VALÈNCIA. La única mujer entre los miembros de El Paso o una de las figuras clave de la renovación plástica informalista de finales de la década de los cincuenta. Estos son algunos de los apellidos que han acompañado históricamente al nombre de la artista Juana Francés (Alicante, 1924-Madrid, 1990), una trayectoria resumida a golpe de titular que, sin embargo, desvela muchas más aristas cuando uno indaga en una producción en la que todavía hay mucho por descubrir. Con motivo del centenario de su nacimiento, el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) presenta en València una exposición que, tras su paso por la sede de Alcoy y el Centro Niemeyer de Avilés, busca ampliar ese relato en torno a la vida y obra de Juana Francés, una muestra comisariada por María Jesús Folch que ofrece una visión más intimista de su legado.
La exposición ha abierto sus puertas al público esta semana, aunque sin acto de inauguración, presentación a medios de comunicación ni actividades en torno a la misma, tras la suspensión general de la agenda decretada por la Conselleria de Cultura a causa de la tragedia de la Dana. “Debido a la tragedia originada por la Dana, en solidaridad con las víctimas, el IVAM cancela la inauguración de la exposición ‘Juana Francés’ y pospone las actividades programadas”, explican desde el museo en sus redes sociales, centro que, en todo caso, “en su vocación de servicio público”, mantiene sus puertas abiertas, como el resto de espacios expositivos de la ciudad.
Con todo, el arte sigue, y con él un proyecto expositivo que, aunque sin obviar esos titulares, esa parte más mediática de su carrera, se acerca a la obra de Juana Francés con una mirada que pone en valor lo íntimo, analizando las huellas documentales dibujadas por su archivo personal, y descubriendo parcelas inéditas de su trayectoria, como su participación en los poblados de Colonización, dirigidos por el arquitecto José Luis Fernández del Amo a partir de 1956, o su producción de dibujos informalistas realizados entre 1963 y 1979. La muestra también se detiene en examinar sus fuentes de inspiración, como la influencia que tuvieron sobre su obra la Generación del 98, el Teatro del Absurdo, el avance tecnológico e industrial y los viajes interestelares.
Más de un centenar de obras entre pintura, escultura, grabado y dibujo se reúnen en el museo, una selección que proviene de los cuatro centros de arte españoles que custodian su obra -el IVAM, el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos Pablo Serrano- además de otras colecciones privadas y públicas. Todas ellas dan forma a un relato global delimitado en dos paréntesis, un inicio y un final marcado por dos momentos históricos clave. En un primer momento, la posguerra española, unos primeros años de formación y producción en pleno franquismo en los que el academicismo decimonónico era la norma.
De esta primera etapa destacan sus maternidades o familias, sus figuras con paisajes que inundan todo el lienzo y un grupo de retratos femeninos en los que omite la boca, imágenes que remiten a la angustia e impotencia frente a un entorno hostil. Este hecho, precisamente, se conecta de manera directa con ese final de trayecto, ese paréntesis de cierre de la exposición, en la serie El hombre y la ciudad, en la que la boca queda sustituida por piezas mecánicas. En ella, inspirada por las numerosas obras de género distópico que proliferaron tras la Segunda Guerra Mundial, se nutre de relojes, engranajes, tornillos, enchufes o motores, desechos domésticos e industriales, para reflexionar sobre temas como la opresión y vigilancia ejercida por el poder político sobre el individuo, la sociedad de consumo o la alienación que supone el estrés del trabajo.
Entre estos dos paréntesis temáticos, que no cronológicos, una trayectoria en la que, sí, también hay espacio para el grupo El Paso, del que también formaron parte artistas como Antonio Saura, Manolo Millares, Rafael Canogar, Luis Feito o Pablo Serrano. Si bien solo llegó a participar en dos de sus exposiciones colectivas, abandonando el grupo de manera voluntaria, no fue poco relevante esta etapa en su trayectoria, marcada por la abstracción informalista y la incorporación de nuevos materiales en sus obras, como las arenas de río. Y de lo más mediático a lo íntimo, un baile constante en una muestra que también mira a su relación con el teatro, pues Juana Francés guardó en su archivo personal los programas de mano de obras de teatro experimental representadas en Madrid entre 1952 y 1970.
Los paisajes matéricos que realizó a partir de 1961, soportes repletos de objetos encontrados como piedras, trozos de ladrillo, monedas o botones, o la serie Fondos Submarinos, Cometas y Escudos, que realizó en la década de los ochenta y donde experimentó de nuevo con la materia y el gesto, son otros de los puntos clave de una exposición que reivindica el universo de una artista que, en un mundo dominado por hombres, logró exponer en el Guggenheim Museum de Nueva York, en varias Bienales de Venecia o en la Bienal de São Paulo, un universo que, desde lo mediático hasta lo íntimo, ahora se presenta en el IVAM.
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