Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. Hoy, 6 de octubre, es el Día del Cine Español, una celebración que el Ministerio de Cultura se sacó de la manga en 2021 para poner en valor nuestra cinematografía e intentar que, por lo menos un día al año, instituciones y colectivos programaran películas españolas, de ahora o de antes. El ICAA y la Filmoteca Española ofrecen algunos títulos imprescindibles, con versiones de la mejor calidad posible para su proyección, a las entidades que quieran unirse a la fiesta, sean otras filmotecas, ayuntamientos, casas de cultura, asociaciones ciudadanas o cine clubs de barrio. Lo cierto es que, por más que esto de proclamar el día de tal o cual sea una cosa bien artificiosa, funciona. Y así, entre hoy y los próximos días muchas pantallas se van a llenar de buen cine español, como pueden ustedes comprobar entrando en la página del Día del Cine Español. Y, piensen lo que piensen los esforzados odiadores que tanto incordian y desprecian nuestro cine, allá ellos en su ceguera, eso está muy bien.
Pero no he venido a contarles la programación del Día del Cine Español sino a decirles, a cuenta de la efeméride, que, de verdad, de verdad, de verdad, la historia de nuestro cine está repleta de joyas extraordinarias, de películas magníficas, de obras originales y bellas a las que vale mucho la pena echarles algo más que un vistazo y no solo un día concreto. Aprovecho la presencia de Embrujo en la programación de este año para rescatar algunos títulos, más allá de los grandes nombres de Berlanga, Bardem, Saura, Buñuel o Almodóvar, entre otros, a los que no hace ninguna falta reivindicar pues están en lo más alto del arte cinematográfico. Así que aquí va mi propia selección del Día del Cine Español.
Embrujo, les decía. Dirigida por Carlos Serrano de Osma en 1948, es una película de Lola Flores y Manolo Caracol. Pero no la película de Lola Flores y Manolo Caracol que puedan tener en sus cabezas. Esto es una rareza preciosa en la que se mezclan flamenco, surrealismo, cubismo y una vehemencia estética imposibles de olvidar. Es toda una experiencia sensorial que deja los ojos como platos y el alma alterada.
El bailarín y el trabajador (Luis Marquina, 1936) es una comedia romántica, sofisticada y urbana, ambientada en una fábrica de galletas de impronta art déco, que realiza una defensa a ultranza del valor del trabajo y los trabajadores, además de llamar al entendimiento y la concordia entre clases y opuestos: ojo al año de realización, 1936. Y, además de eso, y de que en sus diálogos oímos palabras como feminismo o proletariado, es una deliciosa comedia musical al estilo hollywoodiense, aunque hecha con el dinero que debía costar el café de un día de rodaje de cualquier producción USA. Sorprendente, extravagante y encantadora, está magníficamente realizada, con soluciones de montaje y puesta en escena muy creativas y modernas.
En 1948, el mismo año de Embrujo, se realizó una de las películas más insólitas de nuestra cinematografía, Vida en sombras. El único y fascinante largometraje de Llorenç Llobet Gràcia es un deslumbrante canto de amor al cine en forma de melodrama, que tuvo varios problemas con la censura y que se olvidó durante mucho tiempo. Hoy en día está considerada, con toda justicia, una de las mejores películas del cine español.
También el cine es el tema de El sexto sentido, no la de Shymalan, sino la de Nemesio Sobrevila de 1929. Es un film mudo, realizado cuando ya el sonoro estaba a punto de imponerse, excéntrico y chocante, que incluye varias secuencias vanguardistas, al estilo del cine surrealista, dadaísta o constructivista que, en aquellos años, hacían en París, en Berlín o en Moscú Ferdinand Léger, Marcel Duchamp, Hans Richter, Man Ray o Dziga Vertov. Y ya que estamos con la vanguardia, échenle un tiento a Esencia de verbena (1930), de Ernesto Jiménez Caballero, poema documental de Madrid en 12 imágenes, como reza uno de sus rótulos. 11 preciosos minutos de sinfonía urbana, con apariciones de Maruja Mallo o Gómez de la Serna en los que, aun dejándonos una sonrisa, prima la melancolía de contemplar la España que pudo haber sido y, ay, no fue.
