VALÈNCIA. Cerca de las 18:30 de la tarde, cuando queda una hora para que comience la presentación del libro, una cola de personas inunda la calle Dénia. Están esperando impacientes, con el último poemario de Luis García Montero en la mano, a que se abran las puertas de la Sala Russafa.
Dentro, el poeta pasea por la caja escénica sin saber del barullo de fuera. Habrá gente que se quede sin asiento, y el motivo no es el morbo, sino el cariño de cientos de lectores y lectoras de Almudena Grandes y de él. La primera pregunta, fuera de micrófono es cómo se prepara ante la oleada de gente: “bueno, intentando permanecer tranquilo y que no me sobrepase la emoción”.
Un año y tres meses, el relato de los meses que pasaron desde el diagnóstico hasta el fallecimiento de la escritora Almudena Grandes, sí que sobrepasa a quien lo atraviese leyendo. Una ventana, no solo a un proceso doloroso que sus respectivas comunidades lectoras hicieron suyo también, sino un despliegue de cómo el lenguaje puede retratar algo tan crudo como la muerte y no ser superada por ella.
En esos momentos previos a la apertura de puertas, García Montero atiende unos minutos a Culturplaza.
- Muchos medios de comunicación te han pedido muchas entrevistas casi desde el mismo día del fallecimiento de Almudena Grandes, pero supongo que esta es otra fase: la del encontrarte con el cariño del público, con lectores tuyos y también de Almudena. ¿Cómo está siendo?
- Este es un libro, como te puedes imaginar, que me resultaba muy difícil de escribir, pero también era muy necesario: a través de la poesía es como podía era como podía encontrar las respuestas a qué es lo que me pasa y al vacío que dejó el sentido de pertenencia después de una pérdida tan radical. La poesía siempre es una apuesta para pasar del yo más encerrado, más biográfico, a un yo trascendente donde esté el lector, porque lo que hablas no es solo de lo tuyo propio, sino también del ser humano. Y entonces, hablas de la muerte o del amor, no como el desahogo de un dolor, sino como una meditación sobre la condición humana, donde el amor y la muerte tienen un papel fundamental.
En ese sentido, la compañía de los lectores es doble porque, por una parte, es la función de la poesía y de la literatura llegar a formar parte de la educación sentimental de la gente. Que cuando hable del amor no sea un desahogo biográfico con el que pienses solo lo enamorado que estaba este hombre, sino que cada cual piense en su propia experiencia amorosa o en su propia experiencia de la pérdida. Además de eso, en una situación vital difícil, la compañía es muy necesaria porque es una forma de consuelo. Y sobre todo, cuando buena parte de esa compañía se debe al respeto y al cariño que levantaba una figura como la de Almudena, pues lo agradeces más. Es una manera de compartir el dolor con la gente.
- Fueron meses de respetar mucho la intimidad de lo que estaba sucediendo, y de repente nos encontramos con un libro que no solamente habla del proceso, sino que lo hace de una manera muy física, que desvela casi el último rincón de vuestra intimidad y del dolor.
- Durante la enfermedad teníamos un ámbito de intimidad muy vigilada. Después te das cuenta que la literatura sirve para poner la mirada en las cosas importantes, y que, además, la poesía siempre ha sido un ejercicio de conocimiento donde se accede a lo más profundo del ser humano meditando sobre la intimidad en lo público, publicando la intimidad.
Vivimos en un mundo muy marcado por redes sociales donde el ejercicio entre la intimidad y lo público es inmediato, y yo creo que la poesía enseña a aprovechar lo bueno de esas posibilidades y a huir de lo malo.
Toda experiencia de conocimiento de la historia se encarna en un ser humano. Las verdades abstractas solo funcionan cuando se viven. Y me refiero a verdades políticas, a verdades de tradiciones culturales, a vidas nacionales… Solo cuando se encarnan en las personas tienen sentido. Bueno, pues ese ejercicio poético entre la intimidad y lo público es importante.
