VALÈNCIA. Profundizar (en este artículo es imposible hacerlo) en el estudio del patrimonio de cada una de nuestras comarcas, convierte el asunto, al poco, en un auténtico pozo sin fondo. Es cierto que València no s`acaba mai como titula su conocido estudio el historiador Vicent Baydal (Llibres de la Drassana), pero tampoco la Albufera y su entorno, las tierras altas del Maestrazgo, Els Serrans, Els Ports o la Vall D´Albaida. Cuando se focaliza la atención en estos territorios, unas veces coincidentes con comarcas, otras con espacios más amplios, se abren capítulos que parecen no tener fin: patrimonio artístico, oral, escrito y musical, gastronómico, etnológico, natural…
Transcurre la mayor parte de mi vida en el Cap i casal, pero mi ojito derecho desde que, de niño, pasara los veranos en Orba, es la Marina Alta. Es la única comarca- más allá de la gran ciudad- de la que puedo decir cosas por vivencias y experiencias en primera persona. Otras comarcas valencianas han recibido la atención desde muchos puntos de vista pero no puedo afirmar que las haya “habitado” más allá de las visitas ocasionales, que hago por cuestiones profesionales y vocacionales. La primera toma de contacto con una comarca lo es con sus particularidades geográficas y por la relación que se ha creado entre sus habitantes y el medio natural. En este sentido la Marina Alta es un espacio cuya morfología tan pegada al mar y a la montaña ha configurado en profundidad la forma de vida de sus moradores traduciéndose una tipología arquitectónica vinculada a la piedra
El patrimonio arquitectónico de la Marina Alta está estrechamente relacionado con las formas de vida familiar y laboral, pero también comunitaria de sus habitantes desde tiempo inmemorial: desde, cómo no, los riurau, los pozos, balsas (balsa dels arcs de Xaló), bancales que todavía, afortunadamente, configuran la morfología de decenas de laderas, viviendas, lonjas, fortalezas... Probablemente la construcción más importante en la que se funde la originalidad arquitectónica con la función para la que fue concebida es el Riu Rau edificio cuya existencia, hay que puntualizar, no se circunscribe a la Marina Alta, si bien aquí alcanza su apogeo, al estar vinculada al cultivo de la uva moscatel, y su tránsito al producto de consumo que era y es la pasa (pansa) exportada por mar durante el siglo XIX y hasta las primeras décadas del XX desde el puerto de Dénia. Es imposible hacer aquí un estudio mínimamente riguroso sobre esta arquitectura caracterizada, con variaciones, por las arcadas de medio punto, apuntadas o carpaneles, generalmente realizadas en piedra exclusivamente o mampostería aunque también existen casos en ladrillo. Excelentes blogs y grupos en redes sociales centran su actividad en el estudio y en la difusión. En algunos casos exenta (Jesús Pobre como ejemplo mejor conservado), aunque la mayoría, adosada a la casa principal, bajo su techumbre recubierta de teja, a una o dos aguas, soportada por los arcos se deposita la uva que ha sido previamente escaldada en agua con olivarda y sosa, apenas unos segundos, en una ceremonia que afortunadamente se está recuperando en muchas poblaciones, alrededor de la cual se celebra toda una fiesta los últimos días de agosto y los primeros de septiembre.
Por fortuna, desde 2018, la técnica constructiva empleada en muchas de estas construcciones rurales es hoy Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, y no es otra que la de la “pedra en sec”. Un legado etnológico que marca de forma indeleble la personalidad del paisaje de la Marina Alta y otras regiones europeas situadas entorno al Mediterráneo. Tengo todavía en el recuerdo siendo un niño, “descubrir” en nuestras excursiones, subiendo o bajando interminables laderas aterrazadas las montañas que rodeaban Orba, misteriosas casetas abandonadas, en ruinas, enormes corrales de ganado como si de fuertes se tratara, y que no eran otra cosa que los últimos vestigios de esta arquitectura de montaña resultado de la talla de la piedra, hoy protegida y reivindicada. Una arquitectura cuyos inicios, y según los últimos estudios, hay que situarlos en la Edad de Bronce y no en época morisca, cuando, ciertamente, alcanzaría su esplendor. Ciertamente es material y económicamente imposible preservar el estado de los miles de hectáreas ocupadas por estos bancales inmemoriales tras el abandono de muchos de los campos: el bosque mediterráneo en las últimas décadas ha comenzado imparablemente a recuperar las laderas “usurpadas” y los bancales inician un lento pero inexorable proceso de mimetización con la naturaleza al sucederse los derrumbes de muchos de estos muros, golpeados por la acción del agua tras las fuertes lluvias que suelen producirse ocasionalmente en la zona.