¿Y qué les digo de La torre de los siete jorobados? Una historia de fantasmas, cine de género fantástico, rodada por Edgar Neville en 1944, que, siguiendo la novela de Emilio Carrere, cuenta la existencia de una ciudad subterránea, debajo del Madrid real, habitada por criminales. O de Función de noche, donde la directora Josefina Molina sienta a hablar a Lola Herrera y Manuel Dicenta, separados hace tiempo, sobre su tormentosa relación de pareja, el amor, el sexo, el matrimonio, el deseo, el dolor y mucho más. Impresionante. Y modernísima, no me lo negarán, aunque la película sea de 1981.
Y Un, dos, tres, al escondite inglés (1969), un musical insólito, y vuelvo a utilizar el adjetivo modernísimo, de Iván Zulueta, que diez años después nos dejó a todos boquiabiertos y atrapados para siempre con Arrebato (1979). Y El extraño viaje, esa película maldita del cine español, dirigida por Fernando Fernán Gómez que, es lo que hay, podría aportar gran parte de su filmografía como director a esta lista que les traigo. Y Tras el cristal, el asombroso debut de Agustí Villaronga en 1986, una de las películas más inesperadas del cine español. Y Canciones para después de una guerra, eso que hoy llamamos un documental de creación, pero que ya Basilio Martín Patino hacía en 1971, quizá sin saber lo innovador que era, prohibida por el régimen, y que solo pudo estrenarse tras la muerte del dictador, en 1976. Y Val del Omar y sus experimentos audiovisuales. Y el cine de la Escuela de Barcelona.
Y tantas otras. Y es que nuestro cine está lleno de rarezas, de francotiradores, de rara avis, de películas únicas y films escondidos, convertidos en obras de culto. Es lo propio de una industria pobre en un país con una historia, la del siglo XX, más que complicada, entre dictaduras, guerras, transiciones, procesos de urbanización e industrialización, emigraciones masivas del campo a la ciudad y de aquí al extranjero, y modernización a trancas y barrancas para intentar pillar el paso de algunos países vecinos. De hecho, muchas películas de nuestra cinematografía reflejan esa disputa entre tradición y modernidad que caracteriza la propia historia de España en el siglo XX.
Si una solo ve Cine de barrio, el programa de TVE, tiende a pensar que la historia de nuestro cine consiste en Alfredo Landa y José Luis López Vázquez persiguiendo suecas por Torremolinos, Concha Velasco y Toni Leblanc sobreviviendo en pleno desarrollismo entre el seiscientos y la VPO y Paco Martínez Soria escenificando las excelencias de la familia tradicional y patriarcal comodiosmanda. Y es injusto. Es como si, en un futuro, se vieran solo las exitosas comedias familiares de Santiago Segura, que es la versión siglo XXI de estos títulos del pasado. Esos habitantes de dentro de un siglo llegarían a la conclusión de que el cine español solo consistió en historias de hombres feos, básicamente adolescentes de cuarenta o cincuenta años, perdidos en las tareas cotidianas como poner una lavadora o atender a sus hijos si su santa no está en casa, y señoras guapas, listas y neuróticas casadas, vete a saber por qué, con esos idiotas, metidos todos en enredos absurdos provocados por malentendidos y golpes de guion.
Por supuesto que ese cine acomodaticio, el que programa Cine de barrio, forma parte, con su demasiadas veces altísimo grado de sexismo, machirulismo, homofobia y caspa, de nuestra historia. Y en él trabajaron grandes actores y actrices. Y son de alto valor sociológico, aunque no tanto artístico. Y oye, a veces te ríes en un tarde perezosa y poco exigente. Pero es una pena que este tipo de producción oculte todo lo bueno, diferente y creativo que integra nuestra historia. Todos los relatos que se salen de la norma o que, dentro de ella, la estiran, la moldean y la rompen para ir más allá. Búsquenlas, no se las pierdan, disfrútenlas. Y asómbrense y admiren de que, incluso en épocas donde la libertad era un bien escaso, hubo quien encontró el modo de expresar su forma de contar el mundo y la vida a través del cine.