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HISTORIAS DE CINE

‘El mal que hacen los hombres’: Abandonad cualquier esperanza

El catalán Ramon Térmens firma un ‘thriller’ desasosegante a partir de un guión de Daniel Faraldo

19/02/2016 - 

VALENCIA. Serán 36 cines, 36 disparos, 36 oportunidades. Este viernes llega a las carteleras españolas El mal que hacen los hombres, un largometraje que tiene mucho de aventura artística. La película, que toma su título de una cita de Julio César de Shakespeare (“¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente enterrado con sus huesos!”), es la cuarta obra del joven cineasta catalán Ramon Térmens, la segunda que realiza con su productora, y le confirma como una de las promesas más firmes del cine nacional. En el inicio de su carrera, el autor de Joves (2004) o Catalunya über alles! (2011) ha dado una nueva vuelta de tuerca con un largometraje diferente, intenso, especial.

El mal que hacen los hombres, que se exhibirá en Valencia sólo en los MN4 de Alfafar, retrata el mundo de los sicarios de los carteles mexicanos y, como bromeaba el propio Térmens en el preestreno en los cines Lys, es uno de los contados largometrajes que puede presumir de haber reflejado México siendo filmado en Cataluña, sino el único. Trabajo en la línea de otras producciones nacionales como El desconocido (Dani de la Torre, 2015), la película de Térmens mira la condición humana desde los códigos del género, una fórmula que tan buenos resultados ha dado al cine español en los últimos años, pero que pese a eso sigue siendo minoritaria. En este caso, El mal que hace los hombres se adentra en un universo que recientemente hemos visto en películas como Sicario(Denis Villeneuve, 2015) o en series como Breaking Bad o las dedicadas a Pablo Escobar, Narcos, que se puede contemplar en Netflix, o la colombiana Pablo Escobar, el patrón del mal, disponible en Movistar TV. Con todo, sus resultados tienen más en común con producciones europeas como la meritoria Calabria (Francesco Munzi, 2014), por su carácter alegórico. 

Obra de aire teatral en el mejor sentido de la palabra, la película se apoya en su elenco, el cual borda en la mayoría de los casos sus papeles. Rodada en inglés, El mal que hacen los hombres tiene su columna vertebral en el trabajo de Daniel Faraldo, quien ya había colaborado con Térmens en Negro Buenos Aires y Catalunya über alles. Guionista también del filme, Faraldo encarna a Santiago, el protagonista principal y casi absoluto. Junto a Faraldo sobresale un Sergio Peris-Mencheta especialmente destacado. El actor aprovecha todas y cada una de las oportunidades que le proporciona su personaje, acento mexicano incluido, algo que podrán comprobar quienes la visionen en versión original. Completan el reparto el estadounidense Andrew Tarbet como Benny, la niña Priscilla Delgado como Marina, el hallazgo de la película, y un reducido grupo de secundarios que incluye a Nikol Kollars y José Sefami. Todos ellos participan en este baile coral, tan macabro como una danza de la muerte.


El mal que hacen los hombres surgió como tal durante unos premios Gaudí. Faraldo había acudido a Barcelona para participar en la gala y antes y después de los premios quedó para hablar con Térmens de nuevos proyectos. En estas reuniones le comentó que le interesaba mucho “el contar en una historia desde el punto de vista de un criminal”. Entonces le habló a Térmens de cómo le había impresionado la obra de Harold PinterEl montaplatos (1957). En ella se narra la historia de dos asesinos a sueldo que aguardan en un sótano a que les sea asignada su siguiente misión. Térmens por su parte le mencionó cómo le había impresionado la novela El poder del perro, un libro de Don Winslow que retrata la guerra contra las drogas.

De la combinación de estos dos intereses surgió el planteamiento que Faraldo comenzó a desarrollar: un asesino y un médico al servicio del cartel mexicano de la droga, esperando a una orden de su jefe. El catalizador de la historia lo sugirió Térmens: ¿qué sucedería si la nueva misión de estos sicarios es una niña? “Ahí me cayó”, rememora Faraldo; “no me digas más, le dije, y me puse a trabajar”. Ya durante la redacción del guión, Faraldo encontró de manera casi inconsciente el cuarto componente de la receta: la obra de teatro de Samuel Beckett Esperando a Godot. Del mismo modo que Vladimir y Estragón esperan a Godot, los personajes de Santiago y Benny esperan a Lucho, su dios, cruel y despiadado, que pronto les enviará a su emisario, Martín, el personaje de Peris–Mencheta, con el encargo maldito: custodiar y después descuartizar a la hija de un narco rival.