Dicho esto sería imperdonable pasar por alto, como subespecie constructiva la arquitectura configurada por medio del empleo de la piedra tosca y su particular color dorado que vemos en buena parte de las construcciones locales. Eso sí, su limitada dureza no la hace apta para toda construcción, pero su presencia otorga una personalidad inconfundible a través de su cromatismo y su atractiva irregularidad. Téngase en cuenta que el origen de esta roca está en el antiguo entorno dunar del cuaternario, lo que se aprecia en el propio material a través de los estratos (“Llavades”), como en las fisuras que como en otros materiales como el mármol se emplean para obtener las piezas que se utilizan de base que se cortaban con el empleo de la sierra. Su explotación en canteras de los montañares cercanos a Xábia se remonta a la época romana pero su extracción también se realizaba practicamente sobre el mar. De hecho, la conocida Cova Tallada del Cap de Sant Antoni no se trata de una cavidad natural sino una cantera posiblemente abierta en el siglo XII de, precisamente, piedra tosca.
Finalmente la Marina Alta no sería lo que és sin las construcciones defensivas levantadas, en algunos casos literalmente “colgadas” de forma inverosímil en un palmo escarpado de terreno, pero que por aquel entonces, se trataba de puntos estratégicos para el dominio y la protección del territorio.
No podemos obviar que nos encontramos en tierra de castillos. Unas 25 fortalezas de origen musulmán se levantaron principalmente en los siglos XII y XIII, aprovechando la difícil orografía. Cierto es que, salvo algún ejemplo significativo como es el caso del castillo de Dénia o el magníficamente bien conservado castillo de Forna, en la localidad de Adsubia, (que es más una residencia fortificada sobre lo que quizás fue anteriormente una gran alquería) el estado de conservación del resto nos lleva a tratarlos como vestigios y ruinas (Orba, Bernia, el castillo de Olocayba en Pedreguer actualmente en obras de consolidación etc). En el ámbito urbano la conservación de los restos es mucho mejor, pero lo que nos queda no pasan de ser ejemplos singulares y aislados como la torre de origen almohade de Blanch de Morell en El Vergel, la de Alcalalí llamada de Rois de Liori, o la torre de la Pesa en el centro urbano de Calp, como el vestigio mejor conservado de lo que fue la antigua fortaleza que rodeaba la antigua ciudad. En el ámbito religioso la iglesia fortaleza gótica de Xábia, erigida en honor de San Bartolomé, de estilo gótico tardío y orientada hacia Seu de València es, sin duda, la construcción de esta naturaleza más importante de la zona.
Nada tienen que ver las fortificaciones de origen musulman con las torres de vigilancia costeras de planta circular y en mampostería levantadas ante las contínuas incursiones de los piratas berberiscos en la comarca, ya en pleno siglo XVI, como son los casos de la torre del Gerro o del Cap D`or en Moraira de 1561 o la torre del Portitxol levantada en el año 1553. Su visita es además un gozo para los sentidos. Podríamos seguir hablando largo y tendido del ese mundo configurado por la piedra, pero en algún punto hay que dejarlo aunque sea con la sensación de dejarse mucho, demasiado, en el tintero. Si ampliáramos el campo de visión deberíamos hablar de las mil y una historias de la Marina Alta, como la variedad tipológica de la arquitectura de las grandes casas de la burguesía, a ambos márgenes de la antigua carretera que unía Dénia y Ondara, dispuestas con la distancia ideal para salvaguardar la intimidad de sus moradores, el patrimonio anterior a nuestra era relacionado directamente con el mar, hablar de los artistas que en su pintura dejaron impronta de esta costa y de sus gentes, o finalmente, de los interesantes espacios museísticos de la comarca, como el recién inaugurado Museo Del Mar en la antigua lonja del pescado de Dénia. Habrá que buscar otro momento.