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tendencias escénicas

Eduardo Guerrero puntea de metáforas sociales y medioambientales su flamenco de vanguardia

El bailaor gaditano desplegará una montaña de tierra de cinco metros sobre el Teatre el Musical 

18/12/2019 - 

VALÈNCIA. Como antes Antonio Gades, La Cuenca y Mario Maya, y ahora Israel Galván y Rocío Molina, el bailaor Eduardo Guerrero (Cádiz, 1983) parte de la ortodoxia flamenca para dar un paso más allá y renovar el género. Este próximo 20 de diciembre se sube al escenario del Teatre El Musical con Sombra efímera II, una propuesta donde lo acompañan a la guitarra Javier Ibáñez, al cante Manu Soto y Samara Montañés, y para incomodar al conjunto, una montaña de tierra de cinco metros.

No es la única digresión en un espectáculo que interroga a los espectadores sobre las causas sociales y medioambientales que angustian a su creador. La deforestación de la Amazonía, la crisis de los refugiados, la lucha por la igualdad de género y el consumo insostenible se evocan a ritmo de tangos, tonás, tarantos, bulerías por soleá, fandangos, romances y seguiriyas.

Versos de ayer y de siempre

Las letras tradicionales del flamenco se han sustituido por versos de la tradición sufí. De modo que en lugar de transportar al espectador a la fragua, a males de amor, a fricciones entre gitanos y payos, se canta al amor, al que abre y cierra las puertas, a la humanidad… “Así, el espectáculo puede caminar mundialmente, no entiende de culturas sino de actos y de consecuencias”, argumenta Guerrero.

El piso sobre el que zapatea está hecho de papel blanco. De forma que a lo largo del montaje, destruye el suelo que baila “para plasmar la devastación a la que estamos sometiendo la Tierra”. No satisfecho con el símil, este artista destacado por su precisión en los giros, la emoción de sus gestos y la elegancia de su ejecución, rocía la superficie de grafito para ensuciarlo al repiqueteo de sus pies.

Coronar la cima

Las manchas se refuerzan con la tierra que se va desmoronando sobre el escenario. La montaña que aguarda a los intérpretes arroja mensajes sobre el feminismo, sobre el inconformismo y sobre el cuidado del medio ambiente. En primer término, hay un momento en los 70 minutos que dura la función en que la cantaora la sube y clava una rama en la cima. “Es una imagen de que la mujer está asumiendo el liderazgo del planeta. Lo escenificamos como símbolo de victoria del abanderamiento del poder femenino, del mismo modo que en las conquistas de nuevos territorios, los hombre clavan la bandera en lo alto de la colina”, compara el bailarín.

En las tablas no hay ninguna silla, así que el guitarrista ha de apoyarse o subirse a la montaña para poder equilibrarse al tocar. Con esta decisión, Guerrero busca que como él que llega un momento en el que el destrozo del suelo le impide bailar, sus acompañantes se hallen incómodos y salgan de su zona de confort.

El gaditano revela que todo en la obra está muy premeditado. De ahí que con el cambio climático en mente, la compañía compre la tierra de cada una de sus montañas en un vivero de la ciudad que visitan. Utilizan la arena para las representaciones y después la devuelven para que se pueda reutilizar.

Telones como rastros de pateras

La escenografía también remite al reciclaje. En torno a los cuatro artistas y sus estragos sobre el escenario, hay telones hechos de prendas de ropa dispares. Son otra metáfora: la compañía decidió dedicar el dinero que hubiera invertido en un escenógrafo a realizar una donación a la ONG Mensajeros de la Paz. Con la suma, la organización ha comprado alimentos, y el elenco ha adquirido atavíos que ha destinado a diseñar los cortinajes en el espectáculo.

La lectura del acto es tanto emocional como social. Por un lado, la formación recicla prendas y les da una segunda vida de corte artístico, y por otro, aporta un poso emocional a la pieza. Javier Ibáñez estaba esperando un hijo durante el proceso de creación, así que su telón está construido a partir de ajuares de bebé. Guerrero, en cambio, asimiló la amalgama de ropa a los restos tirados en la arena tras la aparición de una patera. Un zapato de un niño por aquí, una sudadera de adulto por allá, objetos de colores diferentes, propiedad de personas distintas. “Para algunos de los que llegan a nuestras playas es una desgracia, y para otros, una victoria. Así que cada telón está construido con nuestros sentimientos y construye una carga emocional dentro de la obra”, explica el que fuera niño prodigio de la danza, formado junto a Mario Maya, Antonio Canales y Manolo Marín, e integrante en su trayectoria de las compañías de Eva la Yerbabuena y Rocío Molina.

Un padrino contemporáneo

Las inquietudes del gaditano han sido canalizadas para esta propuesta por Mateo Feijoó, que durante los últimos tres años ha estado al frente del Centro de Artes Vivas Naves de Matadero de Madrid. El programador, asesor y docente ejerce de director artístico y responsable escénico de este proyecto en construcción que se ha articulado en una trilogía. El tándem inició su colaboración en 2016 y esta tercera entrega es su culminación.

En una primera fase se representó en 2018 en la Bienal de Sevilla, dentro de una burbuja gigante de plástico transparente diseñada por el artista italiano Marco Canevacci. Esta pieza de arquitectura efímera servía de espacio en el que proponer un diálogo entre diferentes disciplinas artísticas.

En febrero de este año presentaban una variante evolucionada en el Teatro Villamarta de Jerez, en el contexto del festival dedicado anualmente al flamenco en la ciudad. Sun núcleo entonces fue la inmigración.

Ahora llega la culminación, con una propuesta artística preñada de flamenco arrebatado y exquisito, y revestido de ética: “La gente está echándose a las calles a manifestarse. Y como artista, mi manera de protesta contra todo lo que está ocurriendo es mandando mensajes a las personas que vengan al teatro. El baile me da la oportunidad de concienciar a mucha gente que viene a ver arte”.

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