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EL CABECICUBO

‘Escort boys’: testimonios de las miserias de prostitutos franceses

3/09/2016 - 

VALENCIA. Es un error muy habitual cuando se hacen documentales o reportajes sobre prostitución centrarse en los o las escorts o el mundo de la prostitución de lujo. En realidad, son una minoría los que se dedican a la prostitución de alto standing en comparación con el proletariado de los trabajadores sexuales. Y no solo son menos, sino que sus problemas están a años luz de los de la mayoría de personas que están metidas en la prostitución.

El documental de esta semana trata sobre prostitución masculina. Antes de entrar en materia, arrojemos un dato, el que tenemos más a mano. Por ejemplo, en Madrid, según la Fundación Triángulo, los trabajadores masculinos del sexo son el colectivo con mayor tasa de VIH positivo (un 19.8% en 2006) solo por debajo de los usuarios de drogas por vía intravenosa. Del mismo modo, aunque existan gigolos que se prostituyen con mujeres, también son una gran minoría en comparación con los que lo hacen con hombres.

¿Qué ocurre? Que cuando se habla de prostitución se tiende a poner la lupa en el 1% de los trabajadores sexuales que lo hacen en hoteles de cinco estrellas. Generalmente, aparecen personas que han tomado la decisión de prostituirse porque eso les permite llevar una vida de alto nivel y ganar cantidades ingentes de dinero. Es una elección. Y además, muy lucrativa. Se pinta siempre como que la gente con menos reparos morales o escrúpulos con el sexo o con su propio cuerpo, pues mira, se puede forrar. Tú eliges.

Esa gente existe, qué duda cabe, pero no representan a la prostitución. Una actividad, por llamarla de algún modo, a la que la gran mayoría de las personas que la ejercen se ven forzadas. Ya sea por la necesidad económica, que es una forma de violencia como otra cualquiera, o por redes y mafias organizadas.

Se ha hablado hasta la saciedad de la situación en la que se encuentran estas personas, pero por algún motivo, los documentales y los reportajes tienen cierta tendencia a interesarse por la excepción más que por la norma y retratarnos a los yuppies del sexo en lugar de al proletariado.

El documental francés que ha llegado a nuestras pantallas como “Yo no soy gigolo”, originalmente ‘Escort boys’ , de la productora CAPA –que tiene otro dedicado a las mujeres escort que no ha vito quien esto escribe- da una de cal y otra de arena.

Empezar, empieza mal. Entrevista a un gigolo de alto standing que reconoce que quiere promocionarse apareciendo en el documental. El tío lo pinta todo muy divertido. Comenta que muchas mujeres quieren dar celos al marido, dice que empezó de casualidad en el negocio pero que está cobrando 200 euros la hora. Luego le vemos con su chófer, desplazándose a un hotel. Todo glamour.

Parece ser que se arruinó en 2009 y como siempre había tenido éxito con las mujeres se metió en el rollo. “El humor y la cultura es lo más importante”, explica. Una visión atractiva, con su malditismo, pero atractiva.

Sin embargo, cuando más desengañado está uno con el documental, muestran un lado oscuro. Hablan con un chico cuya situación no es en absoluto boyante. Se prostituye en un piso que le pagan sus padres. Admite que a veces no tiene ni para comer. Empezó con 18 años y como era un dinero fácil, pues se enganchó por 70 euros la hora. Su cuadro es menos glamoroso. Se prostituye con hombres que generalmente suelen ser de avanzada edad. Los que no han salido del armario y no pueden vivir su sexualidad con naturalidad.

Hay fragmentos de sus declaraciones que no tienen nada que ver con Martinis y mujeres maduras de buena posición. Después de cada servicio se mete en la ducha dos o tres veces. Explica: “El olor se me queda dentro, si no lo borro pienso en lo que he hecho”. También habla de la exclusión social. Ha perdido a todos sus viejos amigos.

A continuación aparece un chico negro que vuelve a explicar cómo es prostituirse en las altas esferas. Dice que era para los clientes “algo exótico”, como era negro y sabía hablar, recuerda, le encontraban interesante. Se prostituía con mujeres “poderosas, de más de 40 años y sin problemas de dinero”. Hasta que un día le pidieron que hiciera de esclavo y empezó a sentirse incómodo, en un lugar que desconocía, arrodillado, y eso le minó la moral.

Y el siguiente testimonio por fin es demoledor. Es el único que se acerca a la realidad del trabajador sexual. Aquí no hay ni rastro de Daikiris y Bloody Marys. Dice: “Te acuestas con gente que acaba de salir del curro y no se han duchado”. Los servicios son en “arcenes, coches, parques”. Y su actividad queda resumida en una frase: “te tratan como a una mierda”.

En las conclusiones desgraciadamente el documental vuelve al primer gigolo. En una conversación que tiene con uno que está empezando se deduce que para él la prostitución con ricos es una forma de acceder a su mundo de lujo. Comentan si se acostaría con una señora mayor que ven en la playa. El advenedizo dice que no. Luego si lo haría con esa misma mujer si fuese propietaria de un yate impresionante que pasa por delante. Entonces sí. Al final estos infelices son más clientes que proveedores. Termina bien por ese lado, pero vamos, no es lo que esperamos de un documental de este tipo o que trata un asunto tan delicado y sangrante en la Unión Europea.

Por muy negativas que sean las visiones que estos trabajadores del sexo franceses muestran en el documental, ninguno de ellos es un inmigrante irregular que se ve forzado a prostituirse en la calle o en discotecas por muy poco dinero y en condiciones insalubres y de riesgo. Esos chaperos de los que no se habla son la norma y no la excepción, como los entrevistados, del mundo de la prostitución. Nos quedamos sin conocer un mensaje valioso. Las enfermedades que les contagian, los episodios de violencia, los problemas psicológicos asociados a hacer algo que no harías, pero no en tu casa, sino durmiendo en pisos patera, en la calle, o manteniendo así a tu familia desvalida en la UE. Son mil historias, las posibilidades son infinitas, pero por algún motivo, los focos de los periodistas se van a los gintonics en hoteles de cinco estrellas. Otra vez será.

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