VALÈNCIA. El siglo XX trajo consigo un progreso tecnológico que dio paso a una nueva forma de entender y hacer el arte. La idea de lo bello -un concepto que variaba según los códigos morales e ideológicos de cada época- suponía un corsé que apretaba demasiado. Y entonces llegó la Revolución Industrial, momento en el que la ciencia y la tecnología abrirían camino a infinidad de nuevas formas de plantear la producción artística.
Esto supuso en cambio que ha ido tomando distintas formas dependiendo de la época. Desde las investigaciones plásticas de los artistas de la vanguardia histórica de los años veinte y treinta, hasta los revolucionarios creadores de los años setenta en adelante. Con el cine, la fotografía o los ordenadores el estudio tradicional del artista pasó a ser un laboratorio de experimentación.
El IVAM reflexiona ahora sobre ese triángulo entre ser humano, arte y tecnología en la exposición Imaginarios mecánicos y técnicos en la colección del IVAM. Se trata de una muestra que recorre el siglo XX de la mano de artistas históricos como Dulac, Duchamp, Krull, Espinosa o jóvenes creadores como Carlos Sáez. La muestra, que se podrá ver hasta el 17 de octubre, fue presentada este miércoles por su comisaria María Jesús Folch, la directora del IVAM Nuria Enguita y el propio Sáez. Un viaje compuesto por un total de 300 obras y diez salas temáticas en cuyo montaje han trabajado más de 90 personas.
Arte y tecnología
Imaginarios mecánicos y técnicos bebe directamente del ensayo Meditación de la técnica de Ortega y Gasset, una obra publicada en 1933 que definía al ser humano como “un programa imaginario” (en palabras de la comisaria), para el que “había dos posibles direcciones diferentes”: por una parte, “la idea de imaginar la posibilidad del concepto de ‘máquina’ que el mundo tenía latente”; y por otra, la de “imaginar los distintos procedimientos para transformar el material en cuestión”.
La muestra, distribuida por las galerías 4 y 5 del IVAM, comienza su relato con una serie de carteles, fotografías y objetos que se exhiben como iconos de la era industrial. Desde cinematógrafos o teléfonos antiguos hasta carteles de propaganda soviética que muestran cómo surge este cambio en el panorama artístico de la mano de los avances tecnológicos. Incluye fotografías de Boris Ignatovich o de Agustín Jiménez Espinosa y carteles publicitarios de Giovanni Pintori, entre otros.
Así, la comisaria recalca cómo con la Revolución Industrial "entran en juego premisas que hasta el momento no se contemplaban”. Habla de de los medios de comunicación de masas, de los transportes, de las cámaras fotográficas… Elementos, en definitiva, que inspiraron a muchos artistas a elaborar una respuesta a los problemas culturales, sociales y económicos de su tiempo: la conciencia plena de la alienación laboral por efecto del ludismo y el taylorismo y la consolidación del proletariado como praxis revolucionaria en la obra de soviéticos como Klucis, Valentina, Kulagina o Natalia Pinus. “La máquina lo invade todo”, sentencia la comisaria.
La exposición presta especial atención también al cine, en el que, durante el primer tercio del siglo XX, los artistas de vanguardia encontraron una forma de subvertir los principios heredados por sus antecesores. Si el cine revolucionó la forma de hacer arte, también lo hizo después la videocámara. En 1975, Sony lanzó al mercado la primera cámara portátil de la historia. A partir de este punto, como explica María Jesús Folch, “el mundo se tambalea”. El vídeo era una tecnología nueva, al alcance de todos y sin un precedente histórico que lo influenciara. “No había nada escrito”, resalta la comisaria.
Pero para que un nuevo arte se desarrollara... otro tenía que ser superado. Ocurrió durante el periodo de entreguerras en ciudades como Nueva York, Berlín y París. “En esta época surgieron nuevas personalidades y movimientos artísticos que querían acabar con la obra de arte tradicional para dar paso a nuevos lenguajes”. Hablamos de creadores como Alexander Calder, Ella Bergman, Karl Steiner o Antoine Pevsner, artistas que integraron esos nuevos principios, “las técnicas de montaje basadas en eliminar los vínculos preestablecidos entre materia y forma; la activación de relaciones entre los distintos elementos tanto a nivel físico como estético; la utilización de nuevos materiales gracias al avance de la técnica y la industria; y el hecho de convertir el caos de la vida moderna de la ciudad y la máquina en elementos inspiradores de la creatividad”, relata Folch.
