VALÈNCIA. Nueva York en los 70 y 80 atravesó una de sus etapas más decadentes. Unos años en los que, sin embargo, la vida para los jóvenes era asequible y, aunque vivieran en lugares ruinosos con trabajos precarios, muchos podían dedicarse a sus creaciones. Hoy, obtener autonomía personal no es tan sencillo, pese a que se supone que es una época más próspera. Luc Sante ha hablado en sus obras de aquellos días, de la ciudad que vio nacer el punk entre sus ruinas. A mí, cualquier imagen de ese lugar en esa época me resulta fascinante.
En esa búsqueda, di con el documental de Netflix La ciudad del miedo: Nueva York contra la mafia. Se trata de un relato sobre el ocaso de las cinco familias del hampa que dominaron los negocios de la ciudad hasta que un caso liderado por Rudy Giulani, entonces fiscal, acabó con sus líderes. Es un documento efectista, los relatos de los ex mafiosos parecen diálogos de película de Charles Bronson y se echa en falta más profundidad. No obstante, se ve muy a gusto por lo que estábamos comentando: las imágenes reales. Ver cómo eran esos días resulta hipnótico por todo lo que sabemos que ocurría simultáneamente entre esas calles.
Más allá de los pinchazos policiales y la dificultad de grabar y hacer seguimientos a los mafiosos, aparece un tema realmente interesante. Se trata del “Club del cemento”, una organización del delito en torno al ladrillo que resulta fascinante. Viene muy bien contada en el libro Five Families: The rise, decline and resurgente of America’s most powerful mafia empires, de Selwyn Raab y en Mobsters, Unions, and Feds: The Mafia and the American Labor Movement de James B. Jacobs.
Cualquier obra que se hiciera en Nueva York de más de dos millones de dólares, solo podía adjudicarse a seis empresas. El poder coercitivo de la “comisión” mafiosa que supervisaba los procesos era absoluto no solo por su capacidad para matar y secuestrar, sino porque también tenían en su poder toda la industria del cemento. Podían interrumpir cualquier obra cortando el suministro. El cemento es la sangre de la construcción. Esta asociación mafiosa en torno al cemento está considerada como el nivel más alto al que ha llegado el crimen organizado en Estados Unidos. El New York Times consideró que habían logrado inflar el precio de los contratos de construcción entre un 15 y un 70% y llevárselo. En aquella época, a principios de los 80, había proyectos por un valor de 2.500 millones de dólares en Manhattan.
Todo perfectamente repartido. Tanto, que durante el juicio, un empresario del cemento, James Costigan, explicó que al centrarse solamente en los contratos de más de dos millones de euros, la Cosa Nostra dejaba espacio para que comieran los demás. El interlocutor entre capos y empresarios para mantener el estado de las cosas era Ralph Scopo, que en una grabación de la policía aparecía reconociendo que su vida estaba siempre en peligro. Él nunca delataría a nadie, le explicaba a un empresario, pero si el FBI reparaba en él, los jefes estarían más a gusto sin ningún tipo de duda, esto es, acabando con él, como ya le había ocurrido a otros personajes del gremio constructor involucrados en chanchullos.
Scopo fue condenado a cien años de cárcel. Como personaje, sería muy cinematográfico. Sin embargo, existió de verdad y su biografía es apasionante. Incluso se nota que el documental se enamora un poco de él. Al introducirse en los sindicatos del cemento, logró muchísimo poder. Siendo un simple soldado, departía con los capos como uno más. Tenía el control de cuatro mil trabajadores, los empresarios le temían más que a los sicarios. Podía hundir cualquier negocio de la construcción con una llamada telefónica. Él tenía la bomba atómica.
Lo simpático, y sobre lo que no habla el documental, es que los hijos de Scopo, Ralph Jr. y Joseph, siguieron con el negocio mientras juzgaban a su padre. Al menos hasta 1987, cuando estalló una guerra entre familias y Joseph fue asesinado por John Pappa poco después de que su padre hubiera fallecido en prisión. Ralph Jr. fue detenido y pudo eludir los efectos del enfrentamiento entre mafiosos, mientras que Pappa fue detenido por este crimen en 1997. Para más toque cinematográfico, el FBI fue a por él durante una boda, él se atrincheró en el interior de la Iglesia, pero se rindió. Los agentes, cuando le fotografiaron en comisaría, se mofaron de que Pappa en la espalda llevase tatuado en italiano el lema: “Muerte antes que deshonor”.
Cuando Ralph Jr. salió a la calle, aunque había formado parte de una familia rival a la que dominaba ahora el negocio, fue de nuevo reclutado para manejar a los sindicatos. Después de todo este caso mediático, la familia Colombo siguió haciendo exactamente lo mismo que en los 80, pero en los 2000, una época dorada porque gracias a los bajos intereses hubo un boom de la construcción en Nueva York.
En 2005, con Los Soprano
ya bastante avanzados en televisión, Ralph y sus jefes se estaban enriqueciendo obscenamente con los 28.000 permisos que se dieron para la construcción de edificios residenciales. Luego quedó demostrado que Dino Tomassetti, cuya empresa construyó la Freedom Tower sobre los restos del World Trade Center, tuvo que pagar para poder entrar en el negocio del hormigón. Ralph Jr. fue detenido en 2006, pero todavía quedaba un Scopo más, Ralph Scopo III, que ya había sido posicionado en el sindicato en los ochenta.
Hasta 2011 estuvo funcionando el control de la construcción a través del cemento y los sindicatos, gracias a esta saga familiar. En ese momento, una última redada de la policía, la más grande de la historia hasta ese momento, detuvo a 126 mafiosos y colaboradores en toda la Costa Este. Y se supone que se acabó, lo que seguramente no haya sido así. En fin, encadenar lo de Netflix con unas lecturas selectivas, un verdadero placer. A veces está bien que un documental te deje a medias.