VALENCIA. Dentro de muy poco, la vulgar personalidad del magnate estadounidense Donald Trump, avalada por el éxito social de cientos de tronistas televisivos, inundará los corazones occidentales y será nuestro modelo definitivo. Por el momento, el grosero y primitivo Blonde Messiah de los EE.UU. de América está dándose a conocer, con todo su camuflaje, ante las naciones. Y ha sido el Museo de Cera de Madrid, esa institución tan querida por el universo microscópico del Euroglyphus maynei, quien ha tenido el honor de ser el primero en el Mundo en inaugurar su efigie, coincidiendo con el arranque de su mandato presidencial. Trump opina que nuestro país está lleno de posibilidades de ser comprado, y anima a los inversores a aprovechar nuestra “fiebre”. ¿No queríamos ser un producto, una marca? Pues lo hemos conseguido: estamos vendidos.
No es la primera vez que el edificante Museo de Cera actúa como barómetro de nuestra sociedad: quedan en nuestro recuerdo imágenes gráficas muy sabrosas sobre la eliminación por goteo de grandes figuras de la Realeza Española, como Marichalar, tras su divorcio con la Infanta Elena, que salió en una carretilla. En sus salones, comparten espacio las estatuas céreas (no del todo “cerúleas”, que significaría que son de color azul) de los máximos dirigentes de nuestra historia, siendo los últimos de la saga el generalísimoFrancisco Franco y su sucesor, Don Juan Carlos Primero. Felipe VI ocupa un lugar preferencial en la entrada, acompañado por su esposa, nuestra ex-compañera de profesión, la Reina Letizia.
El remedo de Trump que se presentó en el patio donde están las puertas del museo mide 1,91 sin zapatos. Luce 250 gramos de pelo natural mezcla de rubio platino y blanco. El color de su piel resulta a simple vista más claro que el anaranjado con el que suele aparecer en televisión debido a su complexión sanguínea.
Lo crean o no, a la contemplación freak surrealista de este muñeco acudimos prensa nacional e internacional, desde Reuters a un canal de Mauritania que emite para todo el mundo árabe. Hubo sonados agravios comparativos con la presentación de la efigie de su predecesor, Obama, que se hizo sin cinta de seguridad, sin globos con los colores de la bandera americana ni marchas de Sousa sonando. Pero, para compensar, a la de Trump vino menos gente biaipí: en vez de Tita Cervera, con quien compartimos el momentazo hace años, estuvo en esta ocasión la diseñadora Marilí Coll, vinculada durante años a Nicolás Riera-Marsá y que tiene el honor de vestir a gente tan especial como Terelu Campos.
Exultante estaba ante tanta concurrencia mediática don Gonzalo Presa Hidalgo, responsable de Comunicación del Museo de Cera de Madrid, quien atendía a todos los medios con mucho interés. (Cuenta una anécdota que una vez se presentó a una elegante señora diciendo “Hola, soy Gonzalo Presa, del Museo de Cera” y la mujer le observó largamente y respondió “¿Y cómo le han dejado salir?”)
Poco imaginaba él que iba a ser trending topic al irrumpir una militante del grupo feminista Femen con el torso desnudo sobre cuyos pechos telescópicos había escrito el lema “Grab back” y en su espalda «Grab patriarchy by the balls» («agarrad al patriarcado por las pelotas»). La activista posó para las cámaras en múltiples posturas mientras don Gonzalo intentaba colocarle la chaqueta o, momento cumbre, taparle las enormes aldabas con globos, que era como echar gasolina a un fuego o azúcar a un Mars Mellows. Marilí, vestida con un abrigo de pelo blanco, unas mallas de tapicería y unas cómodas bambas doradas -la edad y sus accidentes la impelen a la comodidad- asistió atónita a la escena del brazo de un elegante caballero asiduo a los establecimientos balnearios. Gonzalo tuvo unas palabras de resentimiento hacia la joven, pero reconoció que su intervención le había venido, comunicativamente hablando, “de puta madre”.
Todo son paradojas en el campo de la reivindicación, que para reclamar los derechos fundamentales necesita algo de exhibicionismo, censurado después en según qué prensa porque los pechos femeninos siguen siendo algo tabú en la moral del siglo XXI. Donald Trump es sólo el síntoma, la sociedad es la enfermedad. Y si no, visiten el Museo de Cera, con sus personajes históricos cuyos modelos han sido los mejores chulazos a sueldo de Chueca, sus galerías del crimen de principios de siglo: “Ricardito”, Juan Corona “el monstruo de Yuba City”, Juan A. Aldije asesino de “el huerto del francés”, José Muñoz Lopera o Antonio Teruel, “el albañil”, del horrible crimen del furgón del expreso de Andalucía. O a Alaska, que está en la galería del terror junto a Frankestein. Incluso pueden ver a Enrique Ponce, junto a una escena sangrienta de la tauromaquia con ojo ensartado por un asta, y con Julián Muñoz detrás.