Esos cambios se afianzaron en una Guerra Fría que transformó la sociedad en cuanto a su forma de entender la ciencia. “Los primeros satélites, las primeras computadoras y la llegada del ser humano a la luna fueron acontecimientos que aparecían cada día en los noticiarios de la época. Esto provocó una radicalización de la ciencia y las matemáticas en la concepción artística surgida y desarrollada en los años 70”.
La muestra suma también obra de artistas como José María Yturralde, Soledad Sevilla, Pablo Palazuelo y Eusebio Sempere, un viaje por la abstracción a través de sus dos generaciones. “La primera se conoció como arte normativo y sus miembros -Palazuelo y Sempere, entre otros- investigaron sobre relaciones entre la masa y el volumen, la línea y sus tensiones, el dinamismo y los límites del color, así como la repetición de estructuras y tramas. La segunda generación trabajó en la interacción entre el arte y la ciencia”.
El relato de Imaginarios mecánicos y técnicos también pasa por la década de los 90, una época, en la que, haciendo referencia al pensamiento del historiador de la ciencia George Basall, “se redefinió lo que hasta entonces se concebía como invento, pasando a una perspectiva que explicaba el término como «aquellos artilugios concebidos por mentes humanas repletas de fantasía, anhelos, metas y deseos» que ya no se limitaba a lo puramente utilitario”. En este sentido, explica la comisaria, desde finales del siglo XX algunos artistas “han tendido a apropiarse del concepto de producción industrial”. El sistema capitalista está basado en la producción masiva y los procesos de estandarización a través del montaje, un sistema que adoptaron creadores como Joan Cardells, Bern y Hilla Becher, Thomas Ruff, Inmaculada Salinas o Susana Solano. Es una manera de, según Folch, “analizar los problemas sociales derivados de la industrialización capitalista a través del uso de técnicas de repetición artística”.
La penúltima sala muestra la relación entre la tecnología y el propio cuerpo humano. En primer lugar se expone la obra de Gary Hill
Between 1&0. Está compuesta por una serie de televisores dispuestos en cruz en los que una serie de imágenes van sucediéndose de manera intermitente. Se puede ver el cuerpo desnudo del artista. A continuación, la exposición muestra cómo desde el siglo XVI ya existían autómatas en esa pretensión de unir tecnología y ser humano. La sala incluye piezas de Jana Sterbak, Maribel Doménech o Carlos Sáez. La obra de Sáez, que siempre se ha caracterizado por plantear reflexiones sobre las relaciones entre lo virtual y lo real, presenta colgando del techo una especie de autómata oxidado y amenazante, con brazos de sierras y cuchillos. Con esta pieza, como él mismo explica, ha querido hacer una metáfora de las consecuencias que tendría un colapso tecnológico.
Por último, la décima sala está conformada por dos obras que surgen como metáforas científicas ante los fenómenos sociales. Cloud Prototype, de Íñigo Manglano-Ovalle, es la representación de una nube justo en el momento previo a su explosión. Se trata de una metáfora sobre el continuo cambio al que el ser humano está sometido. En segundo lugar y cerrando la exposición, se puede ver una red de cuerdas unidas por piedras de color verde fosforescente que emiten los efectos visuales propios de un láser. El artista explica su creación: “Se trata de una metáfora sobre la disputa entre lo virtual y lo real. Está basada en el pensamiento del filósofo Hans-Georg Gadamer. Con cada año que pasa, nuestro concepto de realidad se hace cada vez más virtual. Hace cien años, nuestra vida se consideraría completamente virtual. Con mi obra he querido mostrar que un sujeto admira un objeto virtual y el objeto envuelve al sujeto en su virtualidad”. Pone ejemplos como el de que un espectador integre automáticamente el hecho de que en una película transcurran años en tan solo minutos, o que cuando bajamos con el cursor de un ordenador en una página web “tenemos la sensación virtual de que estamos bajando, pero no es así. No hay nada debajo, ni a los lados del ordenador. Tan solo una virtualidad que nos envuelve”.