El argumento, de por sí poderoso, se vio condicionado y potenciado por un elemento que se ha devenido fundamental: el espacio. A raíz de un comentario de un familiar suyo, Térmens tuvo conocimiento de que la histórica fábrica de Derbi iba a ser demolida en cuestión de meses. Como hiciera Kubrick en La chaqueta metálica (1987) cuando rodó en un complejo de edificios que iba a ser derruido, Térmens y Faraldo adecuaron el relato a su escenario, en una transformación que les resultó fácil y natural. “Caminando por allí te das cuenta de que las paredes te hablan. Te encontrabas cosas extrañísimas, como una botella de mercurio…”, recuerda Faraldo; “una botella de mercurio…”, insiste con los ojos abiertos.

Curiosamente, el decorado da una pista falsa. Al tratarse de una nave, una visión somera ha hecho que se confunda con una suerte de homenaje a Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992). Así lo sugirió el propio Térmens durante la presentación del rodaje, algo de lo que ahora se arrepiente. “Fue lo primero que dije y se quedó. Además, es un topicazo porque cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que no se parecen en nada [ambas películas]”, explica. Y es que si se profundiza en el largometraje de Tarantino, se ve su mensaje de corte hawksiano sobre la lealtad, la amistad, la profesionalidad; en cambio El mal que hacen los hombres versa más sobre los dilemas morales de los asesinos y mira más, por ejemplo, a John Ford, a Fort Apache (1948), al personaje de Henry Fonda, monolítico, que cambia al final del relato, como ocurre con el Santiago que encarna Faraldo quien sólo reaccionará cuando quizás es ya demasiado tarde.

Haciendo de la necesidad virtud, en apenas 21 días de rodaje y sin apenas presupuesto (talón de Aquiles de la película; la falta de medios estropea algunas secuencias clave), consiguieron construir su metáfora en la que el entorno se convierte en otro personaje. Así, el polígono industrial, rodeado por una carpa religiosa, montañas de grava y con un único puesto de comidas como todo asidero a la vida normal, se transforma en el espacio único en el que transcurre todo el drama del personaje principal, quien mutará de asesino a héroe. Esta evolución se narra a la manera clásica a través de tres actos: Uno primero, de presentación, sosegado, en el que la violencia subyace y emerge de manera sorpresiva; un segundo, con la presencia de la niña y, sobre todo, de Peris–Mencheta, en su mejor papel cinematográfico hasta la fecha, que desazona y empuja al espectador a mirar al abismo; y un tercero, donde la violencia final se desencadena de una manera inevitable y brutal y donde, ahora sí, se pueden percibir ciertos ecos del Tarantino más sanguinolento. Todo ello narrado con la pasión de la novela pulp, haciendo de la necesidad virtud, y aprovechando hasta la última esquina de una nave que, tal y como dice Térmens, “estaba condenada, como los personajes”.

Pese a su brutalidad, El mal que hacen los hombres no se deja llevar por vericuetos excesivos sino que se mantiene en una tensa contención. Así, tras estudiar el mundo de los sicarios, Faraldo llegó a la conclusión que no tenía cabida en este microcosmos abusos sobre la niña, más allá de la cruel ejecución, ya que son personas muy religiosas (incongruencias del mundo criminal y sus códigos). Ese comportamiento, esa peculiar ética queda reflejada en el filme y le dota de un nervio singular, acentuado por las secuencias filmadas cámara en mano. Igualmente, un único flashback, narrativamente hablando impecable, da la clave de estos personajes abocados a la violencia por sus circunstancias. Y frente a ellos, el tándem Térmens-Faraldo contrapone la fría crueldad del rol de Santiago, que tan bien interpreta Peris-Mencheta, el cual se convierte en la quintaesencia del mal; un personaje que podría haber firmado Cormac McCarthy y que, paradojas del cine, le llegó a Peris-Mencheta después de que lo rechazara Óscar Jaenada. Con su brillante final irónico, El mal que hacen los hombres se yergue como un verso suelto, una flor singular en el panorama nacional que merece ser preservada, y que supone una nueva muesca del cine español en el thriller

Daniel Faraldo, como Santiago, en ‘El mal que hacen los hombres’.

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