Perros en la Iglesia
Cerca de la Escuela de Arquitectos de Madrid, en pleno barrio de Chueca, está la peculiar Iglesia de San Antón donde ese mismo día dedicado al santo se bendecía a los animales de la capital. Pertenece este templo a los cuidados del famoso Padre Ángel, de la asociación Mensajeros de la Paz, vinculada a las ayudas sociales para personas sin hogar. Igual que nuestra valenciana iglesia de San Martín, está abierta non-stop las 24 horas, como un after-church. Pero así como en Valencia se destina a gente bien que viene a rezar a cualquier hora en busca de consuelo espiritual y que pide a la policía que evacúe a los mendigos, la de San Antón acoge a los menesterosos que pasan frío, hambre y los efectos del mono. Así se presenta el Padre Ángel, rodeado de una cohorte de ayudantes-monaguillos similar a los modelos de Murillo, e igual oficia una misa en honor a Franco como a Zerolo o recibe los óbolos de los más favorecidos empresarios, artistas y políticos de alta gama. Se puede contemplar allí un estrambótico belén con el drama del niño Aylan, joven emigrantemuerto ahogado en nuestras costas.
Había una larga cola de señoras con perro, y ante el altar se reunieron muchos ejemplares del mundo animal, que últimamente ha dejado la espectacularidad exótica de iguanas, serpientes y hurones por los clásicos cánidos y felinos. Amparados por un retén de fornidos bomberos, a la tarde se esperaba el aluvión de maricas con chihuahua, pero el día había sido suficientemente completo como para hacer una fotogalería recurrente con ellas y no me esperé a su llegada. Ni siquiera me compré medallas o estampitas kitch de santa Gema Galgani de Beniganim.
FITUR, cada vez más cerca
No sabemos de qué está cada vez más cerca Fitur, pero lo que es seguro que es el método para atraer turistas está cambiando. En lugar de encerrarse todas las ofertas en una feria en las afueras, algunas casas regionales han preferido alquilar un local en el centro donde organizar actividades. Ese fue el caso de la Oficina de Turismo de Guanajuato, que creó su Punto Guanajuato en la Castellana de Madrid. En el recinto, inaugurado el jueves 22 de enero por el Secretario General de Agricultura y Alimentación Carlos Cabanas, el Alcalde de Córdoba (Capital iberoamericana de la Gastronomía en 2014), José Antonio Nieto, entregó a Fernando Olivera Roncha, atractivo Secretario de Turismo del Estado de Guanajuato, el testigo del relevo en presencia de Rafael Ansón, Presidente de la Academia Iberoamericana de Gastronomía.
Degustaciones, actividades culturales, para niños, de artesanía, y de música, con karaoke de José Alfredo, fueron el escaparate de esta curiosa ciudad que acoge el Festival Cervantino y que fue donde el cineasta ruso Eisenstein descubrió el tequila, la cultura mexicana y las facetas de la multisexualidad después de los rigores morales soviéticos. Asistieron Pilar De Haya Huarte-Mendicoa, buenísima amiga y experta winemaker, Jonatan Armengol, periodista especializado, catador y único crítico gastronómico invidente de España, el cronista gastronómico Luis Cepeda, el mítico periodista de radio, televisión y comida Lorenzo Díaz, Patricia Catania, Teresa Arango, Laura Garcia-Morey, Natalia Cuevas Mediavilla, Oskar Lara y el, simpático es poco, presentador de televisión Goyo González. Comimos un menú elaborado por los chefs guanajuatenses, Cuauhtémoc Herrera Zurita y David Quevedo, del restaurante La Galereña, de Salamanca (Guanajuato) consistente en típicos saltamontes fritos (chapulines), tacos de mole de piñón con chile piquín, chalupas -una especie de taco cubierto- lechón a la galereña, ceviche salmantino elaborado con carne y pescado marinados, capuchino de gordita y varios postres guanajuatenses como la nieve de pasta y tumbagón sanmiguelense. Se sirvió vino mexicano, el Cuna de Tierra, vinos cuya calidad ha mejorado enormemente en estos años.
Open Interplanetario de Futbolín en El Negro
El bar de la calle Echegaray de Madrid que no tiene nombre pero que todos llaman El Negro por la efigie dibujada en los ochenta en sus paredes celebra estos días su Open de Futbolín Interplanetario. Está patrocinado por Alcohólicos Sin Fronteras, la Asociación de Damnificados por la Alopecia, el Corte Chungo y las Aerolíneas Jamaicanas. Se jugará por el acreditado método pierde-paga y no se permite el molinillo por ser de moñas. El acoso verbal reiterado se penaliza y escupir al contrario supone la pérdida inmediata de la partida. Los ganadores serán obsequiados con una botella de licor y una bola firmada al alimón por Messi (x) y Cristiano Ronaldo (XX). No se lo pierdan, que está a un paso en AVE y el deporte es importante en enero para rebajar esos kilos adquiridos durante las Navidades. El negro siempre ha sido punto de reunión de artistas, actores y gentes de mal vivir que matan el tiempo en arriesgados deportes adictivos como el futbolín.
