“... entre todos los vinos generosos questa tierra produce, se encuentra en primer lugar, éste, que tiene nombre propio: Fondillón, el vino dulce, añejo, de la Huerta de Alicante. La fama de que goza es tanta, que en probándolo han pronunciado los Señores Príncipes: -¡¡Pero si este es el famosísimo "Vino de Alicante" que tanto renombre tiene en diversos países!”
Francisco Martínez Montaño, cocinero mayor de Felipe II
VALENCIA. La mediterraneidad esta forjada a golpes de clima y de ahí deviene un terruño que configura un paisaje, que por acción de una cultura, y la necesidad, da lugar a creaciones humanas prodigiosas. El vino, nuestro protagonista, ocupa el centro de muchas cosas e historias. No es un hecho demasiado conocido, que en el sur de la provincia de Alicante, se produce, milagrosamente, todavía, y sobretodo se producía en mayor cantidad, un vino llamado Fondillón, que hasta el siglo XIX en que deviene su declive, era uno de los predilectos de la aristocracia y las clases más opulentas, pues siempre fue un vino caro- y de los intelectuales europeos, puesto que invitaba al ensimismamiento y la contemplación. Existen referencias a este maravilloso néctar pasificado en obras de Shakespeare, Dostoyevsky o Dumas. En el caso de este último, el protagonista de una de sus historias debe elegir entre un Jerez, un Oporto y el Fondillón, escogiendo este último como el mejor de los tres. Sin lugar a dudas es nuestra joya anticuaria en estado líquido. Hace años tuve la suerte de probar uno de los mejores, en este caso elaborado por Rafael Poveda y de nombre Sacristía- ¡qué nombre, sí señor!- y me provocó una honda impresión. Desde luego, un vino que traslada nuestra imaginación a estancias de muebles antiguos y vetustas librerías de cristales emplomados, repletas de volúmenes con tapas de pergamino.
Es interesante, aunque excede con mucho las intenciones de este artículo, observar como en la Historia del Arte, y desde el punto de vista iconográfico, el vino adopta las más variadas significaciones que van desde la sagrada-protagonista en la celebración de la Última Cena (Juan de Juanes, Leonardo)- a lo más banal y pintoresco de esas escenas tumultuosas de taberna, propias de los pintores flamencos del siglo XVII (Teniers), en las que vocerío se escapa del propio lienzo. También el vino tiene su protagonismo mitológico con cientos de representaciones pictóricas y escultóricas del Dioniso griego y su compañero Sileno, (o Baco para el mundo romano) en escenas entre la contención y directamente la bacanal, regadas del líquido en cuestión-véase en este caso a Caravaggio, Velázquez o Rubens, como eximios ejemplos en la pintura. Y finalmente, aunque habría otros contextos en los que nos podemos parar, como protagonista del bodegón más hedonista, sirviendo como ejemplo los firmados en el siglo XVIII, por el internacionalmente cotizado, Luís Meléndez.
A la inversa el poder inspirador del vino se manifiesta cuando es el vino el que busca al arte. Si hay una bodega que, por prestigio, desde 1945 se ha podido permitir el lujo de que las etiquetas de sus botellas sean elaboradas ex profeso por los más grandes artistas del momento es Chateau Mouton Rothschild. Una idea que con posterioridad ha sido imitada por otras bodegas más allá del país galo, y hasta nuestros días. La nómina de pintores es verdaderamente apabullante: Braque, Kandinsky, Miró, Picasso, Warhol, Dalí, Haring, Bacon, Chagall, Baselitz, Freud...¿falta alguno?. Además de los citados hay un par más realizadas por españoles: la del año 2013 está firmada por Miquel Barceló y la de 1995 por Antoni Tapies. Para los curiosos a través de la web puede accederse a todas.
Que el vino es cultura gastronómica es algo indiscutible, pero toda manifestación cultural conlleva la materialización de la misma en las artes aplicadas, en este caso de tipo etnográfico y doméstico. Francia es un país con una tradición vinícola ancestral y, sobretodo, que viene tratando el vino desde hace varios siglos como una forma de vida. De ello me doy cuenta de ello especialmente cuando viajo allí por la infinita cantidad de objetos antiguos relacionados con este mundo que pueden adquirirse en anticuarios y mercadillos: desde las grandes canastas formadas de listones de madera unidos por grandes abrazaderas metálicas que desde el siglo XVIII se emplean en la vendimia, sacacorchos con las ejecuciones más caprichosas, de uso doméstico desde el siglo XVII, toda clase de licoreras y botellas en vidrio soplado o cristal tallado desde el Renacimiento, enfríadoras de vino y champagne de las grandes manufacturas de cerámica y porcelana europeas y orientales.
