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Han pasado 4 años desde el cierre del Colegio Mayor Lluís Vives, uno de los referentes de la música en directo durante el cambio de siglo en Valencia
VALENCIA. Auditorio Montaner, Colegio Mayor Luis Vives, en Valencia: 0 eventos. Así reza todavía uno de los múltiples epitafios digitales en un aglutinador de eventos de Internet. A día de hoy así es, tan crudo y desprovisto de todo misticismo, el vestigio online de una historia que, también en la existencia de carne y hueso, mereció un final mucho menos prosaico. La vida cultural del Colegio Mayor Luis Vives, especialmente la que coincidió con sus últimos 15 años de supervivencia, se ganó cierta épica en la despedida. Épica no concedida. Sólo es necesario pasear por Blasco Ibáñez y observar que la abrupta clausura del centro en 2012 ha tenido su correspondencia con la realidad en 2016; el centro, propiedad de la Universidad de Valencia, está en condiciones deplorables para la práctica de lo cultural, pero en perfectas para el rodaje de una película de Jaume Balagueró.
El 31 de julio de 2012 el Colegio Mayor Lluís Vives cerró puertas y bajó persianas (tal y como se puede observar hoy) “sin saber a ciencia cierta cuál es su futuro”, tal y como aparecía en su web; más de 4 años después, ninguna de las hipótesis, que en aquel momento basculaban entre albergar oficinas de la Universidad o abrirse a la participación privada, ha cristalizado. Después de medio siglo, el centro diseñado por Javier Goerlich en 1935 para la República e inaugurado por Francisco Franco en 1954 había proporcionado alojamiento a estudiantes y, de rebote pero con total merecimiento, se había convertido durante un tiempo en uno de los escasos oasis musicales de la ciudad. Especialmente en los casi diez años en los que Luis Puig (1998-2007), profesor de Didáctica Matemática de la Universidad de Valencia, estuvo al frente del centro, al que bautizó como el edificio herido en un artículo en la revista Arqtist por sus vaivenes históricos.
Desde 1998, momento en el que la justicia poética devolvió el laicismo a la biblioteca original que Goerlich se había visto obligado a sustituir por una capilla tras la Guerra Civil, el Auditorio Montaner inició su lento pero imparable conversión en lugar sagrado para el indie bien entendido. Tras asentar la programación en los últimos años del siglo XX, donde ya se contaba regularmente con figuras valencianas como Julio Bustamante o un joven Feliu Ventura, en 2000 el Colegio Mayor Lluís Vives empezó a construir su legado independiente a base de representantes nacionales e internacionales; el nuevo siglo cerró su estreno con visitas como las de las asturianas Nosoträsh o el desembarco británico casi consecutivo a cargo de Dakota Suite, Piano Magic y Sonic Boom (miembro fundador de Spacemen 3 y, hoy, productor de Panda Bear, MGMT o Triángulo de Amor Bizarro).
En sus mejores años, el Lluis Vives fue también un lugar de referencia para las bandas valencianas; de hecho, el último concierto en 2012 antes del cierre fue el de Gilbertástico. Desde 1999 pasaron por las instalaciones del colegio mayor Doctor Divago, La Habitación Roja, los extintos Polar, La Gran Esperanza Blanca, Caballero Reynaldo, Señor Mostaza, La Muñeca de Sal, Serpentina, Una Sonrisa Terrible, Senior i El Cor Brutal, Llum, Emma Get Wild o Ciudadano. ”No solo abría sus puertas a grandes bandas y artistas internacionales (muchos de ellos los pudimos ver por primera vez en directo allí)”, explica Jorge Pérez, Tórtel, entonces en Ciudadano: “en aquella época, 2007, poníamos música a una selección de imágenes de un Terrence Malick inspirado e inspirador que todavía no había perdido el oremus”.
“Recuerdo especialmente el de Dominique A en 2001: un repertorio brutal y una puesta en escena arrolladora para la que él solo, su guitarra y sus loops bastaban. Fue portentoso”, rememora el cantante, que destaca la figura de Puig: “se programaba con un gusto exquisito, gracias principalmente al tesón de su director, Luis Puig, un gran melómano”. Puig le otorgó resistencia cultural a aquel edificio herido que ya había sido resistente al Franquismo en tanto en cuanto nació como proyecto republicano. “La capilla dejará de utilizarse como tal y, en 1999, se convertirá en un auditorio, en el que a menudo ha sonado rock ’n’ roll, esa música del diablo”, escribe el propio Puig; él también fue el responsable de otros conciertos lejos del Luis Vives: por ejemplo, el de Godspeed You Black Emperor! en La Nau en 2002.
