Protagonistas en novelas como Los guapos o Lejos de todo, El Saler se ha convertido en el espacio valenciano donde más historias nacen, casi todas ellas ligadas a hechos pocos previsibles
VALÈNCIA. Decir que El Saler está de moda sería hacerle un flaco favor a El Saler. Todo está de moda, cualquier ciudad dice estarlo. Les mueve su desesperación por captar la atención, el miedo a la obsolescencia. El Saler es otra cosa. No habita en un tiempo determinado. Sus coordenadas tampoco parecen importar demasiado. En cambio, cada vez ocupan más espacio en las páginas de las novelas que leemos. En casi todas con un patrón común: el intento de desencriptar qué hay detrás de El Saler, el porqué de su fascinación. Cómo un lugar que está tan cerca puede estar a la vez tan lejos.
En su nueva novela Los guapos (Ed.Anagram) Esther García Llovet plasma bien esa dicotomía entre lo que está dentro y fuera, cerca y lejos, cotidiano y remoto:
“Lejos de las cosas rápidas, de los semáforos, los megapíxeles, los hologramas, aquí con toda esta vegetación y esta naturaleza desbordante, milenaria, caliente, en sitios crudos donde parece que no va a pasar nada nuevo nunca, es aquí, sí, en medio de lo salvaje, donde en realidad empieza el futuro”.
“Los campos de alrededor están intactos, al fondo hay una chimenea de ladrillo industrial, una de tantas del paisaje de la Albufera, y mucho más a lo lejos se recorta la ciudad de Valencia como un enorme crucero encallado”.
Lejos, lejos, lejos. La misma casualidad (debe ser otra cosa) que hace que para el escritor y periodista musical Rafa Cervera el Saler se convierta en un personaje más de su novela Lejos de todo (Ed.Jekyll&Jill). Ya se sabe: el destino que eligió un ficticio David Bowie para apartarse del mundo.
Es extraño que el Saler se sienta lejos estando tan cerca, pero es posible que sea justo esa distancia -hacia un limbo- lo que provoque que sea el punto más adecuado para canalizar buenas historias literarias. Un lugar donde ponerse de lado, esconderse, camuflarse del mundo, pero al mismo tiempo verlo allí al fondo.
Traslado a Cervera y a García Llovet justo esa misma inquietud. Por qué para ellos debía ser el Saler.
Esther García Llovet: “El Saler es un sitio inventado. Un parque temático. Es imposible que un parque natural a quince minutos del centro de una ciudad sea tan bestia y tan antiguo y a la vez tiene algo de videojuego con miles de posibilidades y senderos y caminos. Me parece maravilloso que tenga además el mar tan cerca de la pinada, es muy mágico, muy irreal, a mí me genera mil historias, quizás porque parece que no se acaba nunca y tengo la sensación a veces de que no hay nadie o peor, de que hay ‘alguien’. ¡Hagamos un True Detective en El Saler ya!”.
Rafa Cervera: “Simone Weill decía que la naturaleza tiene el poder de empujarnos a amar lo que nos rodea, “aun cuando está hecha de materia bruta, inerte, muda y sorda”. El Saler me atrae porque me lleva a pensar que habito en uno de esos territorios imaginarios de la literatura que me recuerdan a los que inventaba cuando era un niño. Para mí, es el punto exacto en el que la realidad se transforma en ficción. Es prácticamente un personaje más de mi primera novela, Lejos de todo, porque el paisaje de las playas y las pinadas es el escenario donde transcurre buena parte de la historia. Estaba presente también, aunque en menor medida, en Porque ya no queda tiempo, y luego volvió a ser fundamental en Canción para hombres grandes; la parte final de esa novela está de nuevo muy vinculada a estos personajes, la naturaleza de El Saler y L’Albufera me ayudaron a expresar con más contundencia ciertas emociones. Me gusta pensar que El Saler tiene la culpa de que haya elementos de la novela gótica en mis historias. Contiene un paisaje que es a la vez hermoso y aterrador, que alberga misterios. Es la metáfora de las pasiones de mis personajes y, por lo tanto, de las mías. Creo que sé lo que sentía Emily Brontë cuando, desde la ventana de su habitación, contemplaba el paisaje que rodeaba su casa antes de ponerse a escribir. El Saler tiene la misma fuerza inexplicable que los páramos de Yorkshire. Se trata de un terreno silencioso, solitario en el que apenas hay gente, un lugar en el que, si se presta la debida atención, lo inusual se abre paso de la manera más inesperada”.