El ciclo sin fin de los refugiados
El principio “no hagas a los demás lo que no querrías que te hiciera a ti”, enunciado por una fuente muy autorizada en arameo y traducido a todos los dialectos del mundo, no ha tenido en los últimos veinte siglos últimos aplicaciones frecuentes. De su fracaso han nacido las leyes, los tribunales, las bromas de mal gusto, la retroactividad de la ley, las esposas, la silla eléctrica y la solidaridad internacional. El desastre de Siria ha procurado muchas iniciativas a nivel social que, en contra de la moral cristiana, no han podido ver la luz por la negativa del gobierno del Partido Popular. El cartel que figura en la fachada del Ayuntamiento con el lema “Refugees Welcome!” está adquiriendo polvo y telarañas sin que se solucione nada desde hace años. Da mucha vergüenza.
En la Llibrería i Centre Cultural Blanquerna de Madrid están haciendo un ciclo de actividades y charlas sobre el estado del Estado. Acudí al acto organizado por la Asociación de Memoria Social Democrática AMESDE que llevaba el título “Refugiados, la aplicación de los derechos firmados”. Intervinieron la popular abogada Cristina Almeida, que llegó por los pelos, Carlos Berzosa, Catedrático de Economía Aplicada, Amparo Climent, directora de cine y actriz de temperamento, y Gabriel López, de Benasque, voluntario en los campos de refugiados griegos. Jaime Ruiz, presidente de AMESDE, tuvo unas palabras de introducción mientras todos ocupaban sus asientos, que faltaron por la afluencia de público.
La Cibeles en Insurgentes
Lo de los refugiados es un ciclo que podemos volver a iniciar cuando y donde queramos: por ejemplo, con la valla que Trump quiere poner en México, ese país que, incluido Guanajuato, invadimos los españoles a golpe de espada. Perdimos la autoridad sobre México cuando Napoleón invadió a su vez España, en plena época de negrura, y Francia aprovechó para venderle, a los entonces jóvenes Estados Unidos de América, el norte de la que fue nuestra colonia. En 1980, durante el gobierno de Tierno Galván en el ayuntamiento de Madrid, se llevó adelante la iniciativa de enviar a México una copia de La Cibeles que ahora luce en el cruce de las calles Oaxaca, Durango, Medellín y el Oro, a dos cuadras de la Glorieta de Insurgentes, en la Delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal. La fuente fue donada por la comunidad de residentes españoles en México, aquellos que tuvieron que huir de la Guerra Civil y fueron admitidos como refugiados de guerra para poder rehacer su vida. Es posible que muchos mexicanos que ahora se llaman Jordi desconozcan que existen gracias a la solidaridad de las personas, muy por encima las leyes de las naciones.
En estos tiempos donde un ordenador te informa de todo, es probable que miles de personas aún no sepan lo que fue Idomeni, en la frontera de Grecia con Macedonia. Tampoco que campos de refugiados como éste, campos de concentración al fin y al cabo donde nadie tiene más derecho que el de morir, los hubo en el sur de Francia, en Amélie-les-Bains. El miedo que se ha creado en la gente a la inmigración es un miedo a lo que nosotros mismos podemos ser algún día. Los que escapan de Siria son las clases medias y altas, con títulos universitarios que llevan pegados a la piel para demostrar quiénes son, que pueden pagar dinero a las mafias para comprar una lancha neumática por 4.000 euros y hacer un trayecto que, si eres legal, cuesta 12.
¿Quién es el enemigo? ¿Tenemos miedo de que los emigrantes nos quiten algo que ya nos han quitado otros recortándonos los derechos? ¿Cuáles son las causas de esta guerra? ¿Por qué no sale nadie a la calle con el “No a la guerra” que hizo furor hace unas legislaturas y tumbó al gobierno de Aznar? ¿Qué fue de aquel periódico serio que se llamaba El País, antes de que las noticias fueran el sustituto de las verdades? ¿Solucionan algo estas charlas o sólo añaden desánimo a una situación dramática de la que todos participamos? ¿Estamos unidos en algo o cada vez más separados? Y sobre todo, para acabar, ¿es este un tema a tratar en una crónica social? Por supuesto que sí, porque el escenario de la historia se ha vuelto sofocante y de los ilimitados espacios prehistóricos hemos llegado a la ubicuidad posible del acontecimiento más trivial: Trump está aquí, y seguramente quiera quedarse a cenar.