Además del favorito de Tórtel, por el Auditorio Montaner pasaron muchos más representantes internacionales de lo independiente. Thalia Zedek, Chris Bokaw, Xiu Xiu, Bart Davenport, CocoRosie (junto a Antony & The Johnsons en 2004, justo antes de I Am A Bird Now), Destroyer, Dent May, Final Fantasy o Damien Jurado son sólo una selección que seguramente no resumirá toda la historia musical de ese edificio que ahora se esconde tras los árboles. “Hay muchos conciertos memorables que se agolpan en la mollera cuando uno recuerda el Colegio Mayor Lluís Vives”, dice el periodista Carlos Pérez de Ziriza que, “a bote pronto”, se acuerda del propio Dominique A, The Hidden Cameras, Trash Can Sinatras y P.F. Sloan.
También recuerda lo que hizo Mark Eitzel en 2003. “Lo hizo como acostumbra a tocar cuando viaja en solitario, sin sus American Music Club: sin más compañía que su guitarra acústica y el magno puñado de canciones que deberían haberle convertido en una celebridad (si el mundo albergarse algo de cordura), y no en el músico de minorías que lleva siendo desde hace casi 30 años”. Pérez de Ziriza rescata su “recuerdo más vívido” en el auditorio, el del californiano “cantando a pelo, como si la vida le fuera en ello, entre las dos hileras de butacas”. Era algo que acostumbraban a hacer bastante músicos en el Auditorio Montaner, lo de abandonar el escenario para cantar entre el público; lo hizo también John Vanderslice en 2007, por ejemplo.
Del “hiperactivo” Vanderslice se acuerda, de rebote, José Ricardo March, periodista y profesor, y habitual de los conciertos en el colegio mayor. La trascendencia consolidada que a principios de este siglo empezaba a tener el Lluís Vives repercutía en que, al final de la carrera, hubiera músicos foráneos que repetían cada vez que visitaban el país. “Algunos de mis mejores recuerdos del Col·legi Major Lluís Vives están asociados a conciertos de Will Johnson”, reconoce March, que habla de su concierto de 2007 junto a Vanderslice.”Epiphone en mano, nos abrió camino a través de los intrincados senderos del americana más oscuro; recuerdo haber pensado entonces que no se me ocurría escenario más apropiado para escuchar las delicadas notas del tejano que aquella sala de aspecto monacal y espléndida acústica”, termina.
Esa no era su primera visita, ni la última, al Auditorio Montaner. En 2005 ya lo había hecho uno de sus grupos, South San Gabriel, y en 2010, con José María Goerlich siguiendo el camino de Puig, fue el turno de Centro-matic. “El concierto, menos minimalista y más ruidoso que el anterior, sacó a la luz toda la potencia de canciones como ‘Flashes and Cables’, una de las joyas del cancionero americano de los últimos años”, evoca March, que acaba recordando el último concierto que vio en el colegio clausurado: uno de los cuatro conciertos de Señor Mostaza en el Lluís Vives, el de 2011. “Aquella tarde de primavera Luis (Prado) tocó, además de sus siempre irónicas y divertidas canciones, una preciosa versión al piano de ‘She's a Rainbow’ que me sirvió para descubrir la época menos bluesera y más barroca de los Stones”.
“Sin lugar a dudas, todos los que disfrutamos de la música en directo echamos mucho de menos lo que sucedía en el fantástico Auditorio Montaner”, afirma Tórtel. “El recinto era perfecto para conciertos de aliento íntimo y sin muchos decibelios, y el respeto que la oscuridad de la sala y las butacas infundían entre el público derivaba en algo casi reverencial ante el músico de turno”; Carlos Pérez de Ziriza apunta a la condición de excepción del Auditorio Montaner para ponerlo en valor. “Desgraciadamente, como ocurre con tantas cosas en Valencia, durante un buen tiempo no hubo relevo para un recinto de esas características en la ciudad”, afirma, “aunque tanto los auditorios de La Rambleta como el de Las Naves, desde aforos mayores, están ahora procurando esa clase de disfrute”.
A los cerca de los 230 conciertos de pop-rock (como anuncia la lista publicada en la página oficial del CM Lluís Vives en Facebook, abandonada con rigor desde el cierre offline del centro) habría que añadir los de 140 de clásica. En total, más de 350 recitales en 13 años (y casi 600 películas, entre las que se cuentan las de las ediciones de Rockumental) sostienen el legado cultural de una sala que no tiene sucesora en tanto en cuanto el Lluís Vives ostentaba esa inclinación pública por alejarse de la rentabilidad que sólo se echa de menos cuando alguien la privatiza. “No sería deseable que el edificio sufriera ahora nuevas heridas a manos del capitalismo sin freno, cuando están restañadas, gracias al trabajo y la lucha de tantos universitarios, las producidas durante los años negros del Franquismo”. Cuatro años después del cierre, aún no queda claro si el deseo de Luis Puig se cumplirá.