No podemos olvidar la importancia que la cerámica relacionada con el vino ha tenido en Valencia. Hace tiempo adquirí un azulejo valenciano del siglo XVIII que formaba parte de todo un panel, pero que me pareció curioso puesto que no hay demasiados que hagan referencia al mundo del vino. No es más que un primer plano de unos pies pisando uva, la pena es que desconozco el paradero del resto del panel.
Una de las piezas más preciadas por los coleccionistas de cerámica son los catavinos con su peculiar forma de pequeño cuenco con dos “orejas” exteriores para facilitar su agarre. Estos sencillos utensilios empiezan a decorarse prácticamente desde su aparición, alcanzando su mayor esplendor en el siglo XV y XVI con la cerámica de reflejo metálico. No es fácil en contraer catavinos en perfectas condiciones precisamente por el uso doméstico que se hacía de estos, siendo su conservación en vitrinas un hecho tardío. Finalmente, no hay que olvidar la gran alfarería empleada para la conservación y transporte.
También el vino ha configurado nuestra arquitectura, y no hay que irse muy lejos En la propia ciudad de Valencia existían numerosas bodegas en el subsuelo de las casas solariegas intramuros desde la Edad Media destinadas a la conservación del vino en grandes tinajas. Fue todo un hallazgo a finales de la década de los noventa el de un magnífico celler de la época de la reconquista (siglo XIII) entre las actuales calle baja y la Plaza del Árbol. Los restos fueron restaurados con esmero, pero su destino actual, como sucede en demasiadas ocasiones, es un tanto incierto.
Las vitrinas del Museo Histórico de Pfalz, en Alemania, tienen el honor de albergar la que está considerada como la botella de vino más antigua conocida hasta la fecha. Fue hallada en 1867 en una excavación de restos de época romana. Tiene una antigüedad de aproximadamente 1600 años y a pesar de que el vino fue sellado con cera no vale la pena que probemos su contenido habida cuenta el tiempo transcurrido.
Sí que se ha probado hasta en tres ocasiones uno de los vinos más vetustos, 560 años de edasd, y que se conserva en la ciudad francesa de Estrasburgo. Se trata de un vino blanco, como es propio de Alsacia y que con el tiempo se ha ido oscureciendo hacia el color ámbar. El tonel original medieval duró hasta el año 1718 que tuvo que pasarse a otro nuevo.
Entre los coleccionistas privados el anticuario holandés Bay van der Bunt de la ciudad de Breda, según los expertos posee la mayor colección privada de licores antiguos de mundo. Van der Bunt tiene licores con más de 200 años. Posiblemente su botella más cara sea un Cognac 1795 Brugerolle Aigle D’Or, de pocos años después de la Revolución Francesa. Se trataba del coñac que tomaban los oficiales del ejército de Napoleón. Se almacenaba en una botella única en el mundo, de seis litros en vidrio soplado y que se cree que viajó con el ejército de Napoleón Bonaparte en la guerra contra Austria y los británicos.
El coleccionismo de vinos históricos está en alza como lo está el mercado relacionado directa o indirectamente con los productos gastronómico de lujo. A ello hay que sumar la presencia cada vez mayor de grandes fortunas de países emergentes.
Calificado por los expertos como un vino mítico es un Chateau d´Yquem de 1811, año en que Beethoven componía su séptima sinfonía. Es considerada una de las mejores botellas de la historia y hoy se expone en las vitrinas de un restaurante de Bali.
Anterior es todavía un Chateau Lafite 1787, año en que Wolfgang Amadeus Mozart componía su Don Giovanni, que se vendió en una subasta en Christie's de Londres, en diciembre de 1985 al editor Malcolm Forbes por unos 150.000 dólares. A sus propias virtudes se une la circunstancia de que pasó por la bodega personal del ex presidente estadounidense Thomas Jefferson, y la botella lleva grabadas sus iniciales "Th.J" en el mismo cristal.
De ese mismo año fue un Chateau Margaux, como hecho curioso, esta botella generó dinero sin ser vendida, ya que fue accidentalmente golpeada por un camarero. Su rotura supuso el pago de 225 mil dólares por la aseguradora. También procedía de la colección del mentado Thomas Jefferson, que debió ser un coleccionista de vinos históricos de primer nivel.