Ahora bien, los peligros son muchos: el patetismo, la mentira, la cursilería, el fanatismo, el fundamentalismo, los bajos instintos, el odio… Cuando se pierde el pudor es todo muy peligroso, y la poesía es un espacio que nació junto al pudor porque tenía que hablar con dignidad (y en dignidad) en público de lo más íntimo.
- Te quería preguntar por una obsesión que tenemos muchos lectores tuyos y también de Almudena, que es vuestra relación con la ciudad. Incluso en estos poemas, que están arrollados por temas universales como el amor o la muerte, la ciudad sigue estando muy presente. Y cuando el taxista os lleva a casa desde el hospital, estáis observando una ciudad que se transforma con vosotros.
- La ciudad es la representación exterior de tu educación sentimental. A mí me pasa con Granada y a ella con Madrid, y es inseparable una meditación sobre la ciudad y una meditación sobre uno mismo. Y los paseos tienen sentido, y cuando cambian las cosas, pues hay, por una parte, matices nuevos: no es lo mismo pasear por Madrid en una situación normal que pasear por prescripción médica para mantener la resistencia cuando te están dando la quimioterapia. La vida se llena de detalles.
Pero esos detalles te devuelven a tu memoria, a tu propio pasado y a tu propia identidad. Y, en ese sentido, era inevitable pensar en el Madrid sobre el que había escrito Almudena en tantas novelas: el Madrid de la Guerra Civil, de la resistencia contra el nazismo, contra el fascismo, contra el franquismo, donde las palabras resistencia y esperanza eran muy importantes. No se trata de ser optimistas de manera ingenua, pero uno sabe que hay convicciones a las que no puede renunciar; y aunque sea difícil la victoria, las convicciones están ahí, y renunciar a ellas sería traicionarse a uno mismo. Mientras hay una convicción, pues hay una esperanza. De pronto las cosas pueden cambiar; y en ese sentido, salir del hospital, en un momento ya muy difícil, e ir recorriendo la ciudad en un taxi, inevitablemente se puede identificar con los argumentos de las novelas de Almudena en los que Madrid vivía situaciones muy difíciles y donde la vida necesitaba buscar esperanza en plena convivencia con la muerte.
- La faja del poemario dice que es “uno de los más hermosos libros de amor de la literatura reciente”. Lo es, y eso me hace pensar que después de darle tantas vueltas al lenguaje, parece que para hacer buena literatura tal vez no sea tan importante que el lenguaje sea el motor de esta sino que haya sentimientos genuinos. ¿Qué piensas de ello?
- Los poetas que pertenecen a mi tradición repetimos que la sencillez es muy difícil. Dámaso Alonso hablaba de la difícil sencillez de Bécquer, Ángel González hizo un estudio sobre Machado en ese mismo sentido. La sencillez es muy difícil, yo no diría que no hay elaboración del lenguaje. Lo que pasa es que hay gente que cree que la retórica debe servir para producir efectos raros y otros que creen que el trabajo retórico es para darle un aspecto de naturalidad al lenguaje.
Todo eso pertenece al proceso creativo normal, pero en lo que tú planteas tienes mucha razón: cuando estás hablando de algo que te desgarra y que está tan pegado a tu vida, los procesos retóricos están muy controlados. Porque uno no puede permitirse la sensación de que está utilizándolos para auto-engañarse, para esconderse o para engañar a los demás. No es lo mismo una mentira que la ficción: la ficción literaria está siempre en búsqueda de la verdad y no de la mentira; pero hay asuntos donde la ficción tiene que estar muy vigilada, porque cualquier recurso puede hacer notar que estás intentando traicionar aquello que tienes tan pegado a la piel. En este caso, la dificultad del libro ha sido que toda mi experiencia literaria tenía que estar muy sometida al sentimiento de verdad y eso le ha dado una intensidad al libro que puede ser uno de sus valores.