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LA PANTALLA GLOBAL

El Hombre Puma y otros súperheroes de chicha y nabo

Llega ‘X-Men: Apocalipsis’, una franquicia que arrasa en taquilla, muy lejos de los tiempos en que los justicieros iban en pijama

20/05/2016 - 

VALENCIA. En los últimos años, la gran mayoría de películas de superhéroes han coincidido en tres aspectos. Por un lado, son grandes producciones con vocación de blockbuster y la necesidad imperiosa de triunfar en taquilla, única manera de compensar la enorme inversión que realizan en toda clase de efectos pirotécnicos y digitales. Por otro, sus protagonistas poseen una turbulenta vida interior marcada por traumas del pasado, tragedias familiares y otras catástrofes emsupersonocionales, que les han convertido en seres taciturnos, que no paran de cuestionarse a sí mismos y su función en la sociedad. Y, finalmente, todas gozan de una recepción crítica al mismo nivel (a veces, incluso por encima) que el antaño reservado para el cine de autor. De hecho, no son pocas las que llevan la firma de directores que comenzaron su carrera en el entorno indie. Por ejemplo, Bryan Singer, responsable de X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse, 2016), que se dio a conocer con la sugestiva Public Access (1993), ganadora del Premio Especial del Jurado en el festival de Sundance.

Pero no siempre fue así. Hubo una época en que los trajes de los superhéroes no parecían de neopreno ajustado y marcaban pectoral y pezón, sino que se asemejaban bastante más a holgados pijamas. La crítica se tomaba a mofa aquellas películas de bajo presupuesto, herederas de los seriales y basadas en cómics que, para muchos sectores, representaban el escalón más bajo de la cultura popular. Y tampoco los efectos especiales permitían grandes proezas, por lo que el mero hecho de poner a un personaje surcando el cielo debía solventarse a base de ridículas transparencias. Con razón la publicidad de Superman (Richard Donner, 1978) se basaba en el eslogan “Creerás que un hombre puede volar”. Obvio: Hasta entonces no había alma cándida que lo creyera, ni siquiera echándole mucha imaginación. Fue, por cierto, la película que llevó a los superhéroes al mainstream, con un presupuesto de cuarenta millones de dólares, un director de renombre, que venía de triunfar con La profecía (The Omen, 1976), y un elenco que incluía actores tan respetados como Gene Hackman, Glenn Ford o Marlon Brando


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El gran éxito de la película generó diversas secuelas de interés decreciente, hasta que se produjo la reciente reformulación del personaje, adaptándolo a las coordenadas actuales, pero además provocó la aparición de decenas de clones de chicha y nabo que trataron de aprovecharse del tirón del hombre de acero. El más famoso fue Supersonic Man (1979), creación del inefable cineasta valenciano Juan Piquer Simón. Un delirante cruce entre Superman y Santo, el Enmascarado de Plata, procedente del espacio exterior, que toma apariencia de detective privado para salvar a la humanidad de las maldades del villano de turno. Pero atención, que si en España siempre hemos sabido aprovechar el éxito ajeno, en Italia no se quedan cortos. Y El Hombre-Puma (L’uomo-puma, Alberto de Martino, 1980) deja en mantillas a Supersonic Man. Nada menos que una semilla espacial es el origen de este superhéroe al que un inca con taparrabos descubre su identidad secreta.

Lo del origen extraterrestre es norma entre las películas de superhéroes cutres. Del espacio venía también Howard… Un nuevo héroe (Howard the Duck, Willard Huyck, 1986), un pato parlanchín, calentorro y mala sombra con origen gráfico, ya que fue creado en 1973 por Steve Gerber, Frank Brunner y Gene Colan para la revista Adventure into Fear, de Marvel. Debido a un error de un laboratorio espacial, el desagradable ánade (¡lo interpretaba un actor disfrazado!) llega a la Tierra, es acogido por una cantante de rock y acaba enfrentándose al Señor de las Tinieblas. El estrepitoso fracaso de taquilla que cosechó evitó a la humanidad tener que volver a verlo en una pantalla de cine

Pero el Superman de Richard Donner no tiene la culpa de todo. Antes de su llegada ya había desalmados productores en todo el mundo dispuestos a hacer negocio con el personaje. Por ejemplo, en México, que para algo es el hogar del ya citado Santo, Blue Demon y otros justicieros enmascarados, con más músculos que superpoderes, todo hay que decirlo. En 1946, Chano Urueta dirigió El superhombre, protagonizada por un periodista que se transforma en superhéroe… ¡Para cometer delitos! Luego, arrepentido, devuelve el dinero y todos contentos. No se llama Clark Kent, sino Genovevo, y es evidente que solo pasará a la historia del cine psicotrónico. Como otro mexicano que asaltó los cines unos años después: El super-flaco (Miguel M. Delgado, 1957). Esta vez el protagonista es Pompín (el cómico Alfonso Iglesias), un tipo que, para conseguir el amor de una mujer, decide convertirse en la hormiga atómica. Literalmente. Total, solo hay que inyectarse hormigacina para conseguirlo… Si les pica la curiosidad, el filme está íntegro en YouTube.

