conmovedores que no pierden su condición de objeto armonioso, comprensible y hasta -pecado- decorativo. La de las naves de Ribes está hecha con la colaboración de su compañero Pablo Dubremil. Su espacio lo comparte con un famoso Renault 4/4 Dauphine, un sedán de cuatro puertas llamado “el coche de las viudas” porque a su pequeño tamaño había que sumarle un motor trasero que lo convertía en poco manejable bajo determinadas circunstancias peligrosas. Por todo el estudio, las obras parecen estar siempre a punto de estar acabadas, y en muchas ocasiones es el propio espectador quien les da su último retoque, de manera interactiva, pudiendo colocar las casitas de madera con imán sobre el paisaje de unas baldas de hierro.

Si, de paso, pasan por la tienda Gnomo, en la calle Cuba 32, encontrarán regalos imprescindibles para la supervivencia contemporánea en estos próximos Reyes 2017.

Brotes ocultos ven la luz

Esta semana ha fallecido en Madrid, donde se trasladó a hacer la mili, el pintor y diseñador valenciano de la Movida, José Alfonso Morera Ortiz, el Hortelano, compañero de piso de Ceesepe, amigo de García Alix, camarada de Javier de Juan, novio de Ouka Leele, pero relacionado con todo lo artístico de aquella dura época urbana. Incluso trabajó como actor en la película de Luis Eduardo Aute “La pupila del éxtasis” o en fascinantes producciones de la época como Bienaventura “El Bruto” de Ceesepe que ahora sería oportuno revisar por aquellos que creen, ilusos, entender la época de los ochenta sin haberla vivido. 

La primera vez que me encontré a El Hortelano fue durante un desfile de Reyes, en un Madrid que celebraba el segundo milenio. Había confeccionado un vestuario de planetas que giraban alrededor de una carroza diseña por él que representaba a la Madre Universo. Los planetas eran ni más ni menos que El Gran Wyoming en el poco cómodo papel de Saturno, su hija Marina -que sospechamos que había desarrollado una flebitis galopante pero en realidad era que llevaba los leotardos llenos de los caramelos que se suponía que debía lanzar al público- Ouka Leele, Antonio Resines y, en teoría, el galáctico Jaume Sisa, que hizo gala de su proverbial misantropía y huyó corriendo por el Retiro. Yo ocupé su lugar en el papel de Mercurio y El Hortelano nos obsequió días después con una cena, profiteroles y un grabado firmado por él como agradecimiento. 

Era cariñoso, detallista, directo y recio. Su padre, José Morera Martínez, farmacéutico de Valencia, era también aficionado a la pintura y a la decoración de botes de cerámica que él mismo modelaba. Su madre, Cándida Ortiz Ortiz, “Candy”, nacida en Monroyo, un pueblo del Maestrazgo, era una buena recitadora y excelente poetisa de verbo ágil.
El camino es muy corto
y hemos de recorrerlo
con pasos lentos,
disfrutando con deleite y amor
tanta belleza invicta,
inmensa y gratificante
que en cada paso nos regala
el Sumo Creador

En 2007 la sala La Gallera inauguró la serie de El Hortelano “Madre Agua”, un canto a la belleza del agua, y a su actividad bienhechora en una exposición producida por el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana que tantas bondades con el arte nos ha aportado.

Cerebro consciente

Según un estudio de la Universidad de Michigan publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, poco después de la muerte clínica, cuando el corazón deja de latir, el cerebro sigue consciente. Aunque nuestro segundo órgano favorito médicamente esté muerto, las neuronas siguen percibiendo todo lo que pasa durante casi una semana. Lo mejor en nuestros días postreros es pegarse un hachazo en todo el coño para no enterarse de nada, porque el ambiente que se genera alrededor de un agonizante español tipo medio, habitualmente rodeado de cosas feas, suele alejarse mucho de algo ideal, como vimos hace relativamente poco con Rita Barberá

En casos como este, cuando el finado es mujer, los niveles de falsedad aumentan cósmicamente, a pesar de que el aparato genital femenino haya dejado de producir interés a partir de una edad avanzada, como una especie de defensa natural para que las hienas humanas no se sigan aprovechando de ellas. Y aunque no hay nada que impida disfrutar del sexo anal, oral o vaginal más allá de los setenta años, la sociedad prefiere que nuestras ancianas acaben sus días organizando menús de Navidad después de ir a la peluquería, en vez de ocupar sus ratos de ocio mirando a Murcia o lo que les guste. Aunque, como decía Rafaela Carrá, en esta vida todo es empezar. Quizá nuestra generación rompa estos esquemas.

La ola de erotismo que nos invade

Han pasado dos cosas interesantes en Valencia relacionadas con este tema: la primera, que después de la fiebre por los macarrons, los pasteles glaseados y los huevos Benedictine, la gente está tomando mucho interés en aprender a chupar pollas mirando a la cara, que es algo que sale de la enorme afición de ver pelis porno, algo que internet ha puesto a la orden del día. Al parecer a los tíos nos da mucho morbo esto, con lo que el interés por el teatro ha aumentado, ya que realizar fellatios se está convirtiendo prácticamente en estudios de actor. En vez de enfrentarse a una cámara, hay que enfrentarse con la mirada del otro. Con un micrófono de por medio, naturalmente.

La segunda ha sido el revuelo causado por el tradicional calendario erótico de la Cartelera Turia. Esta edición no ha gustado nada a las Conselleras retratadas, especialmente a Carmen Montón, que han manifestado su desagrado ante lo que consideran una actitud machista. Y aunque entre machismo y frivolidad hay una fina frontera, no queda duda, después de ver la cantidad de trolls que inundan la página de Facebook de la Consellera de Sanidad lanzando ataques contra las leyes de igualdad y de protección a la mujer, que los parámetros del desprecio a la mujer han cambiado a peor desde hace unos años. Se entiende su enojo, más aún cuando el director de la revista calendariera ocupa el delicado puesto de consejero rector de la la nueva Corporación de Medios de Comunicación. 

Aunque es más llamativo el delicado trato dedicado a Ximo Puig y Mónica Oltra, mientras que Isabel Bonig, que en anteriores ediciones y en la actual sale especialmente desfavorecida, se ha ganado la santidad por no haberse quejado nunca, ni siquiera de los espantosos textos que acompañan a las imágenes. Ya se sabe que la vulgaridad interior se pone en evidencia por medio de las palabras y no merecería ni un segundo de nuestra atención,  si no fuera porque los medidores de audiencias televisivas nos dicen que atraen a las masas. Del encuentro con dioses subterráneos, cuidémonos de regresar dementes.

La mayor parte de las cosas que nos gustan a nosotros, fastidian a los demás. Baltasar Castiglione, que redactó el tratado que propugna el ideal del caballero del Renacimiento, decía que estaba falto de educación todo aquello que molesta los sentidos. Cinco siglos después podemos comprobar con consternación que lo que más adolecemos es de educación, por eso nuestros sentidos se han acostumbrado a lo más fétido y nauseabundo y, carentes de criterio, no saben discernir entre lo bueno o lo que es perjudicial y reprobable. Encontrar un nuevo modelo intelectual nos va a costar a los de Valencia Plaza más de lo que pensado.

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