Ian McKellen y Patrick Stewart también reivindican al dramaturgo inglés estos días en el West End londinense
VALENCIA. La abstención en procesos cruciales como la paz en Colombia, las reiteradas elecciones generales en España, el Brexit… todas las contrariedades contemporáneas conducen a Harold Pinter. El dramaturgo inglés, fallecido en 2008, denunciaba en su teatro la conversión del individuo en un ser pasivo frente a la realidad social. Desafortunadamente, sus textos, escritos en un contexto histórico y político distinto, son perfectamente extrapolables a la actualidad.
Cuando el secretario de la Academia Sueca anunció el Premio Nobel de Literatura 2005, lo definió como un artista “que en sus obras descubre el precipicio bajo la charla cotidiana y fuerza la entrada en los espacios cerrados de la opresión”. Así, sus textos han de leerse de manera metafórica y asimilarlos al pan nuestro de cada día. El pan de los suyos fueron el abuso del poder estatal en casos como la tiranía practicada con los kurdos en Turquía o el bombardeo de Serbia por parte de la OTAN.
El próximo 19 de octubre, el Teatro Rialto acoge el estreno de Escuela nocturna a cargo de La Pavana, una obra, que en el fondo, habla de la subyugación.
“Dentro del acervo de este autor comprometido y reivindicativo, cualquier obra resulta interesante, pero ésta en concreto me interesó por la tipología de los personajes y por lo que relata a nivel social: la mentira y el juego sucio en un estrato donde las relaciones se hallan muy deterioradas como consecuencia de la incultura, de la manipulación y de la necesidad de supervivencia”, destaca el responsable de la versión y dirección, Rafael Calatayud.
El relato parte de una situación incómoda. Un delincuente sale de prisión y al regresar a la que era su casa, encuentra que una mujer que afirma ser maestra ha ocupado su habitación. A partir de este desencuentro, arranca una historia de misterio, que, en palabras del director valenciano, “pone de manifiesto que la pobreza no sólo es una situación de necesidad económica sino un estigma social que causa que se actúe de una manera determinada”.
El hecho de que Escuela nocturna fuera originariamente escrita para la radio y la televisión le ha permitido a Calatayud tomarse una licencia para alargar el texto. De esta forma, el montaje arranca con una abertura en la que los personajes están grabando un programa radiofónico.
La brevedad de esta pieza temprana ha derivado en que no sea una de las más representadas ni celebradas del inglés, como puedan serlo El montaplatos, Traición o Retorno al hogar, pero comprende los rasgos de su escritura personal, “caracterizada por dejar incógnitas, jugar con el misterio, con los silencios y las pausas”, destaca Calatayud.
La escritura del poeta, guionista, actor y activista político proveyó a la lengua de Shakespeare de un nuevo término y de una nueva expresión. Esto es, la palabra pinteresque para aludir a las situaciones de amenaza en sus tramas, y la pausa Pinter, que hace referencia a los largos y tensos silencios en los que incurren algunos de sus personajes cuando evitan abordar cuestiones significativas en la conversación.
“Pinter marca deliberadamente esa parada, y has de respetarla, porque el diálogo te lleva inevitablemente en su organicidad hacia la pausa. Dentro de la fluidez de la conversación se alcanza un clímax en el que el actor desconecta de la palabra para pasar a un silencio”, describe el director de La Pavana.
La llamada Pinter pause se subdivide en tres tipos de altos en la conversación de los actores: beat, que es un golpe de silencio instantáneo que se prolonga dos segundos; pause, de más larga duración y efecto de perplejidad, y la más larga, que es un silencio que ha de crear nerviosismo, pero no tanto en los actores como en el espectador, que ha que ser consciente de que ese silencio se produce para crear misterio. En esos casos, la audiencia no sabe si la escena ha acabado o va a continuar.
“En esas pausas hay mucha reflexión interna de cada personaje y conducen al espectador a cierta incertidumbre, porque al no saber qué va a pasar, quedan situados al borde del abismo”, explica Calatayud.
El más original de los escritores británicos surgidos tras la II Guerra Mundial creó una nueva atmósfera en los escenarios, cargada de intimidación, opacidad y enigma a partir de escatimar información a la audiencia. Lo no dicho se convertía en el subtexto de la narración.
“Pinter busca la complicidad del espectador, de manera que descubra la realidad, como si del autor se tratara, a medida que se representa en escena. Cuando en una de sus obras sabemos lo que va a pasar dos minutos antes de que suceda, es que está mal montada”, afirma Juan Vicente Martínez Luciano, que en 2007 asumió la traducción de Un ligero malestar y La última copa, representadas el Teatro Español de Madrid.
El dramaturgo inglés tan sólo escribió 28 piezas, de las que algunas no llegan a las 10 páginas. “Y si no se prodigó en la escritura dramática fue porque lo que tenía que decir lo dejó dicho en esa concisa producción teatral y en su quehacer diario de textos poéticos y políticos”, aclara el alicantino, que ejerce de profesor de Teatro Contemporáneo en Lengua Inglesa.
Bajo su parecer, el dramaturgo no es un discípulo de Becket, como a menudo se asevera, ya que no practicó el teatro del absurdo. “Pinter no escribió comedia, si acaso comedia de amenaza, de la que es un buen ejemplo Escuela nocturna. En esta modalidad, el espectador no puede reír porque se siente amenazado por los personajes y lo que sucede en escena. Sus textos hablan de violencia, de opresión y de tortura, de modo que como mucho provocan una sonrisa nerviosa”.
La etapa a la que pertenece la obra que hasta el 30 de octubre se representará en el Rialto arrancó con La habitación y se prolongó durante toda la década de los sesenta. La otra modalidad dramatúrgica practicada por el Premio Nobel 2005 fue el teatro político. A este periodo pertenece En tierra de nadie, que estos días se representa en el West End londinense.
Sus protagonistas, Ian McKellen y Patrick Stewart, conocidos del gran público por sus papeles de Magneto y el profesor Xavier en la franquicia de X Men, son, sin embargo, respetados caballeros de las tablas.
En principio, Sir McKellen se sintió inhibido por el proyecto, ya que en 1975 se encontraba entre el público que asistió al primer montaje de la obra. “Pinter era el gran dramaturgo del momento y cada nueva obra era un gran evento que inevitablemente contaba con uno o dos actores distinguidos”, relataba al periódico Evening Chronicle. En la piel del personaje que ahora interpreta, Spooner, se hallaba John Gielgud, y el actor inglés temía no poder aportar nada que no hubiera aportado ya su antecesor.
Sin embargo, finalmente superó los nervios y se embarcó en la gira que le vuelve a reencontrar con su viejo amigo Stewart, con el que ya había compartido Esperando a Godot.
El intérprete inmortalizado en el cine como Gandalf, quita hierro al carácter críptico de sus textos. “Sus personajes adoran hablar. Tienen el don de la charla. Como también los de Shakespeare y Bernard Shaw”.
Palabras mayores de la historia del teatro. También lo opina así Martínez Luciano: “Pinter es, sin ningún género de dudas, el autor teatral del siglo XX, tanto por la calidad de su obra como por la concepción de nuevos lenguajes dramáticos, así como por la inteligencia en la creación del texto y de los personajes y la capacidad para condensar el mensaje que transmite”.