Alberto Cortés propone en su performance una lectura política que deviene en autoficción
VALÈNCIA. Un deseo que dure para siempre, cuya euforia no se desaparezca instantáneamente. Esta utopía es la que plantea Alberto Cortés en El Ardor, una performance que se podrá ver en La Mutant este viernes y este sábado. El malagueño pone el cuerpo a partir de citas de Hakim Bey, William Burroughs, Arthur Rimbaud, Boris Groys, Friedrich Nietzsche o Job, una colección de palabras que se combinan con el propio cuerpo de Cortés, y que hace viajar del discurso político al relato propio en una hora. “El público va a ver un discurso que, en realidad, no lo es, una persona que lanza una serie de palabras pero que comienza que se transforma en la misma escena. El punto de partida es un speech, pero la pieza va mucho más allá, hacia lo personal”, explica a este diario.
En el centro de todo, un deseo que actualmente se bascula en las ideas capitalistas de rapidez y consumo rápido. Comprar, tirar, comprar. Y cuando esa lógica llegan a los cuerpos, se convierte en pornografía. “El discurso de El Ardor sueña con la posibilidad de reinventar esa misma idea, de contruir un deseo basado en cuestiones como imaginar un estado eterno que nunca muere, que no funciona de manera rápida”, añade Cortés.
Se trata de una utopía política, que toma otra dimensión cuando implica su propio cuerpo. En el fondo, la intención de romantizar ese deseo que no existe en ningún ámbito en la realidad actual: “Me interesa romantizar la idea porque lo romántico te coloca en un lugar muy ambiguo: lo ves con la lejanía de que sea una fantasía pero dejas siempre una grieta abierta que permite creer que podría ser posible. Una fina línea que permite la ambigüedad”.
¿Es entonces El Ardor una visión positiva del futuro que nos llega? “Cuando ponemos el cuerpo, lo hacemos porque manejamos unas cuestiones, algo que preguntarnos, pero no las respuestas. Hablo de cosas que todavía no sé y que aparecen a través del cuerpo y la escena. No quiero tener una visión clara sobre el futuro ni colocarme en una visión clara respecto al futuro. Si tuviera las respuestas, la pregunta no serviría de nada”, opina el performer.
Pero más allá de ese eje central, el pilar de la pieza es la propia reivinidicación de las identidades periféricas y de las disidencias sexuales en ese deseo. “Hablo de identidades porque me atraviesan, porque es donde yo mismo me ubico. No aparecen dirigidas con una intención, sino que mi propia identificación, de forma orgánica, me hace hablar desde lo queer porque lo soy. Es lo que brota y lo que surge en mí”, comenta. Y añade: “En el caso del deseo, es casi una parte del pack de estas identidades. La idea de deseo es central en la comunidad gay masculina, una cuestión con la que convive mucho. Yo busco otras miradas del deseo a partir de esta misma identidad”.
La otra pieza clave del montaje es la propia palabra. El Ardor cuenta con una extensa bibliografía de outsiders, que le sirven para lanzar las soflamas políticas al principio del espectáculo. “Durante el proceso de trabajo para crear la pieza, leí mucho y devoré muchos autores que me inspiraban y sobre todo me golpeaban. Quería que formaran parte de este terrorismo queer. Busque las palabras de gente que me inspirara y aparecieron todos estos. A veces están entrelazadas con mi propia voz, a veces es una cita literal, y a veces es solo una motivación para otra cosa”, desgrana.
Combinando citas de autores que representan un pasado, pero mirando a su presente para imaginar un futuro, cabe preguntarse si acaso la performance es un territorio donde la autoficción permite la no-repetición, si El Ardor es, en parte, una novedad discursiva. “Nunca me he encontrado dentro de la escuela que aboga por la no-repetición. La creación contemporánea funciona como una gran máquina de remezcla, si no, estaríamos en una neurosis propia del consumo capitalista instantáneo. Es importante conocer cómo se crea la cultura, y acaba pareciendo una pila de sustratos de la que no puedes distinguir lo que es original y lo que son copias”, explica. En un terreno más personal: “es verdad que la primera persona atraviesa mi trabajo, pero mi intención es contar aquellas cosas personales que se pueden convertir en universales, no al contrario. No quiero hablar de lo que me atañe solo a mí, sino compartir algo con el público. En este sentido, la pieza es muy pieza: más allá de las etiquetas de que forme parte de una vanguardia, o de las artes vivas, me gusta reivinidicar que es una obra, una formalidad que no responde a algo que sea nuevo”.
Ay, las etiquetas. “No me siento muy cómodo con ellas porque generar un discurso que hacen más endogámicas las cosas. Y, de repente, el público generalista piensa que eso de las artes vivas tal vez no sea para él. Y puede serlo”.