Hay programas y series que han hecho posible que no concibamos ver la televisión sin tener el móvil a mano para compartir nuestra opinión en las redes. Esta magia viral comporta un cambio latente en la forma de consumir la televisión tradicional.
VALÈNCIA. En 1990 se emitió el polémico último episodio de la primera temporada de Twin Peaks. La mítica serie que ahora ha renacido de las manos de David Lynch dejó un regusto amargo en los espectadores de la época que, hartos de los trapicheos y juegos de magia de su creador, dejaron comentarios indignados en la centralita de la recién nacida Telecinco, el equivalente de los noventa a lo que ahora serían avalanchas de tweets rabiosos, con el nacimiento de algún que otro troll.
Pero el tiempo pasa. Ya no llamamos a cadenas de televisión para quejarnos por el último capítulo de Puente viejo. La rutina de ver series y realities ha cambiado como si fuera un episodio blandito de Black Mirror. Ya no es sofá y mantita, es sofá, mantita y móvil preparado en la mano para ser el primero en escribir un tweet con lo que acaba de decir el de la cita de turno de First Dates. Los nuevos duelos del oeste. El que antes le da a “enviar tweet” es el nuevo sheriff del pueblo. Es una costumbre adictiva que va cogiendo forma cuanta más gente participa, cuantos más seguidores del programa dan su opinión o cuantos más tuiteros publican algo tan gracioso como para atragantarse con el chocolate de medianoche. Porque ver la televisión sin comentar al momento lo que sucede, es de señores.
Los programas son conscientes de esta nueva forma de sentirse parte de un colectivo y anuncian directamente su hashtag en alguna esquinita de la pantalla, dando por hecho que una parte de la atención del espectador va a ir directa a su preciado smartphone. Se alude al que está tumbado en el sofá de su casa y se le invita a que forme parte de la gran fiesta del retuit.
Así, mientras en la mayoría de situaciones sociales se considera de mala educación sacar el móvil y empezar a escribir tweets, la experiencia de la retransmisión en directo de una serie o programa es justo lo contrario. El Ministerio del Tiempo, por ejemplo, cuenta con uno de los fandoms más activos, tiene su propio ejército de seguidores enamorados de todos y cada uno de sus personajes, y este bullicio de amor y encumbramiento de la ciencia ficción se refleja en sus redes de una manera apabullante. Con el hashtag anunciado con antelación y la cuenta oficial aportando su granito de arena con gifs retuiteados hasta el ahogo, la marabunta de comentarios la noche de emisión es capaz de sepultar cualquier otro tema que se atreva a asomar la cabecita. Y, desde luego, destripa el argumento al pobre iluso que se lo hubiera dejado para otro día y haya entrado en Twitter por una infeliz casualidad.
El punto álgido de este fenómeno se produce en los eventos multitudinarios televisados a nivel mundial, como las Olimpiadas o Eurovisión, una mina de oro, cuna de memes y generador de infinitos comentarios en redes sociales durante su atronador directo.
Las redes sociales actúan como un portal que redescubre al millennial una forma diferente de consumir la televisión tradicional. El espectro de entre 17 y 35 años ha acampado en el universo de la televisión a la carta con plataformas tan fructíferas como Netflix y sus maratones titánicos, consumidos de forma rápida e individual. Teresa Díez Recio, directora de estrategia digital en Zeppelin TV, explica que, gracias a los comentarios en directo en redes, este tipo de público se abre a estos programas y puede acceder a la televisión tradicional. “Los formatos que son interactivos favorecen que el público más joven y más digital entre de una forma más fácil”, aunque, comenta, no existe una relación directa con el aumento de audiencia.
Así, Díez Recio desmiente la teoría que poco a poco se ha ido extendiendo de que la televisión se está muriendo. El directo y la participación se convierten en “un valor añadido a la televisión tradicional que no tiene Netflix” y esta enorme interactividad acaba generando un juego de retroalimentación. “Twitter está lleno de guionistas en potencia que hacen que sea más divertido seguir el programa en redes que por televisión.” Ahora, las redes se han convertido un medio paralelo.
Para los seguidores del programa es fácil que, comentándolo cada semana, se cree un sentimiento de comunidad y de cariño, con el factor del entretenimiento jugando un papel importante. Sin embargo, no todo son unicornios y arcoiris en el flamante mundo de las redes sociales. En lo que respecta a las series, nos encontramos de cara con el gran enemigo común: el spoiler. Digamos que si un spoiler fuera una persona, sería ese villano animado con capa negra que crece de entre las sombras con una risa malvada y aúlla, con una voz gutural, quién ha sido el personaje que ha muerto esta semana en Juego de Tronos.
En general, no importa encontrar al día siguiente en la página de turno quién ha sido el último expulsado de Supervivientes o quién hirió los sentimientos culinarios de Jordi Cruz con un plato nauseabundo anoche en Masterchef. Pero nadie quiere saber a quién le ha abierto la cabeza Negan en el primer episodio de The Walking Dead. Es entonces cuando nuestro amigo el hashtag juega en contra de los pobres fans. A la mañana siguiente del estreno de una serie americana, el nombre del personaje muerto en el último episodio ya corona los trending topics mundiales, listo para estropear la temporada a quien ojea Twitter mientras bebe el café matutino.
Pero hay vida más allá del spoiler. La integración del espectador de una manera virtual es una de las opciones que ofrece la explotación en profundidad de las redes sociales. Skam, una serie adolescente noruega, ofrece una dimensión distinta de la relación entre las redes y el producto audiovisual. Utiliza Twitter o Facebook como si sus tramas de juventud repletas de sexo, drogas o religión sucedieran en la realidad, y a través de Facebook o Twitter avanza el argumento sin destriparlo. Las conversaciones de sus personajes en WhatsApp o las fotos en sus perfiles de Instagram brotan en tiempo real a lo largo de la semana después del episodio, como una extensión del mismo con la que saber qué está pasando en sus vidas más allá del capítulo.
Skam difumina los límites entre la ficción y la realidad a través de las redes sociales y el espectador se sumerge de una forma más profunda en la historia de los personajes, como un voyeur digital. Viendo esto, qué no habrían dado en 1990 los espectadores de Twin Peaks por ver la última foto de Instagram de Laura Palmer.