Uno de los documentales triunfadores de la pasada edición de Sundance es un homenaje a los alpinistas extremos. En este caso cuenta la expedición a uno de los picos más complicados del mundo, el Meru, con un alpinista que se había roto el cráneo recientemente y corría el riesgo de sufrir un infarto cerebral en plena ascensión
VALENCIA. Ha sido el documental presentado en Sundance el año pasado premiado por el público. Ese galardón que huele a verdadero triunfo porque demuestra que, detalles técnicos al margen, lo que has filmado le gusta a la gente. Se trata de Meru, un reportaje sobre el ascenso de una de las cumbres más complicadas del mundo, el monte homónimo del Himalaya. Hasta 2012, nadie había conseguido coronarla.
Son tres escaladores, uno de ellos consagrado que regresa al viejo vicio, Conrad Anker; un profesional, Jimmy Chin, y un romántico, un tal Renan Ozturk, al que describen como escalador vagabundo, que vive en la calle cuando no está metido en un ascenso. La "Aleta de tiburón", el pico que pretenden subir, es una pared vertical de granito puro de 600 metros.
Según cuentan para darle emoción al asunto, es "la prueba para todo alpinista". Por lo visto, explican, subir el Everest es una tontada, puesto que tienes sherpas que te llevan los bultos. Esta, sin embargo, es una escalada técnica, en la que puede que subas solo 50 metros a día, tengas que dormir colgado, y solo llevar comida y agua para esos últimos 600 metros supone 90 kilos de mochila. No en vano, esta montaña es la que más fracasos ha visto.
Luego le meten rollo lírico diciendo que en el Meru, el nacimiento del Ganges, se unen el cielo y el infierno, pero no hace falta adornarse. A los pocos minutos vemos que les pilla una tormenta en la tienda y tienen que estar cuatro días encerrados sin poder salir. No hay descripción fantástico filosófica, ni aunque venga de Lovecraft, que a día de hoy conmueva más que la cruda realidad de estar ahí aislado.
A los veinte minutos de documental, se nos plantea el reto que van a afrontar Solo llevaban comida para siete días y llevaban cuatro parados. Les quedaba el 90% del ascenso. En ese instante, uno se acomoda en la butaca. Vienen curvas.
Efectivamente, a 20 bajo cero, empiezan a congelarse. La piedra es lisa, sin grietas. Tremendamente difícil. Cuentan en ese instante que el alpinismo moderno depende más del uso de las herramientas que hagas que de otras facultades, que es como artesanía clavar los ganchos en el muro. Cincelar tu camino a la cumbre.
En este caso, por muy bien que lo hicieran, subieron demasiado despacio, se quedaron sin comida ni combustible. Hicieron un último intento, pero tenían manos y pies congelados. Cuando estaban cerca de la cumbre, no les quedaba más remedio que dormir sin saco, colgados, algo que supone un riesgo mortal. Decidieron renunciar y dar media vuelta.
Estaban esqueléticos. Con los pies en estado de putrefacción. Uno de ellos tuvo que regresar a casa en silla de ruedas. ¿Y qué es lo que pretende demostrarnos el documental con esta primera media hora? Que estaban, como ellos dicen, poseídos. Así que volvieron a intentarlo tiempo después.
Tras su aventura lo intentó un esloveno, al que facilitaron toda la información que habían podido aprender de su escalada abortada, y él tampoco lo consiguió. Que el centroeuropeo también fallara lo vieron como una señal para ir ellos de nuevo. Pero antes de que se plantearan volver, Renan se descalabró esquiando. Se le rompió el cráneo y se le veía el cerebro. Se cortó una arteria medular y perdió riego. Podía quedarse vegetal.
A su vez, Jimmy, fue tragado por una avalancha mientras esquiaba y salvó la vida de milagro. "Siempre traté de imaginar cómo iba a morir y ahí, dentro de la nieve, por fin lo averigüé, pensé, solo quería que llegara ya el momento de ser despedazado", revela que pensó. Sin embargo, algo le empujó y le sacó por encima del alud. Sobrevivió.
Es aquí donde empieza el punto álgido de este documental. Renan, con lesiones en el cráneo que no habían sanado, con el riesgo añadido de que por sus problemas de riego sufriera un infarto cerebral, decidió escalar de nuevo la Aleta del tiburón, el Meru. La gesta descúbranla cuando se hagan con el vídeo. No dejan de ocurrir barbaridades. Los escaladores frisan el desprecio por la vida, como se decía antaño de los toreros.
Por lo pronto, en esta columna solo podemos recordar que la televisión pública española tenía un programa que poco o nada tenía que envidiar a este documental extremo: Al filo de lo imposible. Una de sus especialistas, de hecho, la española Miriam García, falleció precisamente en el Meru en 1990. Hay un vídeo en YouTube de uno de sus programas en el que ella explica las técnicas que se necesitan para escalar paredes verticales como la Aleta del tiburón.
Esa era la televisión de los 80. Miriam escalaba a ritmo de heavy metal y el locutor comentaba que subiendo un barranco se alcanzaba "la verdadera libertad", que uno así podía "realizar plenamente sus sueños".
Pero ella no fue la única que se dejó la vida. Más dramática si cabe fue la muerte de Julio Antonio "Antxo" Apellániz, en el K2, que murió de agotamiento al llegar a la cima con una radio que grabó sus últimos momentos. Juan José San Sebastián, que iba con él, sufrió la amputación de ocho dedos al intentar salvarlo arrastrándolo hasta el campamento base. Cuenta la web de la RTVE que el director del programa estaba tan afectado que prometió que nunca más volverían a planear una expedición de estas características, pero lo hicieron. Al igual que en el documental Meru. No es de extrañar pues una de las frases que pronuncia Jimmy, uno de los protagonistas: "Los mejores alpinistas son lo que peor memoria tienen".