Aunque, para ser honestos, nadie como los orientales cuando se trata de superhéroes casposos. En Hong-Kong, los hermanos Shaw se pasaron décadas rodando cine barato, sobre todo de artes marciales, pero sin hacer ascos a otros géneros. Como el superheroico, por supuesto. La prueba es una película de título tan contradictorio como The Super Inframan (Hua Shan, 1975), un superhéroe biónico que salvará a la Tierra cuando el planeta se vea sumido en el caos más absoluto  causa de la salida a la superficie de una serie de horripilantes monstruos que anidaban en las profundidades del planeta. Ya, suena a H.P. Lovecraft, pero no se hagan ilusiones, transitamos terreno freak, y los bichos incluyen a un Hombre-Pulpo, un Hombre-Escarabajo y varios robots. Como Inframan no solo vuela, sino que además sabe kung-fu, podemos estar tranquilos (y reír a mandíbula batiente, por supuesto).

Cuando los superhéroes no eran cool

Tampoco hay que irse a buscar títulos exóticos alrededor del mundo para comprobar que los superhéroes no siempre fueron tomados tan en serio como ahora. El cine estadounidense está plagado de adaptaciones de los justicieros más famosos del cómic que se quedaron muy cerca de la parodia involuntaria. Sin ir más lejos, todos los que llevan copando las multisalas en los últimos años. Como el Capitán América, que ya protagonizó un serial en 1944 y fue llevado a la pantalla grande en 1990. Dirigía Albert Pyun, producía Menahem Golan (uno de los fundadores de la Cannon, la gran factoría de subproductos de los ochenta) y Matt Salinger encarnaba al protagonista. Efectivamente, nosotros tampoco sabemos qué fue del bueno de Salinger. Por eso hemos investigado un poco y, aparte de ratificar lo que sospechábamos (es decir, que nunca ha hecho nada relevante), nos hemos topado con él en Nadie quiere la noche (2015), lo último de Isabel Coixet. Seguro que las charlas en las pausas de rodaje debieron ser de lo más entretenidas... En fin, a lo que vamos: Que se enfrenta contra su eterno rival, Red Skull, y gana. ¡Sorpresa!

¿Y qué decir del Spiderman de 1977? Nadie recuerda tampoco a Nicholas Hammond, el tipo que se puso las mallas de hombre araña en la adaptación dirigida por E.W. Swackhamer, que ni siquiera llegó a los cines en Estados Unidos. La película es, en realidad, un episodio piloto televisivo que se estrenó en salas comerciales europeas, según cuenta Sergi Sánchez en El libro gordo de los superhéroes, un volumen de Midons Editorial aparecido en 1997 y que, como el lector habrá sospechado, ha sido de enorme utilidad en la redacción del presente texto. La precariedad de los efectos especiales y el nulo carisma del protagonista enterraron al personaje hasta que a Sam Raimi le dio por sacarlo del armario, quitarle el polvo y ponerle la cara de Tobey Maguire. La tecnología digital y los especialistas en marketing hicieron el resto. 

Spiderman no fue el único superhéroe del cómic que pasó por la televisión antes de llegar al cine. El caso de Batman es paradigmático, y todavía hay muchos aficionados que prefieren la versión del hombre murciélago popularizada por la serie de los años sesenta, con sus onomatopeyas y su delicioso aroma camp, antes que el tenebrismo acaramelado de Tim Burton, el orgullo gay de Joel Schumacher y el tenebrismo tenebroso de Christopher Nolan. Por no hablar de La Masa, el increíble Hulk catódico de finales de los setenta, encarnado por dos actores diferentes: Bill Bixby era el apocado científico y Lou Ferrigno, siempre rodado en contrapicado para que impusiera más, la bestia verde en que se convertía cuando se mosqueaba. Solo Dios sabe la cantidad de camisas que debieron romper en las cinco temporadas que duró la serie, creada por Kenneth Johnson.

Lo cierto es que cuanto más atrás se viaja en el tiempo, más encanto tienen las imágenes que nos devuelven a la ingenuidad primigenia de los superhéroes audiovisuales. Como el Capitán Marvel, protagonista de un divertido serial de 1941. O el científico de King of the Rocket Men, otro serial, en este caso de 1949, donde el personaje se enfundaba en una especie de traje-cohete y se enfrentaba con el malvado Doctor Vulcan (por cierto, que el tema de los mad doctors merecería capítulo aparte). El traje era tan rudimentario que solo constaba de cuatro mandos (Arriba, Abajo, Rápido y Despacio), y la serie se avanzaba a las películas de catástrofes con un final en el que Nueva York era destruida. 

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. La sofisticación de los efectos especiales permite hoy en día mostrar casi cualquier cosa en pantalla. La sociedad es menos ingenua. Las editoras de cómics se han convertido en grandes productoras. Las amenazas que preocupan a la sociedad han cambiado. Y el género superheroico ha crecido hasta mostrar plena consciencia de sí mismo y ser incluso capaz de mirarse con cierta ironía (eso sí, autocomplaciente), como demuestra Deadpool (Tim Miller, 2016), al mismo tiempo que no olvida de dónde viene, y de vez en cuando entrega una película a la vieja usanza, con aroma retro, como Ant-Man (Peyton Reed, 2015). Hay espacio para todo, siempre y cuando llegue de Estados Unidos y acompañado de una buena campaña publicitaria.

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