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CARTAS DESDE BOLONIA

Del pesebre intelectual a la cultura amateur: así son los certámenes literarios

Cabría preguntarse de qué sirven los Premios Ciutat de València si no existe una serie de actividades de promoción y distribución una vez concedidos los premios. Cabría preguntarse de qué sirven tal o cual distinción si no revitalizan el ecosistema literario del lugar que premia

10/04/2017 - 

VALÈNCIA. En el año 2010, el polémico (sin entrar en más detalles) profesor José Antonio Fortes publicó un ensayo bien documentado y remozado en la más estricta ortodoxia marxista titulado Intelectuales de consumo. Literatura y cultura de Estado en España (1982-2009). En este trabajo, Fortes retomaba la antigua diatriba de Rafael Sánchez Ferlosio, cuando en 1984 publicó una tribuna en el diario El País titulada “La cultura, ese invento del Gobierno”. En ella, el escritor clamaba contra el modelo cultural potenciado por el entonces primer ejecutivo de Felipe González y llegaba a definirlo como “populismo caro, carísimo, ruinoso”, repleto de “paridas”, y de “indecentes y repugnantes monadas culturales” y que Ferlosio resumía, muy gustosamente, como “despilfarro de canapés y borracherías”.

El escritor, con su talante ejemplar, vapuleaba una cultura naciente hecha de entusiasmo concejal y talonario público, popular en términos estrictos y poco rentable en términos artísticos. Fortes recogía el guante de Ferlosio y desafiaba de nuevo a esa cultura estatal en la que se establecían unos suculentos pesebres para intelectuales y escritores/as con un ensayo en cuyos anexos hacía una relación de premios y jurados de poesía en los que aparecían siempre los mismos, premiados o premiadores, en una fiesta de amigos sin fin, llena de cenas de gala, esculturas, condecoraciones y halagos a costa del erario público. 

Hasta el rey, la corte y la camarilla participa en ocasiones de la celebración de tales fastos. Todo sea por la cultura nacional y la vida social de monarcas, académicos y viceversa. 

Redes clientelares 

El principal objetivo del profesor granadino (lo sabemos) era disparar contra su enemigo público en la Universidad de Granada, el también profesor y poeta Luis García Montero, cuyo enfrentamiento debió resolverse por vía judicial. Nada más y nada menos. Sin embargo, el anexo de aquel ensayo era lo suficientemente elocuente como para desvelar una red clientelar de poetas y jurados que se repartían distintos botines por la geografía española. 

Siempre han existido numerosas suspicacias en torno a los premios literarios. O mejor, en torno a ciertos premios literarios de renombre. Elena Poniatowska aprovechó para denunciar en 2014 que las mujeres de habla hispana casi nunca ganan el Premio Cervantes. Ni el Premio Nacional (solo tres mujeres lo han ganado desde los años 70: Carmen Martín Gaite en 1978, Carme Riera en 1995 y Cristina Fernández Cubas en 2016). Ni el Premio de la Crítica (solo dos mujeres en más de cincuenta años: Clara Usón en 2012 y de nuevo Cristina Fernández Cubas en 2015). Este hecho es flagrante, inconcebible e intolerable. 

Pero más allá de la dominación totalizante de lo masculino en el campo literario, que Laura Freixas detectaba muy acertadamente en ámbitos como la autoría, la crítica, el canon y la academia (somos casi siempre hombres hablando de hombres), las suspicacias en torno a los premios se centran también en la concesión de grandes galardones (y bien remunerados) a escritores consagrados por el gran público, o escritores noveles famosos y vendibles, o a textos comerciales o comercializables. En suma, el premio a toda una literatura llamada a ser moda pasajera, flor de un día o calentón de verano. A nadie se le escapa que el Premio Nadal o el Premio Planeta serían los ejemplos más destacados.

Del boato a la pobreza

Existen, sin embargo, otras dinámicas mucho menos visibles que revelan la precarización del sector editorial, la concentración de cuota de mercado en grandes medios y la instauración (por lo general) de una edición menos riesgosa y más estandarizada.

Una de las estrategias que encontraron las editoriales para cribar la avalancha de manuscritos que esperaban ser publicados fue la convocatoria de certámenes literarios. Por seguir con el ejemplo, el Nadal fue convocado por la editorial Destino en los años cuarenta. El efecto llamada de los premios reunía una serie de obras que eran filtradas por la editorial en coherencia con su política interna, sus gustos y sus proyectos artísticos. Ni es nuevo ni es malo; sin embargo, esta operación de márketing ha acabado sustituyendo en muchos casos la recepción, criba y publicación de obras por su mérito o su calidad más allá del vencimiento de tal o cual premio. 

En una vuelta de tuerca más, muchas editoriales se han vinculado por contrato a certámenes autónomos, en un intento de minimizar los riesgos económicos y aportando su infraestructura, su trayectoria y su distribución a las futuras obras premiadas. Es el caso de los Premios Literarios Ciutat de València, que acaba de presentar las bases de su XXXVª edición. Bromera, Edicions del Bullent, Pre-Textos y Ñaque publicarán las obras ganadoras en las diferentes categorías: poesía, teatro y narrativa tanto en valenciano como en castellano. No deja de ser significativo que la salud editorial siga ligada a este tipo de certámenes

Los certámenes literarios abundan, y tampoco es malo. Suponen una oportunidad para escritores amateurs o para creadores jóvenes sin una trayectoria consolidada. Nadie niega que sirvan de acicate para la creación en lenguas minorizadas, o de fomento de la lectura y la escritura cuando se dirigen a un público juvenil y la convocatoria está restringida a esta franja de edad. Son posibilidades no solo coherentes, sino también encomiables. 

Qué hay de València en sus premios

Ahora bien, cabría preguntarse de qué sirven los Premios Ciutat de València si no existe una serie de actividades de promoción y distribución una vez concedidos los premios. Cabría preguntarse de qué sirven tal o cual distinción si no revitalizan el ecosistema literario del lugar que premia. Cabría preguntarse, en fin, de qué sirve llevar el nombre de València en una placa o en un trofeo si no se promociona como escenario cultural de primer orden

València, Alzira, Benicarló o Benicàssim, se necesita una estrategia más allá de la mera concesión. Si estamos pensando en fomento de la creación artística y revitalización de la ciudad, sería positivo explorar otras posibilidades más sugerentes. Distintas ciudades europeas conceden premios a obras no escritas, a proyectos, siempre y cuando los proyectos literarios sirvan para mostrar y reivindicar la ciudad. Distintas fundaciones ofrecen becas para creadores, estancias, manutención y entorno para la creación, siempre y cuando los frutos de ese mecenazgo estén estrechamente ligados al lugar que les ha permitido nacer. 

Estrategias de este tipo van más allá de los fuegos artificiales de los premios literarios. Bien sea del boato y de sus redes clientelares. Bien sea de la precarización del sector. Y cultura y creatividad siempre deberían ir de la mano.

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